Pensamientos sobre la vida monástica
Benedicto XVI
¿Quién fue San Benito de Nursia?
La vida monástica en el ocultamiento tiene una razón de ser, pero un monasterio también tiene una finalidad pública en la vida de la Iglesia y de la sociedad: debe dar visibilidad a la fe como fuerza de vida. De hecho, cuando el 21 de marzo del año 547 san Benito concluyó su vida terrena, dejó con su Regla y con la familia benedictina que fundó, un patrimonio que ha dado frutos a través de los siglos y que los sigue dando en el mundo entero.
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Raíces evangélicas de la vida monástica
San Benito, hombre evangélico
Ya no vivir para sí mismos, sino para Cristo: esto es lo que da pleno sentido a la vida de quien se deja conquistar por él. Lo manifiesta claramente la historia humana y espiritual de san Benito que, tras abandonarlo todo, siguió fielmente a Jesucristo. Encarnando en su propia existencia el Evangelio, se convirtió en el iniciador de un amplio movimiento de renacimiento espiritual y cultural en Occidente.
Benedicto XVI. Homilía, 24.V.09
La Escritura, norma suprema
La vida consagrada hunde sus raíces en el Evangelio; en él, como en su regla suprema, se ha inspirado a lo largo de los siglos; y a él está llamada a volver constantemente para mantenerse viva y fecunda, dando fruto para la salvación de las almas.
En los inicios de las diversas expresiones de vida consagrada siempre se encuentra una fuerte inspiración evangélica… Por tanto, en el decurso de los siglos, seguir a Cristo sin componendas tal como se propone en el Evangelio ha constituido la norma última y suprema de la vida religiosa (cf. Perfectae caritatis, 2). San Benito, en su Regla, remite a la Escritura como “norma rectísima para la vida del hombre” (n. 73, 2-5) […]
Por tanto, corresponde en particular a los religiosos y a las religiosas “mantener viva en los bautizados la conciencia de los valores fundamentales del Evangelio” (ib., 33). Al hacerlo, su testimonio da a la Iglesia “un precioso impulso hacia una mayor coherencia evangélica” (ib., 3); más aún, podríamos decir que es una “elocuente, aunque con frecuencia silenciosa, predicación del Evangelio” (ib., 25).
Benedicto XVI. Discurso, 2.II.08
Los jóvenes guiados por el Evangelio
Queridos abades y abadesas, sois custodios del patrimonio de una espiritualidad anclada radicalmente en el Evangelio. “Per ducatum evangelii pergamus itinera eius”, dice san Benito en el Prólogo de su Regla. Precisamente esto os compromete a comunicar y dar a los demás los frutos de vuestra experiencia interior. Conozco y aprecio mucho la generosa y competente obra cultural y formativa que tantos monasterios vuestros llevan a cabo, especialmente en favor de las generaciones jóvenes, creando un clima de acogida fraterna que favorece una singular experiencia de Iglesia. En efecto, es de suma importancia preparar a los jóvenes para afrontar su futuro y responder a las múltiples exigencias de la sociedad teniendo como referencia constante el mensaje evangélico, que siempre es actual, inagotable y vivificante. Por tanto, dedicaos con renovado ardor apostólico a los jóvenes, que son el futuro de la Iglesia y de la humanidad. En efecto, para construir una Europa “nueva” es necesario comenzar por las nuevas generaciones, ofreciéndoles la posibilidad de aprovechar íntimamente las riquezas espirituales de la Liturgia, de la meditación y de la lectio divina.
Benedicto XVI. Discurso, 20.IX.08
Los monjes plasmados por la Palabra
La interpretación de la Sagrada Escritura quedaría incompleta si no se estuviera también a la escucha de quienes han vivido realmente la Palabra de Dios, es decir, los santos. En efecto, “viva lectio est vita bonorum”. Así, la interpretación más profunda de la Escritura proviene precisamente de los que se han dejado plasmar por la Palabra de Dios a través de la escucha, la lectura y la meditación asidua.
