XIII Domingo del Tiempo durante el año, ciclo A

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SEGUIR A JESÚS

ES LA MAYOR ALEGRÍA

Pensemos en Jesús que está delante de nosotros que nos guía por ese camino.

Ésta es nuestra alegría y ésta es nuestra fecundidad: ir con Jesús.

tras alegrías no son fecundas, piensan solamente, como dice el Señor,

en ganar el mundo entero, pero al final se pierde y se arruina a sí mismo.

FRANCISCO

 

Oración Colecta: Dios nuestro, que por la gracia de la adopción quisiste hacernos hijos de la luz; concédenos que no seamos envueltos en las tinieblas del error, sino que permanezcamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

Del 2º libro de los Reyes 4,8-11.14-16ª

Un día, Eliseo pasó por Sunam. Había allí una mujer pudiente, que le insistió para que se quedara a comer. Desde entonces, cada vez que pasaba, él iba a comer allí. Ella dijo a su marido: «Mira, me he dado cuenta de que ese que pasa siempre por nuestra casa es un santo hombre de Dios. Vamos a construirle una pequeña habitación en la terraza; le pondremos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y así, cuando él venga, tendrá donde alojarse». Un día Eliseo llegó por allí, se retiró a la habitación de arriba y se acostó. Entonces llamó a Guejazí, su servidor y le preguntó: «Entonces, ¿qué se puede hacer por ella?». Guejazí respondió: «Lamentablemente, no tiene un hijo y su marido es viejo». «Llámala», dijo Eliseo. Cuando la llamó, ella se quedó junto a la puerta, y Eliseo le dijo: El año próximo, para esta misma época, tendrás un hijo en tus brazos».

 

Salmo responsorial: Sal 88,2-3.16-19

E/ Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

 

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque dije tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad. R/

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte. Caminará oh Señor a la luz de tu rostro. Tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo. R/

Porque tú eres su honor y su gloria y con tu favor realzar nuestro poder. Porque el Señor es nuestro escudo y el santo de Israel nuestro rey. R/

 

De la carta a los romanos 6,3-4.8-11

Hermanos: ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, par que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre Él. Al morir, Él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

 

Evangelio según san Mateo 10,37-42

Dijo Jesús a sus apóstoles: el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.

 

“Si alguien quiere seguirme, es decir, ser cristiano, ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Porque Él, Jesús, fue el primero en recorrer este camino. Nosotros no podemos pensar en la vida cristiana fuera de este camino. Es el camino de la humildad, incluso de la humillación, de la negación de sí mismo, porque el estilo cristiano sin cruz no es de ninguna manera cristiano, y si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiana. Asumir un estilo de vida cristiano significa, pues, tomar la cruz con Jesús e ir adelante. Cristo mismo nos mostró este estilo negándose a sí mismo. Él, aun siendo igual a Dios, no se glorió de ello, no lo consideró “un bien irrenunciable, sino que se humilló a sí mismo” y se hizo “siervo por todos nosotros”.

Este es el estilo de vida que nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque este camino que lleva a negarse a sí mismo está hecho para dar vida; es lo contrario del camino del egoísmo, es decir, el que lleva a sentir apego a todos los bienes solo para sí. Por lo tanto, es un camino de negación de sí para dar vida. El estilo cristiano está precisamente en este estilo de humildad, de docilidad, de mansedumbre. “Quien quiera salvar su vida, la perderá”. En el Evangelio, Jesús repite esta idea. Recordad cuando habla del grano de trigo: “si esta semilla no muere, no puede dar fruto” (cf. Jn 12, 24).

Se trata de un camino que hay que recorrer con alegría, porque Él mismo nos da la alegría. Pero es necesario seguirlo con su estilo y no con el estilo del mundo, haciendo lo que cada uno puede: lo que importa es hacerlo para dar vida a los demás, no para dar vida a uno mismo. Es el espíritu de generosidad. Entonces, el camino a seguir es éste: Humildad, servicio, ningún egoísmo, sin sentirse importante o adelantarse a los demás como una persona importante.

