XXIV Domingo del Tiempo durante el año, ciclo C

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La parábola del Hijo pródigo constituye una cima de la espiritualidad y de la literatura de todos los tiempos. En efecto, ¿qué serían nuestra cultura, el arte, y más en general nuestra civilización, sin esta revelación de un Dios Padre lleno de misericordia?

BENEDICTO XVI

Oración Colecta: Míranos, Dios nuestro, creador y Señor del universo, y concédenos servirte de todo corazón, para experimentar los efectos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

Del libro del Éxodo 32, 7-11. 13-14

El Señor dijo a Moisés: “Baja en seguida, porque tu pueblo, ése que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que Yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: ‘Éste es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto’”. Luego le siguió diciendo: “Ya veo que éste es un pueblo obstinado. Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran nación”. Pero Moisés trató de aplacar al Señor con estas palabras: “¿Por qué, Señor, arderá tu ira contra tu pueblo, ese pueblo que Tú mismo hiciste salir de Egipto con gran firmeza y mano poderosa? Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob, tus servidores, a quienes juraste por ti mismo diciendo: ‘Yo multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y les daré toda esta tierra de la que hablé, para que la tengan siempre como herencia’”. Y el Señor se arrepintió del mal con que había amenazado a su pueblo.

 

Salmo responsorial: Sal 50, 3-4.12-13.17.19

 

R/ Me levantaré e iré a la casa de mi Padre

 

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. R/

Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. R/

 

De la 1ª carta a Timoteo 1, 12-17

Querido hijo: Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores. Pero fui tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por ignorancia. Y sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, junto con la fe y el amor de Cristo Jesús. Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer en Él para alcanzar la Vida eterna. ¡Al Rey eterno y universal, al Dios incorruptible, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos! Amén.

 

Evangelio según san Lucas 15, 1-32

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido’. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido’. Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”. Jesús dijo también: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus servidores: ‘Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado’. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. Él le respondió: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo’. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!’ Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado’”.

 

 

Este texto tiene el poder de hablarnos de Dios, de darnos a conocer su rostro, mejor aún, su corazón. Desde que Jesús nos habló del Padre misericordioso, las cosas ya no son como antes; ahora conocemos a Dios: es nuestro Padre, que por amor nos ha creado libres y dotados de conciencia, que sufre si nos perdemos y que hace fiesta si regresamos. Por esto, la relación con él se construye a través de una historia, como le sucede a todo hijo con sus padres: al inicio depende de ellos; después reivindica su propia autonomía; y por último —si se da un desarrollo positivo— llega a una relación madura, basada en el agradecimiento y en el amor auténtico.

Queridos amigos, meditemos esta parábola. Identifiquémonos con los dos hijos y, sobre todo, contemplemos el corazón del Padre. Arrojémonos en sus brazos y dejémonos regenerar por su amor misericordioso. Que nos ayude en esto la Virgen Madre de la Misericordia.

BENEDICTO XVI

El Regreso del Hijo pródigo

Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt

por Henri J.M. Nouwen

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Rembrandt pintó el Hijo pródigo en sus últimos años de vida. Seguramente fue una de sus últimas obras. Esta obra muestra la percepción del pintor sobre sí mismo a una determinada edad, una percepción en la que la ceguera física y una profunda visión interior están íntimamente relacionadas. La forma como el anciano padre abraza a su hijo exhausto, revela una visión interior que recuerda las palabras de Jesús a sus discípulos: “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros véis” (Lc 10,23). El padre lleva dentro de sí esa misteriosa luz que le hace ver. Es una luz interior, escondida en lo profundo, pero que irradia una luminosidad que impregna toda esa tierna belleza.

Esta luz interior, sin embargo, estuvo escondida durante mucho tiempo. Durante años permaneció inaccesible para Rembrandt. Sólo gradualmente y a través de mucha angustia, pudo descubrir esa luz interior y, a través de lo que vivía en su interior, en cuantos pintó. Antes de ser como el padre, Rembrandt fue durante largo tiempo como el joven orgulloso que “recogió sus cosas, se marchó a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo como un libertino”. Aquel que un día fuera un artista autosuficiente y venerado, ha llegado a comprender por fin que toda la gloria que ha conseguido era gloria vana. En lugar de la ropa cara con la que se retrataba a sí mismo de joven, lleva una túnica sobre los hombros y las sandalias con las que había caminado hasta tan lejos, ahora ya gastadas.

El título del cuadro de Rembrandt es El Regreso del hijo pródigo. La inmensa alegría al volver el hijo perdido esconde la inmensa tristeza de la marcha. El encuentro deja detrás la separación; la vuelta a casa esconde bajo su manto el momento de la partida.

Sentí que si hubiera conocido a Rembrandt en el lugar donde pintó a aquel padre con su hijo, Dios y humanidad, compasión y miseria, en un círculo de amor, lo habría conocido todo acerca de la vida y de la muerte. Llegué a comprender cómo del pincel de Rembrandt emergió la figura de un anciano casi ciego abrazando a su hijo en un gesto de perdón y compasión. Una persona tiene que morir muchas veces y derramar muchas lágrimas para poder pintar un retrato de Dios con tanta humildad.

En este cuadro está todo el evangelio, está toda nuestra vida. Es una misteriosa ventana a través de la cual podemos poner un pie en el reino de Dios. Este cuadro me ha llevado al lugar donde Dios habita: un lugar dentro de mí donde Dios ha elegido hospedarse. Es un lugar donde me siento a salvo en el abrazo de un Dios todo amor que me llama por mi nombre y me dice: “Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco”. Es el lugar donde saboreo la alegría y la paz que no existen en este mundo. Este lugar siempre ha estado allí. Yo siempre supe que era la fuente de gracia. Sin embargo, no había sido capaz de entrar y vivir allí de verdad. Jesús dice: “El que me ama se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él” (Jn 14,23). Estas palabras siempre me han impresionado muy profundamente. ¡Soy la casa de Dios!

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