Ciertamente, no es una casualidad que las grandes espiritualidades que han marcado la historia de la Iglesia hayan surgido de una explícita referencia a la Escritura. Pienso, por ejemplo, en san Antonio, Abad, movido por la escucha de aquellas palabras de Cristo: “Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo” (Mt 19,21). No es menos sugestivo san Basilio Magno, que se pregunta en su obra Moralia: “¿Qué es propiamente la fe? Plena e indudable certeza de la verdad de las palabras inspiradas por Dios… ¿Qué es lo propio del fiel? Conformarse con esa plena certeza al significado de las palabras de la Escritura, sin osar quitar o añadir lo más mínimo”. San Benito se remite en su Regla a la Escritura, como “norma rectísima para la vida del hombre”.
[…] Por lo que se refiere a la vida consagrada, el Sínodo ha recordado ante todo que “nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida”. En este sentido, el vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte “en ‘exegesis’ viva de la Palabra de Dios”. El Espíritu Santo, en virtud del cual se ha escrito la Biblia, es el mismo que “ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla”, dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica.
Quisiera recordar que la gran tradición monástica ha tenido siempre como elemento constitutivo de su propia espiritualidad la meditación de la Sagrada Escritura, particularmente en la modalidad de la lectio divina. También hoy, las formas antiguas y nuevas de especial consagración están llamadas a ser verdaderas escuelas de vida espiritual, en las que se leen las Escrituras según el Espíritu Santo en la Iglesia, de manera que todo el Pueblo de Dios pueda beneficiarse. El Sínodo, por tanto, recomienda que nunca falte en las comunidades de vida consagrada una formación sólida para la lectura creyente de la Biblia.
Deseo hacerme eco una vez más de la gratitud y el interés que el Sínodo ha manifestado por las formas de vida contemplativa, que por su carisma específico dedican mucho tiempo de la jornada a imitar a la Madre de Dios, que meditaba asiduamente las palabras y los hechos de su Hijo (cf. Lc 2,19.51), así como a María de Betania que, a los pies del Señor, escuchaba su palabra (cf. Lc 10,38). Pienso particularmente en las monjas y los monjes de clausura, que con su separación del mundo se encuentran más íntimamente unidos a Cristo, corazón del mundo. La Iglesia tiene necesidad más que nunca del testimonio de quien se compromete a “no anteponer nada al amor de Cristo”. El mundo de hoy está con frecuencia demasiado preocupado por las actividades exteriores, en las que corre el riesgo de perderse. Los contemplativos y las contemplativas, con su vida de oración, escucha y meditación de la Palabra de Dios, nos recuerdan que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (cf. Mt 4,4). Por tanto, todos los fieles han de tener muy presente que una forma de vida como ésta “indica al mundo de hoy lo más importante, más aún, en definitiva, lo único decisivo: existe una razón última por la que vale la pena vivir, es decir, Dios y su amor inescrutable”.
Benedicto XVI. Verbum Domini nº 48.83
Vivir de la Palabra de Dios
Por un título especial, los religiosos, las religiosas y todas las personas consagradas viven de la Sabiduría de Dios, expresada en su Palabra. La profesión de los consejos evangélicos os ha configurado, queridos consagrados, con Aquel que, por nosotros, se hizo pobre, obediente y casto. Vuestra única riqueza -la única, verdaderamente, que traspasará los siglos y el dintel de la muerte- es la Palabra del Señor. Él ha dicho: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). Vuestra obediencia es, etimológicamente, una escucha, ya que el vocablo “obedecer” viene del latín obaudire, que significa tender el oído hacia algo o alguien. Obedeciendo, volvéis vuestra alma hacia Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6) y que os dice, como san Benito enseñaba a sus monjes: “Escucha, hijo mío, las instrucciones del maestro y prepara el oído de tu corazón” (Regla de San Benito, Prólogo). En fin, dejaos purificar cada día por Aquel que nos dice: “A todo sarmiento que da fruto, [mi Padre] lo poda, para que dé más fruto” (Jn 15,2). La pureza de la divina Palabra es el modelo de vuestra propia castidad; garantía de fecundidad espiritual.
