Vigilia Pascual
Vigilia Pascual
Gn 1,1-2,2; Sal 103 / Gn 22,1-18; Sal 15 / Ex 14,15-15,1a; S.R. Ex 15 / Is 54,5-14; Sal 29 / Is 55,1-11; S.R. Is 12 / Ba 3,9-15.32-4,4; Sal 18 / Ez 36,17a.18-28; Sal 41-42 / Rm 6,3-11 / Mt 28,1-10
De una homilía en la parroquia Nuestra Señora de la Victoria, La Plata, Vigilia Pascual de 1971
José de Arimatea tomó el cuerpo de Jesús lo envolvióen una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca.Mt 27,57-60
Muy queridos hermanos míos que el Señor les conceda una felicísima Pascua, que a todos conceda una felicísima Pascua!
Esta es la noche verdaderamente feliz, la noche más luminosa que el día, la noche en que se une lo humano con lo divino, la noche de Cristo, la noche nuestra, la noche del mundo, la noche del hombre nuevo; de cada uno de los que estamos aquí ante el Cirio Pascual que representa a Cristo, el Hombre nuevo resucitado del sepulcro. ¡Nos vamos a comprometer firmemente a ser hombres nuevos! Más luminosos por la fe, más firmes por la esperanza, más ardientes por el amor. Hombres nuevos. Todo esta noche ha sido nuevo. Lo que caracteriza a la Pascua es lo nuevo. Cristo el Hombre nuevo que surge del sepulcro para hacer un Pueblo nuevo.
Hemos empezado las lecturas con la primera creación, el hombre primero; pero terminamos con el relato del Evangelio, Cristo que sale del sepulcro, el hombre nuevo, la nueva creación. Hemos empezado la ceremonia en la puerta de la Iglesia bendiciendo el fuego nuevo, después hemos encendido la luz nueva, en ese Cristo hemos encendido nosotros nuestra propia existencia; la vela que llevábamos en la mano, nuestro cirio, la luz nueva. Vamos a bendecir dentro de pocos minutos el agua nueva; vamos a consagrar dentro de pocos minutos el pan nuevo. Todo es nuevo. Lo que caracteriza la Pascua es lo nuevo.
¿No les parece mis queridos hermanos que es la noche propicia para que todos nosotros hagamos un compromiso bien sencillo y bien definitivo para ser totalmente hombres nuevos en Cristo Jesús por la potencia del Espíritu?
¿No les parece que lo que el mundo está esperando de nosotros los cristianos es que le reflejemos constantemente ese hombre nuevo al cual aspira la humanidad entera?
¿No es cierto que el mundo está ansiando ver en nosotros los cristianos al testigo de la vida y de la resurrección del Señor Jesús, al signo del Dios verdadero?
¿No es cierto que nos vamos a comprometer ustedes y yo esta noche al renovar las promesas bautismales a ser totalmente nuevos?
Vamos a bautizar una criaturita. Es una creación nueva, es un signo de lo que hemos sido hechos una vez, cuando nosotros fuimos incorporados al Misterio de la Muerte y de la Resurrección de Jesús por el Bautismo.
Esta noche teniendo los cirios encendidos en nuestras manos con más conciencia y más sentido de responsabilidad y de compromiso por lo que nos espera, vamos otra vez a comprometernos definitivamente con Cristo y con los hombres. Vamos a comprometernos… ¿saben a qué? A ser los hombres nuevos.
El hombre nuevo es el hombre de la luz.
El hombre nuevo es el hombre de la esperanza.
El hombre nuevo es el hombre de la comunión.
Hombre de la luz
El hombre nuevo es el hombre de la luz. Hemos empezado esta ceremonia, esta noche, bendiciendo el fuego que es luz, iluminando el Cristo Pascual que es luz, hemos entrado después en la oscuridad del templo llevando al Cristo que es luz; y siguiéndolo todos, en un determinado momento encendimos en el Cristo Pascual la luz y después nos fuimos pasando unos a otros la luz que habíamos prendido en el Cristo. ¿No les parece que eso es nuestra vida? Cristiano es aquel que un día ha sido iluminado en Cristo por el Bautismo. Vosotros erais tinieblas –dice san Pablo– y ahora sois luz en Cristo nuestro Señor, obrad como hijos de la luz, las obras de la luz son la justicia, la verdad y el amor.
Esta noche hemos vuelto a encender nuestro cirio en Cristo y nos lo hemos pasado. Es un signo de lo que tiene que ser nuestra vida. No se enciende la luz para que la guardemos o para que escondamos abajo de la mesa o de la cama. La luz se enciende para que ilumine, brillen las obras y los hombres glorifiquen al Padre que está en los cielos.
