10. La misericordia como don
Te doy lo que tengo
Textos citados y comentados
SAGRADA ESCRITURA
Hechos de los Apóstoles 3, 1-11
En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde. Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada «la Hermosa», para pedir limosna a los que entraban. Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna. Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: «Míranos». El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina». Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos. Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios. Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios. Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada «la Hermosa», y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido. Como él no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, lleno de asombro, corrió hacia ellos, que estaban en el pórtico de Salomón.
PAPAS:
Juan Pablo II, Evangelium Vitae
La Iglesia que anuncia a Jesús como aquél que « pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él » (Hch 10, 38), es portadora de un mensaje de salvación que resuena con toda su novedad precisamente en las situaciones de miseria y pobreza de la vida del hombre. Así hace Pedro en la curación del tullido, al que ponían todos los días junto a la puerta « Hermosa » del templo de Jerusalén para pedir limosna: « No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar » (Hch 3, 6). Por la fe en Jesús, « autor de la vida » (cf. Hch 3, 15), la vida que yace abandonada y suplicante vuelve a ser consciente de sí misma y de su plena dignidad.
Francisco, Misericordiae vultus
Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Escuchemos la palabra de Jesús que ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. « Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia » (Mt 5,7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo.
Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.
Joseph Ratzinger, “De la mano de Cristo”
Había un hombre paralítico que pedía limosna delante de la llamada «Puerta hermosa» del templo. Incapaz de conseguirlo por sí mismo, suplicaba dinero para poder subsistir. Pedía dinero como compensación por su carencia de libertad; como compensación por la impotencia vital a la que se hallaba sometido. Y se acercan a él Juan y Pedro, tan pobres en dinero como él: No tengo oro ni plata, dice el segundo. En cambio, son muy ricos en otra cosa que aquel hombre no ha pensado, y que no se le ocurriría suplicar, pero que es lo más cabal para su caso: Lo que tengo, eso te doy. En nombre de Jesucristo nazareno, ¡levántate y anda! Aquello que no ha sido buscado, ni esperado, ni pedido, eso es lo que se da en lugar de la deseada compensación. Ha recibido en plenitud lo que le falta: la propia vida. Se le ha dado el encuentro consigo mismo. Desde ese instante, podrá erguirse sobre sus pies, caminar por sí mismo, y, como señal de libertad, según precisa el texto, brincar. Podrá entrar en el templo para mostrar su reconocimiento al Dios creador, en armonía con el sí de toda la creación; para afirmarse ante sí mismo y decir amén a su Hacedor.
PADRES DE LA IGLESIA:
San Ambrosio
Conócete a ti misma, alma hermosa: tú eres la imagen de Dios. Conócete a ti mismo, hombre: tú eres la gloria de Dios (1 Co 11, 7). Escucha de qué modo eres su gloria. Dice el profeta: Tu ciencia es misteriosa para mí (Sal 138, 6), es decir: tu majestad es más admirable en mi obra, tu sabiduría es exaltada en la mente del hombre. Mientras me considero a mí mismo, a quien tú escrutas en los secretos pensamientos y en los sentimientos íntimos, reconozco los misterios de tu ciencia. Por tanto, conócete a ti mismo, hombre, lo grande que eres y vigila sobre ti…»