Anuncio a los pastores. Codex Egberti






3. El canto celestial

Os anuncio una gran alegría

En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él». Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado». Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre.

Lucas  2, 1-16

Textos citados y comentados

“Les anuncio una gran alegría que lo es para todo el pueblo : les ha nacido hoy un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10). Hacemos nuestra esta voz angélica, que resonó en la noche del nacimiento de Jesús en Belén y volvemos a lanzarla al mundo. Sí, el nacimiento de Jesús se renueva en el tiempo, y desde que este incomparable acontecimiento, maduro desde siglos en la mente de Dios, apareció en la historia, la historia del hombre encuentra su sentido. La Iglesia no sólo recuerda la venida lejana de Dios al mundo sino la presencia cercana: la tierra sigue siendo la patria de Cristo, Él permanece todavía con nosotros, silenciosa, humilde, pero realmente, como en el pesebre, para nuestra incansable búsqueda, para nuestra inagotable dicha, para nuestra indefectible espera. Él mismo lo afirmó al despedirse del escenario de este mundo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Beato Pablo VI

En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la riqueza que de ella proviene.
En este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. « Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos » (Sal 25,6).

Papa Francisco

La puerta está generosamente abierta, se necesita un poco de valentía de nuestra parte para cruzar el umbral. Cada uno de nosotros tiene dentro de sí cosas que pesan, ¿o no? Todos, ¿no? ¡Todos somos pecadores! Aprovechemos este momento que se acerca y pasemos por el umbral de esta misericordia de Dios que nunca se cansa de perdonar, ¡jamás se cansa de esperarnos! Nos mira, está siempre junto a nosotros. ¡Animo! ¡Entremos por esta puerta!

Papa Francisco

San Juan XXIII al abrir el Concilio: « En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad … La Iglesia Católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella».
Y el Beato Pablo VI al concluirlo decía: El Concilio ha reprobado los errores, sí, porque lo exige, no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas, sólo invitación, respeto y amor.
Sólo la misericordia pone límite al mal.

San Juan Pablo II

Además de este mundo universal que vemos, existe otro mundo, igualmente vasto, igualmente próximo a nosotros y aun más maravilloso; otro mundo que nos rodea por doquier, aunque no lo veamos, y que es más maravilloso que el mundo que vemos, precisamente porque no lo vemos. En torno nuestro existen innumerables seres que van y vienen, que velan, que actúan o esperan, seres que no vemos. Tal es este otro mundo al que no llegan los ojos, sino únicamente la fe.
Los ángeles habitan en el mundo invisible, y en lo concerniente a ellos se nos dice mucho más que acerca de las almas de los fieles difuntos, porque estos descansan de sus trabajos, pero los ángeles están activamente ocupados de nosotros en la Iglesia. No hay cristiano, por humilde que sea, que no esté protegido por los ángeles, si vive de fe y amor. La gente habla a menudo como si el otro mundo no existiese ahora, sino solo después de la muerte. No: existe ahora, aunque no lo veamos. Está entre nosotros y a nuestro alrededor. Los pastores en el momento de la natividad no solo lo vieron, sino que lo oyeron. Oyeron las voces de esos espíritus bienaventurados que alaban a Dios día y noche, y a quienes nosotros, en nuestra condición inferior, podemos imitar y acompañar.
Estamos, por tanto, en un mundo espiritual, así como en un mundo sensible, y estamos en comunión con él y participamos en él, aunque no tengamos conciencia de hacerlo.
Cuando los ángeles se aparecieron a los pastores lo hicieron de forma súbita. De repente había junto al ángel una multitud del ejército celestial. ¡Qué maravillosa visión! La noche parecía, hasta ese momento, como cualquier otra noche. Ellos estaban cuidando su rebaño, estaban observando la noche que pasaba. Las estrellas seguían su camino, era media noche. Ellos no tenían idea de algo semejante cuando el ángel se apareció. Así son el poder y la virtud que se esconden en las cosas visibles, y que se manifiestan solo por voluntad de Dios. Se manifestarán para siempre cuando Cristo venga en el último día en la gloria de su Padre con los santos ángeles. Entonces se desvanecerá este mundo y el otro mundo brillará eternamente.

John Henry Newman

¿Porqué la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, la comodidad, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría? En general no nos faltan las cosas materiales, pero por desgracia la tristeza forma parte de la vida de muchos, y a veces incluso llega hasta la angustia y la desesperación. ¿Por qué los bienes materiales no pueden darnos la alegría? Porque la alegría tiene otro origen. Es espiritual. La alegría cristiana supone un hombre capaz de alegría naturales: el don de la vida, la naturaleza, el silencio, el deber cumplido, la pureza, el servicio, la alegría del sacrificio. Pero el problema no parece ser ese, sino de orden espiritual. Es el hombre en su alma el que se encuentra sin recursos para asumir los sufrimientos y las miserias que le abruman, tanto más en cuanto que a veces no llega a comprender el sentido de la vida, que no está seguro de sí mismo, de su vocación. Dios le parece abstracto, inútil, sin que lo pueda decir, le pesa el silencio de Dios. Por eso  es necesario aprender a gustar las múltiples alegrías humanas: Pero sobre todo debemos conocer y vivir la alegría espiritual, la alegría cristiana.