FRANCISCO

 

Hay niveles en el seguimiento de Jesús. Pero en todos encontramos necesariamente la pobreza, la caridad y la cruz. La alegría de ser cristiano supone siempre la libertad interior del desprendimiento efectivo, la disponibilidad total para amar a Dios y a los hermanos, la generosidad para asumir cada día la cruz adorablemente preparada por el Padre. Es un camino normal para vivir cotidianamente las bienaventuranzas evangélicas. Toda vida cristiana -desde el niñito apenas bautizado hasta el anciano monje bien amaestrado en los caminos del Espíritu- es una honda asimilación de la cruz pascual del Señor, una participación real en el misterio de su muerte y resurrección: “Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,19-20). Crecer en Cristo es necesariamente crecer en la fecundidad del Misterio Pascual en que fuimos bautizados. Lo recordamos cada año en la gran noche de la Vigilia Pascual: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6,3- 4). La “vida nueva” no es simplemente un estilo mejor de hacer las cosas; es hacerlas invadidos por la Trinidad, configurados con Cristo, conducidos por el Espíritu. La vida nueva es Cristo mismo: “todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo (Ga 3,27). “Vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él” (Col 3,3-4).

¿Por qué recordamos estas cosas tan simples y elementales? Porque no siempre lo elemental resulta necesariamente evidente. Cuando nos llega la cruz nos olvidamos que hemos sido privilegiadamente elegidos para seguir al crucificado y que fuimos esencialmente bautizados en su muerte. Mientras peregrinamos hacia el Padre vamos creciendo en la madurez de la cruz: la de Cristo, la de los hombres, la nuestra. La de Cristo se nos convierte en firmísima esperanza, la de los hombres en compasión fraterna, la nuestra en soledad fecunda y ofrenda generosa. No es que tengamos que desear la cruz ni pedirla. Hay que dejar que ella vaya creciendo en nosotros, como crece Cristo. Sólo pedir que esté allí María y que no nos falten amigos que nos acompañen de cerca en el silencio de la oración.

La vida religiosa -porque lleva a plenitud la consagración bautismal- supone una particular participación en la cruz salvadora de Jesús. Hay mucha alegría en la vida religiosa: la que viene de una especial experiencia del amor de Dios, de la fraternidad evangélica, del equilibrio del silencio y de la profundidad de la oración. La alegría de saber que toda la vida está entregada para la gloria del Padre y la salvación de los hermanos. Pero hay una alegría especial y muy honda que nace de la cruz pascual; es la alegría de quien se sabe particularmente visitado por el Señor y hecho definitivamente libre. La Cruz, como la verdad, nos hace libres. “Para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5,1). Y lo hizo desde la cruz. Por eso Pablo experimenta una alegría indescriptible en la cruz redentora de Jesús: “En cuanto a mí, ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!” (Ga 6,14).

La vida religiosa no es un rechazo del mundo, sino un modo de amarlo como lo amó el Padre dándonos a Cristo (cf. Jn 3,16-17). Un modo de comprenderlo en su bondad original y en el dramático riesgo de su pecado. Un modo de participar en la reconciliación del mundo por medio de Cristo: “Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo” (2 Co 5,19). Esta participación en la misión reconciliadora de Cristo es maravillosa y entusiasmante. Pero no es fácil. Supone necesariamente la cruz: “Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Col 1,19-20). Hoy hay urgente necesidad de reconciliación: entre los pueblos, entre los diferentes grupos que componen la sociedad, entre entre los mismos miembros de la Iglesia.

La cruz de Cristo es esencialmente una cruz de reconciliación, de comunión, de paz: derriba el muro de enemistad, crea de los dos pueblos un solo Hombre Nuevo y reconcilia con Dios a ambos en un solo Cuerpo por medio de la cruz (cf. Ef 2,14,16). La cruz de Cristo crea comunidades nuevas, sencillas y alegres, orantes y acogedoras, donde fácilmente se descubre la presencia del Señor resucitado y se respira normalmente la esperanza. Una comunidad así hace cotidianamente presente el Misterio Pascual de Jesús: lo celebra en la Eucaristía y lo expresa sencillamente en la vida consagrada. Es una comunidad testigo que necesariamente crece y se difunde.

CARDENAL PIRONIO

 

 

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