Benedicto XVI. Homilía, 12.IX.08
Crecer en la cultura de las Bienaventuranzas
Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia necesita vuestro testimonio; necesita una vida consagrada que afronte con valentía y creatividad los desafíos de nuestro tiempo. Ante el avance del hedonismo se os pide el testimonio valiente de la castidad, como expresión de un corazón que conoce la belleza y el precio del amor de Dios. Ante la sed de dinero, que hoy domina casi por doquier, vuestra vida sobria y consagrada al servicio de los más necesitados recuerda que Dios es la riqueza verdadera que no perece. Ante el individualismo y el relativismo, que inducen a las personas a ser norma única para sí mismas, vuestra vida fraterna, capaz de dejarse coordinar y por tanto capaz de obediencia, confirma que ponéis en Dios vuestra realización. No se puede por menos de desear que la cultura de los consejos evangélicos, que es la cultura de las Bienaventuranzas, crezca en la Iglesia, para sostener la vida y el testimonio del pueblo cristiano.
El decreto conciliar Perfectae caritatis, de cuya promulgación celebramos este año el cuadragésimo aniversario, afirma que las personas consagradas “evocan ante todos los cristianos aquel maravilloso matrimonio, fundado por Dios y que se ha de manifestar plenamente en el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene como único esposo a Cristo” (n. 12). La persona consagrada vive en su tiempo, pero su corazón está proyectado más allá del tiempo y testimonia al hombre contemporáneo, a menudo absorbido por las cosas del mundo, que su verdadero destino es Dios mismo.
Benedicto XVI. Discurso, 10.XII.05
Redescubrir la belleza de los consejos evangélicos
Quisiera añadir una consideración adicional que va más allá de los consagrados y se dirige al conjunto de los miembros de las Iglesias orientales católicas. Se refiere a los consejos evangélicos, que caracterizan particularmente la vida monástica, a sabiendas de que esta misma vida religiosa ha sido determinante en el origen de numerosas Iglesias sui iuris, y sigue siéndolo en su vida actual. Me parece que se debería reflexionar con detenimiento y atención sobre los consejos evangélicos, obediencia, castidad y pobreza, para redescubrir hoy su belleza, la fuerza de su testimonio y su dimensión pastoral. No se puede regenerar interiormente a los fieles, a la comunidad creyente y a toda la Iglesia, si no hay un retorno decidido e inequívoco, cada uno según su vocación, al quaerere Deum, a la búsqueda de Dios, que ayuda a definir y vivir en verdad la relación con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Ciertamente, esto concierne a las Iglesias sui iuris, pero también a la Iglesia latina.
Benedicto XVI. Ecclesia in medio oriente nº 51-54
Responder al don de Dios
La austeridad [de San Columbano] nunca es fin en sí misma; es sólo un medio para abrirse libremente al amor de Dios y corresponder con todo el ser a los dones recibidos de él, reconstruyendo de este modo en sí mismo la imagen de Dios y, a la vez, cultivando la tierra y renovando la sociedad humana.
En sus Instrucciones dice: “Si el hombre utiliza rectamente las facultades que Dios ha concedido a su alma, entonces será semejante a Dios. Recordemos que debemos devolverle todos los dones que ha depositado en nosotros cuando nos encontrábamos en la condición originaria. La manera de hacerlo nos la ha enseñado con sus mandamientos. El primero de ellos es amar al Señor con todo el corazón, pues él nos amó primero, desde el inicio de los tiempos, antes aún de que viéramos la luz de este mundo”
(cf. Instr. XI).
Benedicto XVI. Catequesis, 11.VI.08
Comprometerse a una nueva forma de vida
La contribución característica de san Teodoro consiste en su insistencia en la necesidad del orden y de la sumisión por parte de los monjes. Durante las persecuciones, estos se habían dispersado, acostumbrándose a vivir cada uno según su propio criterio. Cuando se pudo restablecer la vida común, resultó necesario esforzarse a fondo para hacer que el monasterio volviera a constituir una auténtica comunidad orgánica, una verdadera familia o, como dice él, un verdadero “Cuerpo de Cristo”. En esa comunidad se realiza concretamente la realidad de la Iglesia en su conjunto.
Otra convicción de fondo de san
Teodoro era que, con respecto a los
seglares, los monjes asumen el compro-miso de observar los deberes cristianos con mayor rigor e intensidad. Por eso pronuncian una profesión especial, que pertenece a los hagiasmata (consa-graciones), y es casi un “nuevo bautismo”, del que es símbolo la toma de hábito. A diferencia de los seglares, es característico de los monjes el compromiso de pobreza, castidad y obediencia.