Queridos hermanos, uno de los signos de los tiempos que vivimos es la incertidumbre, la oscuridad y la búsqueda. Incertidumbre, oscuridad y búsqueda. Se buscan nuevas estructuras, se buscan nuevos caminos, se buscan nuevos métodos pastorales en la Iglesia. El obispo busca, y es la tortura y la cruz del obispo no saber encontrar los caminos nuevos. Busca el sacerdote, busca el laico, busca el político, buscan los hombres caminos nuevos. Buscamos estructuras nuevas. Todo eso es necesario pero necesitamos sobre todo hombres nuevos, hombres de luz.
¡Qué noche felicísima ésta! ¡Qué noche providencial para comprometernos de veras a ser luz ante los hombres! El cristiano tiene que ser luz. Brillar ante los hombres –dice el apóstol Pablo– como antorchas que son portadoras de la Palabra de la vida. Esta noche hemos escuchado con recogimiento y silencio la Palabra de Dios. No basta esto. Hay que rumiarla en silencio, hay que hacerla vida y después realizarla. La Palabra de Dios tiene que entrar en nosotros como luz que ilumina, como fuego que quema y que purifica, como viento que nos impulsa. Hay que ver qué pasa mañana, pasado y después. Es muy lindo proclamar que Cristo resucitó una noche como hoy. Es muy lindo testificar nuestra fe, anunciar nuestra esperanza y proclamar nuestra caridad en una noche como hoy en que todos nos sentimos envueltos en la claridad del Cristo Pascual. Pero hay que ver qué pasa el lunes, el martes y todos los días del año, cuando volvamos a clase, cuando volvamos al trabajo, cuando volvamos al relacionamiento cotidiano.
Esta noche cuando bendecía el fuego y después entrábamos con la luz, yo pensaba: ¡qué lindo, esto es lo cotidiano! El fuego es lo cotidiano. La luz es lo cotidiano. El agua es lo cotidiano. El pan es lo cotidiano. ¿No es lo cotidiano todo eso? El fuego, la luz, el agua y el pan.
Ser luz es lo cotidiano, mis queridos hermanos, sobre todo los jóvenes, ¡sobre todo los jóvenes! Yo creo que estamos viviendo en un momento particularmente difícil y comprometedor; en un momento también extraordinariamente rico y fecundo en que se pide el compromiso total de todos los cristianos, pero de un modo particular se está pidiendo el ser testigos de la luz a los jóvenes, ¡a los jóvenes! Que ellos vivan la transparencia, la claridad, el fuego de la luz, que vivan el fuego de la luz. Ser luz en el Señor. Ser luz en el Señor es vivir a través de la fe los acontecimientos de la historia, penetrar por la fe el paso del Señor en el mundo, comprometer la fe en lo cotidiano, en la vida, madurar la fe y realizarla, ser hombres de fe. ¡Muchachos, chicas, jóvenes, sean hombres de fe! ¡Testifiquen la fe, irradien la fe, proclamen la fe, realicen la fe, y sean ardientes luminosos testigos de Cristo que es la luz! Ser hombre nuevo es ser hombre de luz.
Hombre de la esperanza
Ser hombre nuevo es ser hombre de esperanza. Otro tema, mis queridos hermanos, que hace falta al hombre de hoy. Nos sentimos cansados, un poco desalentados, abatidos, pesimistas, tristes. Hay muchos motivos para ello, ¿no es cierto? Esta noche es la noche de la esperanza Pascual.
El programa de hoy inicia poniendo esta frase: “sábado, día de la esperanza Pascual”. Es que esta noche es la noche en que nuestros ánimos abatidos y aplastados y cansados tienen que resucitar con Cristo y vivir el gozo y la firmeza de la esperanza. No nos apoyamos en nosotros mismos, somos pobres y flojos y miserables y caemos. No nos apoyamos en los hombres, vemos como tambalean y cambian. Nos apoyamos únicamente en la LUZ, que es Cristo; nos apoyamos en la FIRMEZA, que es el Señor, el Cristo Señor de la historia; Él, que por la obediencia hasta la muerte y muerte de cruz, fue constituido Señor, el Kyrios, para la gloria de Dios Padre.
Entonces, por más que los horizontes sean muy oscuros, por más que el mundo nos presente un panorama por momentos demasiado pesimista, ¡no nos angustiemos, no seamos pesimistas, no dejemos que nos oprima el corazón el desaliento, no crucemos los brazos!
Pero ¿saben mis queridos hermanos, lo que es la esperanza? Esperar es caminar, es caminar hacia la Pascua. Venimos de la Pascua de Jesús, por eso esperamos, porque Cristo resucitó y es el Hombre Nuevo. Vamos caminando hacia la Pascua definitiva, hacia Cristo que viene; donde el hombre será definitivamente nuevo cuando sea revestido en el cuerpo de gloria de Jesús.
