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Viernes después de ceniza

Is 58,1-9a / Sal 50 / Mt 9,14-15

Homilía del 9 de marzo de 1984

Estamos en el tercer día de la Cuaresma. La Liturgia nos enseña que el camino penitencial de verdadera conversión con Cristo hacia la Pascua pasa necesariamente por la interioridad. Es un camino de interioridad. Es un camino por eso de mucha serenidad, de mucha paz, de mucha humildad, de mucha alegría. No es un camino de manifestaciones exteriores.

Hemos estado repitiendo en el salmo responsorial: Tú, Señor, aceptas un corazón penitente, esto es lo que te interesa. Entonces la preocupación de esta Cuaresma es que todos los días el corazón vaya cambiando, se vaya renovando, recreando, convirtiendo, hasta la gran conversión en la noche de la vigilia Pascual: un corazón nuevo. Un corazón penitente es un corazón que tiene conciencia de su pecado pero que no se angustia. Un corazón penitente es un corazón que ve su pobreza pero al mismo tiempo experimenta la bondad y la misericordia del Padre.

En la aclamación al Evangelio Jesús nos indica cuál es el camino por donde pasa el camino penitencial de la verdadera conversión. Haced penitencia, dice el Señor, porque el reino de los cielos está cerca. ¿Qué significa hacer penitencia? Cambiar. La palabra penitencia en términos bíblicos es cambiar el corazón. Creed en el Evangelio. Es la palabra que hemos utilizado el miércoles de ceniza al imponer la ceniza. Haced penitencia.

Puesto que se trata de un camino penitencial de interioridad se supone que es un camino que marcha particularmente en la misericordia, en la justicia, en la caridad para con los hermanos. La primera lectura de hoy es estupenda. Dios a través del profeta Isaías nos enseña cuál es el ayuno que Él quiere. No es el ayuno de doblar nuestras cabezas como un junco, doblar, usar saco y ceniza como cama. No, este no es el ayuno. El ayuno que quiero es este: desatar las cadenas injustas, quitar los lazos de un yugo injusto, poner en libertad a los oprimidos, romper todas las… Todo eso que también nosotros tenemos interiormente. No es necesario pensar en las injusticias de afuera. Pensar en nuestro corazón a veces oprimido por un rechazo, una rebeldía, una inconciencia.

Sigue diciendo: ¿no consiste acaso el ayuno que yo quiero en compartir el pan con el hambriento, el introducir en casa a los miserables que no tienen techo, en vestir al que está desnudo? Todo esto es el elemento central de la Cuaresma: la caridad hecha misericordia, vuelta hacia el prójimo. Por eso insisto mucho desde el principio de la Cuaresma en que lo que queremos formar es una comunidad, y en nuestro interior un corazón misericordioso, cordial, que vive en el amor.

Esta misma interioridad es la que nos recomienda Jesús en el ayuno. Se escandalizan porque los discípulos de Jesús no ayunan. Jesús dice: ¿y bueno qué significa ayunar? Ayunar es llorar al Esposo que se ha ido, pero cuando el Esposo está no hay por qué ayunar. Como queriendo decir que el verdadero ayuno y el verdadero espíritu de interioridad de Cuaresma es un vivir cada vez más hondamente con el Esposo, es decir, un vivir cada vez más hondamente con Jesús, un estar con Él. Yo creo que eso es lo que la liturgia de hoy nos enseña. Y es eso lo que vamos a pedir en esta Eucaristía que ofrecemos de un modo particular por Fani en este día aniversario de su vida. Damos gracias con ella al Señor por el don de la vida, por el don de la vida consagrada y por el don de la vida bautismal por supuesto. Por el don de la vida consagrada que es ofrenda a este Esposo que nos lo pide todo porque primero se ha dado todo. Lo pedimos por medio de María.

Homilía en la Abadía de Santa Escolástica del viernes 23 de febrero de 1996

La Iglesia hoy nos muestra el verdadero sentido del ayuno. La penitencia es necesaria en este tiempo cuaresmal. En la Oración hemos rezado al Señor para que la penitencia cuaresmal sea de acuerdo a una conversión interior: que el Señor nos vaya dando un corazón nuevo. Si el ayuno no va acompañado de esta conversión y este deseo de que el Señor nos vaya cambiando, no tiene sentido, por más que nos doblemos como juncos, dice el profeta Isaías.

La primera lectura nos conecta con el verdadero sentido del ayuno en la caridad y en la justicia. De nada vale que pretendamos convertir a Dios en instrumento de nuestros deseos, no haciendo lo que debiéramos hacer: obrando con justicia y con caridad. Todo queda resumido en definitiva en esta frase: comparte tu pan con el hambriento, y entonces la luz brillará sobre ti como la aurora. El verdadero ayuno nos tiene que llevar a una vida de generosa caridad para con el prójimo.

No ayunes si no estás dispuesto a obrar con justicia y con amor frente a tus hermanos. En tus obras de caridad habrá como un grito dentro de ti, y el Señor responderá: aquí estoy.

El Evangelio nos muestra también cuándo debemos ayunar. Los fariseos ayunaban por ayunar. En ellos, el ayuno era un fin. El ayuno es simplemente un medio. Por eso, también en estos días el ayuno lo hemos de tomar como una medicina corporal y espiritual, pero que nos lleve a vivir con más generosidad en el amor y con más perfección en la caridad. Si el ayuno impidiera en algo nuestra oración, no vale la pena. No es un ayuno hecho en Jesús, que es el Esposo. Es el sentido que el Señor quiere enseñar a los fariseos: mientras el Esposo está, no vale la pena ayunar. Vendrán días en que es necesario ayunar.

No quiere decir el Señor: entonces, que cada uno obre como le parezca. No, pero que subordine el ayuno a la oración y a la caridad. Que el ayuno sea siempre desde dentro: perfuma tu cabeza para que los demás no se enteren de tu ayuno.

Que el Señor nos haga vivir durante la Cuaresma la penitencia corporal, pero al mismo tiempo y sobre todo, la renovación interior en el amor y en la oración.

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