Dirigiéndose a los monjes, san Teodoro habla de manera concreta, en ocasiones casi pintoresca, de la pobreza, pero en el seguimiento de Cristo la pobreza es desde los inicios un elemento esencial del monaquismo e indica también un camino para todos nosotros. La renuncia a la propiedad privada, estar desprendido de las cosas materiales, así como la sobriedad y la sencillez, sólo valen de forma radical para los monjes, pero el espíritu de esta renuncia es igual para todos.
No debemos depender de la propiedad material; debemos aprender la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad. Sólo así puede crecer una sociedad solidaria y se puede superar el gran problema de la pobreza de este mundo. Por tanto, en este sentido, el signo radical de los monjes pobres también indica fundamentalmente un camino para todos nosotros. Cuando explica las tentaciones contra la castidad, san Teodoro no oculta sus propias experiencias y demuestra el camino de lucha interior para lograr el dominio de sí mismos y así el respeto del propio cuerpo y del cuerpo del otro como templo de Dios.
Pero las principales renuncias para él son las que exige la obediencia, pues cada uno de los monjes tiene su manera de vivir, y la integración en la gran comunidad de trescientos monjes implica realmente una nueva forma de vida, que él califica como el “martirio de la sumisión”. También en esto los monjes dan un ejemplo de cuán necesaria es la obediencia para nosotros mismos, pues tras el pecado original el hombre tiende a hacer su propia voluntad: el primer principio es la vida del mundo, y todo lo demás queda sometido a la propia voluntad. Pero de este modo, si cada quien sólo se sigue a sí mismo, el tejido social no puede funcionar.
Sólo aprendiendo a integrarse en la libertad común, compartiendo y sometiéndose a ella, aprendiendo la legalidad, es decir, la sumisión y la obediencia a las reglas del bien común y de la vida común, puede sanar una sociedad, así como el yo mismo de la soberbia que quiere ocupar el centro del mundo. De este modo san Teodoro ayuda con aguda introspección a sus monjes, y en definitiva también a nosotros, a comprender la verdadera vida, a resistir a la tentación de poner la propia voluntad como regla suprema de vida y a conservar la verdadera identidad personal -que es siempre una identidad junto con los demás-, así como la paz del corazón.
Benedicto XVI. Catequesis, 27.V.09
Del entusiasmo del inicio…
Pienso en las muchachas y en los jóvenes que lo dejan todo para entrar en monasterios y conventos de clausura. Es verdad -lo podemos decir con alegría-: también hoy el Señor sigue mandando obreros a su viña y enriqueciendo a su pueblo con muchas y santas vocaciones. Le damos las gracias por esto y le pedimos que al entusiasmo de las decisiones iniciales le siga el compromiso de la perseverancia en un auténtico camino de perfección ascética y espiritual, en un camino de verdadera santidad.
Benedicto XVI. Discurso, 18.II.08
…al compromiso de la fidelidad
Queridas hermanas, también vosotras, como otras familias religiosas, sufrís por la escasez de nuevas vocaciones, sobre todo en algunos países. No os desaniméis; al contrario, afrontad estas dolorosas situaciones de crisis con serenidad y con la convicción de que a cada uno no se le pide tanto el éxito cuanto el compromiso de la fidelidad. Lo que se debe evitar absolutamente es la falta de adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión. En cambio, perseverando fielmente en ella, se confiesa con gran eficacia también ante el mundo la firme confianza en el Señor de la historia, en cuyas manos están los tiempos y el destino de las personas, de las instituciones, de los pueblos, y en sus manos debemos ponernos también por lo que respecta a las actuaciones históricas de sus dones. Haced vuestra la actitud espiritual de la Virgen María, dichosa de ser “ancilla Domini”, totalmente disponible a la voluntad del Padre celestial.
Benedicto XVI. Discurso, 20.IX.08
La custodia del carisma
Si la célebre Biblioteca [del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial] custodia importantes ediciones de la Sagrada Escritura y de Reglas monásticas de varias familias religiosas, vuestra vida de fidelidad a la llamada recibida es también una preciosa manera de guardar la Palabra del Señor que resuena en vuestras formas de espiritualidad.