Beato Pablo VI

¿La alegría de dónde viene? ¿Cómo se explica? Seguramente hay muchos factores que intervienen a la vez. Pero, según mi parecer, lo decisivo es la certeza que proviene de la fe: yo soy amado. Tengo un cometido en la historia. Soy aceptado, soy querido. El hombre puede aceptarse a sí mismo sólo si es aceptado por algún otro. Tiene necesidad de que haya otro que le diga, y no sólo de palabra: «Es bueno que tú existas». Sólo a partir de un «tú», el «yo» puede encontrarse a sí mismo. Sólo si es aceptado, el «yo» puede aceptarse a sí mismo. Quien no es amado ni siquiera puede amarse a sí mismo. Este ser acogido proviene sobre todo de otra persona. Pero toda acogida humana es frágil. A fin de cuentas, tenemos necesidad de una acogida incondicionada. Sólo si Dios me acoge, y estoy seguro de ello, sabré definitivamente: «Es bueno que yo exista». Es bueno ser una persona humana. Allí donde falta la percepción del hombre de ser acogido por parte de Dios, de ser amado por él, la pregunta sobre si es verdaderamente bueno existir como persona humana, ya no encuentra respuesta alguna. La duda acerca de la existencia humana se hace cada vez más insuperable. Cuando llega a ser dominante la duda sobre Dios, surge inevitablemente la duda sobre el mismo ser hombres. Hoy vemos cómo esta duda se difunde. Lo vemos en la falta de alegría, en la tristeza interior que se puede leer en tantos rostros humanos. Sólo la fe me da la certeza: «Es bueno que yo exista». Es bueno existir como persona humana, incluso en tiempos difíciles. La fe alegra desde dentro.

Benedicto XVI

Por qué hombre, tienes tan poco valor a tus ojos, cuando tienes tanto valor a los ojos de Dios? ¿Por qué miras de qué estás hecho y no buscas el sentido de tu existencia? Todo el mundo que ves a tu alrededor, ¿no ha sido creado para ti? Para ti la luz expulsa las tinieblas que te rodean, tempera la noche y mide el día. Para ti el cielo está iluminado por el sol, la luna y las estrellas. Para ti la tierra está decorada con flores, bosques y frutos. Para ti fue creada en el aire, en los campos y en las aguas la bellísima multiplicidad de seres vivientes”.

San Pedro Crisólogo

¿Cómo no habrá alegría en el humilde mundo de los hombres cuando causa tanta alegría en la sublime esfera de los ángeles?

San León Magno

¿Qué cosa has visto más bella que el salmo? Es bendición del pueblo, alabanza de Dios, grito de alegría. Mitiga la ira, extingue la angustia, aplaca el llanto. Es arma en la noche, magisterio en el día, escudo en el miedo, fiesta en la santidad, imagen de la quietud, premio de la paz y la concordia. Es dulce para todas las edades, tanto para el hombre como para la mujer, lo cantan los ancianos, los jóvenes y los niños. El salmo alegra a todos, se lo canta en la casa, fuera se lo medita, se lo aprende sin esfuerzo, se lo retiene con placer, une lo que está disperso, reconcilia a los que están separados. ¿quién no está dispuesto a perdonar a la persona con la que eleva una única voz a Dios? Además educa a los que no tienen fe, confirma a aquellos que la tienen perfecta. Se unen en el salmo la belleza con la doctrina. Los mandamientos más duros no permanecen en el alma, mientras que lo que se recibe con suavidad, una vez que ha penetrado en el alma, no se olvida.

San Ambrosio de Milán

¡Cuántas lágrimas derramé escuchando los acentos de tus himnos y cánticos que resonaban dulcemente en tu Iglesia!

San Agustín

Estoy convencido de que la música es realmente el lenguaje universal de la belleza, capaz de unir entre sí a los hombres de buena voluntad en toda la tierra y de hacer que eleven su mirada hacia las alturas y se abran al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen su manantial último en Dios mismo.

Benedicto XVI

Dios ha visto que su grandeza –a partir de Adán– provocaba resistencia. Por lo tanto, Dios ha elegido una nueva vía. Se ha hecho un niño. Se ha hecho dependiente y débil, necesitado de nuestro amor. Ahora –dice ese Dios que se ha hecho niño– ya no podéis tener miedo de mí, ya sólo podéis amarme.

Guillermo de S. Thierry

¿Cómo sentir miedo a este Dios. Yo no puedo temer a un Dios que se ha hecho tan pequeño por mí… ¡Yo lo amo!

Santa Teresita

“No tengan miedo: ¡Abran de par en par las puertas a Cristo! Abran su corazón, su vida, sus dudas, sus dificultades, sus alegrías y sus afectos a su fuerza salvífica y dejen que Él entre en su corazón. ¡No tengan miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre: ¡Sólo Él lo sabe!”

San Juan Pablo II

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