XXII Domingo del Tiempo durante el año, ciclo A
Si alguien quiere seguirme, es decir, ser cristiano, ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque Él, Jesús, fue el primero en recorrer este camino, el camino de la humildad, incluso de la humillación, de la negación de sí mismo. Asumir un estilo de vida cristiano significa tomar la cruz con Jesús e ir adelante. Este es el estilo de vida que nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque este camino que lleva a negarse a sí mismo está hecho para dar vida; es lo contrario del camino del egoísmo, es decir, el que lleva a sentir apego a todos los bienes solo para sí. Se trata de un camino que hay que recorrer con alegría, porque Él mismo nos da la alegría. Seguir a Jesús es alegría. Pero es necesario seguirlo con su estilo, y no con el estilo del mundo. El camino a seguir es éste: Humildad, servicio, ningún egoísmo, sin sentirse importante o adelantarse a los demás como una persona importante. ¡Soy cristiano…! La “Imitación de Cristo” nos da un consejo bellísimo: “Ama pasar desapercibido y ser considerado una nulidad”. Es la humildad cristiana. Es lo que Jesús hizo antes. Pensemos en Jesús que está delante de nosotros que nos guía por ese camino. Ésta es nuestra alegría y ésta es nuestra fecundidad: ir con Jesús.
Oración Colecta: Dios todopoderoso, de quien procede todo bien perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes en nosotros lo que es bueno y lo conserves constantemente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Del profeta Jeremías 20,7-9
Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido! Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí. Cada vez que hablo, es para gritar, para clamar: “¡Violencia, devastación!” Porque la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día. Entonces dije: “No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre”. Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía.
Salmo responsorial: 62,2-6.8-9
R/ Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agotada, sin agua. R/
¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. R/
Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. R/
Porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene. R/
De la carta a los Romanos 12,1-2
Hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Evangelio según san Mateo 16,21-27
Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: “Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá”. Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras”.
La cruz de Jesús ilumina nuestra cruz. Frente al misterio de la cruz de Cristo se ilumina nuestra cruz, la cruz del cristiano, la cruz del consagrado, la cruz inevitable del discípulo de Jesús. Recordemos algunos textos referentes a la cruz que ustedes podrán meditar después: Jesús dice a los que quieren seguirlo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc 9,23). El Señor dice “¡cada día!” Nosotros preguntamos: “¿También los domingos…?” También los domingos. “¿También en el periodo pascual…?” También. “¿También en vacaciones…?” También. De uno u otro modo la cruz debe llegar. Es un signo distintivo del amor del Señor. Es un signo de que caminamos por el recto camino. Hay consagrados que cuando empiezan a sufrir mucho se preguntan: “¿No me habré equivocado? ¿No habré errado el camino?” Todo lo contrario, significa que va bien, que está poniendo sus pies sobre las huellas del Señor. Jesús dice a los que lo buscan: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad les digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,23-24). Son las palabras que Jesús responde a Andrés y Felipe cuando éstos le dicen que unos gentiles lo buscan (en efecto, algunos griegos se habían dirigido a Felipe para decirle: “Queremos ver a Jesús”). Jesús es glorificado por la cruz. Es el grano de trigo que cae en tierra y da mucho fruto. El grano de trigo, signo de fecundidad, es signo eclesial. Pablo explicitará el sentido eclesial de nuestro sufrimiento diciendo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a ustedes para dar cumplimiento a la Palabra de Dios” (Col 1,24-25). ¡Qué bien nos hace releer este texto cuando en nuestros padecimientos tenemos la tentación de decir al Señor: “Señor, ¿por qué no hiciste completa la obra? Tú cuando mueres dices: “Todo está cumplido” (Jn 19,30), está consumado. ¿Qué es entonces esta partecita que sufro yo?”. Precisamente porque queremos seguir a Jesús, precisamente porque queremos ser sus discípulos, porque queremos ser Iglesia, completamos la pasión de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia. ¡Con qué orgullo san Pablo dice que es ministro de la Iglesia! Y Pablo dirá también: “¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!” (Gal 6,14). ¡Qué extraña manera tenía Pablo de gloriarse y de alegrarse! Dice: Me alegro por los sufrimientos. Me glorío, solamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Así la cruz de Jesús –cruz pascual– ilumina la cruz del cristiano, nuestra cruz cotidiana, nuestra cruz en la vida consagrada. Señor, te adoramos, te bendecimos por tu cruz. Gracias porque te nos has revelado como el Siervo sufriente y compasivo que experimenta nuestras dolencias y carga sobre sus hombros, nuestra cruz. Gracias, Señor, porque has muerto, y esa muerte ilumina nuestra muerte inevitable. ¿Cuándo llegará? Señor, no lo sabemos. Pero sabemos que Tú has pasado por ella dándole el sentido de fecundidad del grano del trigo. Sabemos que por ella llegaste al Padre y fuiste glorificado en la resurrección. Gracias, Señor, porque nos diste la Iglesia desde la cruz. Haz que la amemos bien y que vayamos completando en la Iglesia lo que falta a tu Pasión.
Cardenal Pironio