Benedicto XVI. Discurso, 19.VIII.11
La fidelidad cotidiana
Proseguid por este camino, fortaleciendo vuestra fidelidad a los compromisos asumidos, al carisma de vuestros respectivos institutos y a las orientaciones de la Iglesia local. Esta fidelidad, como sabéis, es posible a quienes se mantienen firmes en las fidelidades diarias, pequeñas pero insustituibles: ante todo, fidelidad a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios; fidelidad al servicio de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo, de acuerdo con el propio carisma; fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, comenzando por la enseñanza acerca de la vida consagrada; y fidelidad a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía, que nos sostienen en las situaciones difíciles de la vida, día tras día.
Benedicto XVI. Discurso, 10.XII.05
A ejemplo de María
Que cada día pronunciéis vuestro “sí” a los designios de Dios, con la misma humildad con la cual la Virgen santísima dijo su “sí”. Ella, que en el silencio acogió la Palabra de Dios, os guíe en vuestra cotidiana consagración virginal, para que en el ocultamiento experimentéis la profunda intimidad que ella vivió con Jesús.
Benedicto XVI. Homilía, 24.VI.10
Primacía de Dios
Nada anteponer al amor de Cristo
El monaquismo [es una] forma vitae que se ha inspirado siempre en la Iglesia primitiva, nacida en Pentecostés (cf. Hch 2, 42-47; 4, 32-35). (…) Christo omnino nihil praeponere (cf. Regla de san Benito 72, 11; san Agustín, Enarr. In Ps. 29, 9; san Cipriano, Ad Fort. 4). Esta expresión, que la Regla de san Benito toma de la tradición precedente, expresa muy bien el valioso tesoro de la vida monástica que se sigue practicando aún hoy tanto en el Occidente como en el Oriente cristiano. Es una invitación apremiante a plasmar la vida monástica hasta hacerla memoria evangélica de la Iglesia y, cuando se la vive de forma auténtica, es “ejemplaridad de vida bautismal” (cf. Juan Pablo II, Orientale lumen, 9). En virtud de la primacía absoluta reservada a Cristo, los monasterios están llamados a ser lugares en los que se realice la celebración de la gloria de Dios, se adore y se cante la presencia divina en el mundo, misteriosa pero real; se trata de vivir el mandamiento nuevo del amor y del servicio recíproco, preparando así la “revelación final de los hijos de Dios” (cf. Rm 8, 19).
Cuando los monjes viven el Evangelio de forma radical, cuando los que se dedican a la vida totalmente contemplativa cultivan en profundidad la unión esponsal con Cristo, de la que habla ampliamente la instrucción de esta Congregación “Verbi Sponsa”
(13 de mayo de 1999), el monaquismo puede constituir para todas las formas de vida religiosa y de consagración una memoria de lo que es esencial y tiene la primacía en toda vida bautismal: buscar a Cristo y no anteponer nada a su amor.
Benedicto XVI. Discurso, 20.XI.08
La búsqueda de Dios
Sin Dios el ser humano no se realiza plenamente ni puede ser verdaderamente feliz. De manera especial, vosotros, queridos monjes, debéis ser ejemplos vivos de esta relación interior y profunda con él, actuando sin compromisos el programa que vuestro fundador sintetizó en el “nihil amori Christi praeponere”, “no anteponer nada al amor de Cristo” (Regla 4, 21). En esto consiste la santidad, propuesta válida para todo cristiano, más que nunca en nuestra época, en la que se experimenta la necesidad de anclar la vida y la historia en firmes puntos de referencia espirituales. Por eso, queridos hermanos y hermanas, es muy actual vuestra vocación y es indispensable vuestra misión de monjes.