Vamos caminando. ¡Qué lindo es caminar! Pero no sentarnos a descansar oprimidos, aplastados, desalentados, pesimistas o llorones. No nos crucemos de brazos. No nos sintamos como los lastimosos discípulos de Emaús –nosotros esperábamos y ya va el tercer día y no pasa nada–. Contra la tentación del desaliento, que todo se rompe, que todo se pudre, que todo se quiebra, que nada en la Iglesia es claridad; contra la tentación, incluso, de mirar la Iglesia demasiado humanamente y de no encontrar nada limpio y puro e inmaculado, mis queridos hermanos, ESPERAR; sobre todo a los muchachos y las chicas, a los jóvenes, ellos que viven en la edad de la esperanza, que sean los luminosos y ardientes testigos de la Pascua, testigos de la Resurrección.
Esperar es caminar, esperar es comprometerse.
La esperanza es actividad, es creación; no es simplemente cruzarnos de brazos y esperar tiempos mejores. Cada uno de nosotros tiene que hacer algo: hombres nuevos, crear una sociedad nueva, crear un hombre nuevo, crear estructuras nuevas, no esperar que nos vengan caídas desde arriba. La esperanza es esencialmente compromiso, es actividad, es creación.
Hombre de la comunión
Y por último, la esperanza es fraternidad, es comunión de hermano. Es sentirse apoyados y seguros en el hermano que va caminando conmigo. Caminar por un destierro, caminar por un desierto, por un largo camino, solo, es un poco triste y un poco riesgoso, pero cuando nos sentimos que somos un pueblo de Dios que caminamos, ¡qué bueno! Sentirnos apoyados en el misterioso peregrino de Emaús que camina con nosotros; en Cristo: que nos dice una palabra de aliento, que nos abre las Escrituras y nos parte el pan. Sentirnos acompañados por nuestros hermanos que van al lado nuestro. Tener las dos manos ocupadas: con una nos agarramos de alguien que nos lleva, con la otra llevamos a alguien que necesita. No caminamos nunca solos. Para esperar hay que caminar juntos.
Noche de luz, noche de esperanza, noche de comunión. Queridos hermanos vamos a consagrar el pan. El pan es comunión. ¿No les parece que es necesario esta noche que el hombre nuevo que queremos ser tiene que comprometerse a vivir más en auténtica, en profunda, en definitiva comunión fraterna?
¿Nos ignoramos, ahora mismo nos ignoramos? Hemos venido esta noche con deseos muy grandes de que la luz nos inunde, de que la alegría nos inunde, de que la esperanza nos inunde, de que en nosotros algo cambie. Pero tal vez nos hemos olvidado de alguien que está necesitando luz, paz, gozo, esperanza. Ahora mismo, estamos sentados escuchando la palabra del sacerdote y estamos pensando en nosotros: que nos hace falta un poco más de firmeza, un poco más de claridad, un poco más de coraje, un poco más de amor, ¿pero a mi hermano? A lo mejor mi hermano puede necesitar algo de mí.
Hermanos, que nos comprometamos a ser más hermanos. ¿Por qué no nos amamos de veras? El mundo cambiaría mucho si los hombres fuéramos verdaderamente hermanos. Pero no hermanos simplemente por una sensibilidad humana. Hermanos porque tengamos capacidad para entender el sufrimiento de los demás y hacerlo nuestro; hermanos en un amor más profundo, en un amor que supone la justicia, en un amor que supone gritar contra la injusticia, en un amor que nos lleva a luchar por una auténtica liberación total del hombre. Esta noche es la noche de la liberación pascual, un amor que nos lleva a hacer que el pobre no sea tan pobre, a hacer que el hermano no se sienta tan cansado y desalentado y triste, a hacer que no sea tan marginado, a que viva más como hombre. ¿Por qué no nos comprometemos más a ser más hermanos?
Esta noche yo les deseo felicísimas Pascuas. Pero les deseo a ustedes y me deseo a mí una vida nueva. Es lo que el Apóstol Pablo nos dice: fuimos sepultados con Él en la muerte para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva.
Que seamos el hombre nuevo, es decir, el hombre luz, es decir, el hombre esperanza, es decir, el hombre comunión; y así, ¿saben qué haremos? Haremos la Iglesia que hoy el mundo necesita. ¡Haremos la Iglesia pascual, la Iglesia pascual! ¿No les parece que es esto lo que el mundo está esperando de nosotros los cristianos, que le mostremos una Iglesia que sea verdaderamente una Iglesia pascual?
Yo termino con esto, dejándoles esta inquietud y al mismo tiempo pidiéndoles este compromiso: que hagamos una Iglesia pascual.
En el documento de los jóvenes de Medellín, los obispos dijeron, como una respuesta a las inquietudes de los jóvenes que son reclamos y llamados de Dios, “queremos una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida con la liberación de todo el hombre y de todos los hombres”. Esta es la Iglesia que hoy el mundo quiere, esta es la Iglesia que haremos, la Iglesia pascual.
Que la Virgen nuestra Señora en cuyo corazón silencioso y pobre nació la Iglesia haga que esta noche nazca de nuevo la Iglesia en nosotros, una Iglesia pascual y que la irradiemos generosamente a los hombres. Que así sea.