Benedicto XVI. Homilía, 24.V.09
El deseo de Dios
Con la oración [presentáis] ante el Altísimo las necesidades espirituales y materiales de muchos hermanos que pasan por dificultades, la vida perdida de cuantos se han alejado del Señor. ¿Cómo no sentir compasión por aquellos que parecen vagar sin meta? ¿Cómo no desear que en su vida acontezca el encuentro con Jesús, el único que da sentido a la existencia? El santo deseo de que el reino de Dios se instaure en el corazón de todo hombre, se identifica con la oración misma, como nos enseña san Agustín: “Ipsum desiderium tuum, oratio tua est; et si continuum desiderium, continua oratio”: “Tu deseo es tu oración; y si es deseo permanente, continuo, también es oración continua” (Ep. 130, 18-20); por esto, como fuego que arde y nunca se apaga, el corazón se mantiene despierto, no deja nunca de desear y eleva continuamente himnos de alabanza a Dios.
Por tanto, queridas hermanas, reconoced que en todo lo que hacéis, más allá de los momentos puntuales de oración, vuestro corazón sigue siendo impulsado por el deseo de amar a Dios. Con el obispo de Hipona, reconoced que el Señor es quien ha puesto en vuestro corazón su amor, deseo que dilata el corazón, hasta hacerlo capaz de acoger a Dios mismo (cf. Comentario al Evangelio de san Juan, tr. 40, 10). Este es el horizonte del peregrinar terreno. Esta es vuestra meta. Para esto habéis elegido vivir en el ocultamiento y renunciando a los bienes terrenos: para desear, por encima de todas las cosas, el bien que no tiene igual, la perla preciosa que, para llegar a poseerla, merece la pena renunciar a cualquier otro bien.
Benedicto XVI. Homilía, 24.VI.10
La sed de Dios
La vida consagrada, desde sus orígenes, se ha caracterizado por su sed de Dios: quaerere Deum. Por tanto, vuestro anhelo primero y supremo debe ser testimoniar que es necesario escuchar y amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que a cualquier otra persona o cosa. Este primado de Dios es de suma importancia precisamente en nuestro tiempo, en el que hay una gran ausencia de Dios. No tengáis miedo de presentaros, incluso de forma visible, como personas consagradas, y tratad de manifestar siempre vuestra pertenencia a Cristo, el tesoro escondido por el que lo habéis dejado todo. Haced vuestro el conocido lema que resumía el programa de san Benito: “No anteponer nada al amor de Cristo”.
Benedicto XVI. Discurso, 10.XII.05
La centralidad de Cristo
La meditación [de San Pedro Damián] sobre la figura de Cristo tiene reflejos prácticos significativos, al estar toda la Escritura centrada en él. El mismo “pueblo de los judíos -anota san Pedro Damián-, a través de las páginas de la Sagrada Escritura, en cierto modo ha llevado a Cristo sobre sus hombros” (Sermo XLVI, 15). Cristo, por tanto -añade-, debe estar en el centro de la vida del monje: “A Cristo se le debe oír en nuestra lengua, a Cristo se le debe ver en nuestra vida, se le debe percibir en nuestro corazón” (Sermo VIII, 5). La íntima unión con Cristo no sólo implica a los monjes, sino a todos los bautizados. Aquí encontramos una fuerte invitación, también para nosotros, a no dejarnos absorber totalmente por las actividades, por los problemas y por las preocupaciones de cada día, olvidándonos de que Jesús debe estar verdaderamente en el centro de nuestra vida.
Benedicto XVI. Catequesis, 9.IX.09
La pertenencia a Dios
La radicalidad evangélica es estar “arraigados y edificados en Cristo, y firmes en la fe” (cf. Col, 2,7), que en la Vida Consagrada significa ir a la raíz del amor a Jesucristo con un corazón indiviso, sin anteponer nada a ese amor (cf. San Benito, Regla, IV, 21), con una pertenencia esponsal […]. El encuentro personal con Cristo que nutre vuestra consagración debe testimoniarse con toda su fuerza transformadora en vuestras vidas; y cobra una especial relevancia hoy, cuando “se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza” (Mensaje para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011, 1). Frente al relativismo y la mediocridad, surge la necesidad de esta radicalidad que testimonia la consagración como una pertenencia a Dios sumamente amado.
Benedicto XVI. Discurso, 19.VIII.11
Que Cristo sea todo para nosotros
El secreto de la santidad es la amistad con Cristo y la adhesión fiel a su voluntad. “Cristo es todo para nosotros”, decía san Ambrosio; y san Benito exhortaba a no anteponer nada al amor de Cristo. Que Cristo sea todo para vosotros.
Especialmente vosotros, queridos seminaristas, ofrecedle a él lo más precioso que tenéis, como sugería el venerado Juan Pablo II en su Mensaje para esta Jornada mundial: el oro de vuestra libertad, el incienso de vuestra oración fervorosa, la mirra de vuestro afecto más profundo (cf. n. 4).
Benedicto XVI. Discurso, 19.VIII.05
El legado de San Benito
Ante todo, la oración, que es el legado más hermoso de san Benito a los monjes, […] a la que cada mañana la campana de san Benito invita a los monjes con sus toques graves es el sendero silencioso que nos conduce directamente al corazón de Dios; es la respiración del alma, que nos devuelve la paz en medio de las tormentas de la vida.
Benedicto XVI. Homilía, 24.V.09
Manos juntas
He aquí queridas hermanas, lo que el Papa espera de vosotras: que seáis antorchas ardientes de amor, “manos juntas” que velan en oración incesante, desprendidas totalmente del mundo, para sostener el ministerio de aquel a quien Jesús ha llamado a guiar su Iglesia. […]
No siempre tiene eco en la opinión pública el compromiso silencioso de quienes, como vosotras, tratan de poner en práctica con sencillez y alegría el Evangelio “sine glossa”, pero podéis estar seguras de que es verdaderamente extraordinaria la aportación que dais a la obra apostólica y misionera de la Iglesia en el mundo, y Dios seguirá bendiciéndoos con el don de muchas vocaciones, como ha hecho hasta ahora.
Benedicto XVI. Discurso, 15.IX.07
La amistad con el Señor
La existencia de santa Gertrudis sigue siendo una escuela de vida cristiana, de camino recto, y nos muestra que el centro de una vida feliz, de una vida verdadera, es la amistad con Jesús, el Señor. Y esta amistad se aprende en el amor a la Sagrada Escritura, en al amor a la Liturgia, en la fe profunda, en el amor a María, para conocer cada vez más realmente a Dios mismo y así la verdadera felicidad, la meta de nuestra vida.
Benedicto XVI. Catequesis, 6.X.10
Intensificar la amistad con el Señor en la Liturgia
La oración personal y litúrgica, especialmente la Liturgia de las Horas y la Santa Misa son el fundamento de la experiencia espiritual de santa Matilde de Hackeborn. Dejándose guiar por la Sagrada Escritura y alimentada con el Pan eucarístico, recorrió un camino de íntima unión con el Señor, siempre en plena fidelidad a la Iglesia. Esta es también para nosotros una fuerte invitación a intensificar nuestra amistad con el Señor, sobre todo a través de la oración diaria y la participación atenta, fiel y activa en la Santa Misa. La Liturgia es una gran escuela de espiritualidad.
Benedicto XVI. Catequesis, 29.IX.10
La Liturgia como educadora
El siervo de Dios Pablo VI, refiriéndose al culto de la Iglesia, con una expresión sintética afirmaba: “De la lex credendi pasamos a la lex orandi, y esta nos lleva a la lux operandi et vivendi”.
La Liturgia, culmen hacia el que tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo fuente de la que brota su virtud, con su universo celebrativo se convierte así en la gran educadora en la primacía de la fe y de la gracia.
Benedicto XVI. Discurso, 6.V.11
La Liturgia como prioridad
El Evangelio nos dice: Dios tiene la máxima prioridad. Así, pues, si algo en nuestra vida merece premura sin tardanza, es solamente la causa de Dios. Una máxima de la Regla de San Benito, reza: “No anteponer nada a la obra de Dios (es decir, al Oficio Divino)”. Para los monjes, la Liturgia es lo primero. Todo lo demás va después. Y en lo fundamental, esta frase es válida para cada persona. Dios es importante, lo más importante en absoluto en nuestra vida. […] Aprendamos a no dejarnos subyugar por todas las urgencias de la vida cotidiana. Queremos aprender la libertad interior de poner en segundo plano otras ocupaciones -por más importantes que sean- para encaminarnos hacia Dios, para dejar que entre en nuestra vida y en nuestro tiempo. El tiempo dedicado a Dios y, por Él, al prójimo, nunca es tiempo perdido. Es el tiempo en el que vivimos verdaderamente, en el que vivimos nuestro ser personas humanas.
Benedicto XVI. Homilía, 24.XII.09
No se anteponga nada al Oficio Divino
San Benito dispone concisamente que “no se anteponga nada al Oficio Divino” (Regla de San Benito 43, 3). Por eso, en un monasterio de inspiración benedictina, las alabanzas a Dios, que los monjes celebran como solemne plegaria coral, tienen siempre la prioridad. Ciertamente, gracias a Dios, no sólo los monjes oran; también lo hacen otras personas: niños, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, personas casadas y solteras; todos los cristianos oran o, al menos, deberían hacerlo.
En la vida de los monjes, sin embargo, la oración tiene una importancia especial: es el centro de su tarea profesional. En efecto, ejercen la profesión de orante. En la época de los Padres de la Iglesia, la vida monástica se definía como vida al estilo de los ángeles, pues se consideraba que la característica esencial de los ángeles era ser adoradores. Su vida es adoración. Esto debería valer también para los monjes. Ante todo, no oran por una finalidad específica, sino simplemente porque Dios merece ser adorado. “Confitemini Domino, quoniam bonus!”, “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”, exhortan varios Salmos (por ejemplo, Sal 106, 1). Por eso, esta oración sin finalidad específica, que quiere ser puro servicio divino, se llama con razón officium. Es el “servicio” por excelencia, el “servicio sagrado” de los monjes. Se ofrece al Dios trino que, por encima de todo, es digno “de recibir la gloria, el honor y el poder” (Ap 4, 11), porque ha creado el mundo de modo maravilloso y de modo aún más maravilloso lo ha renovado.
Al mismo tiempo, el officium de los consagrados es también un servicio sagrado a los hombres y un testimonio para ellos. Todo hombre lleva en lo más íntimo de su corazón, de modo consciente o inconsciente, la nostalgia de una satisfacción definitiva, de la máxima felicidad; por tanto, en el fondo, de Dios. Un monasterio en el que la comunidad se reúne varias veces al día para alabar a Dios testimonia que este deseo humano originario no cae en el vacío: Dios creador no nos ha puesto a los hombres en medio de tinieblas espantosas donde, andando a ciegas, deberíamos buscar desesperadamente un sentido último fundamental (cf. Hch 17, 27); Dios no nos ha abandonado en un desierto de la nada, sin sentido, donde, en definitiva, nos espera sólo la muerte. No. Dios ha iluminado nuestras tinieblas con su luz, por obra de su Hijo Jesucristo. En él Dios ha entrado en nuestro mundo con toda su “plenitud” (cf. Col 1, 19); en él, toda verdad, de la que sentimos nostalgia, tiene su origen y su culmen (cf. Gaudium et spes, 22). […]
Queridos hermanos en el ministerio sacerdotal y diaconal; queridos hermanos y hermanas en la vida consagrada, sé que se requiere disciplina; más aún, a veces también es preciso superarse a sí mismo para rezar fielmente el Breviario; pero mediante este officium recibimos al mismo tiempo muchas riquezas: ¡cuántas veces, al rezarlo, el cansancio y el abatimiento desaparecen! Y donde se alaba y se adora con fidelidad a Dios, no falta su bendición. Con razón se dice en Austria: “Todo depende de la bendición de Dios”.
Por consiguiente, vuestro servicio principal a este mundo debe ser vuestra oración y la celebración del Oficio Divino. Todo sacerdote, toda persona consagrada, debe tener como disposición interior “no anteponer nada al Oficio Divino”. La belleza de esta disposición interior se manifestará en la belleza de la Liturgia, hasta tal punto que donde cantamos, alabamos, exaltamos y adoramos juntos a Dios, se hace presente en la tierra un trocito de cielo. No es temerario afirmar que en una Liturgia totalmente centrada en Dios, en los ritos y en los cantos, se ve una imagen de la eternidad. De lo contrario, ¿cómo habrían podido nuestros antepasados construir, hace cientos de años, un edificio sagrado tan solemne como este? Aquí ya la sola arquitectura eleva nuestros sentidos hacia “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Co 2, 9).
En toda forma de esmero por la Liturgia, el criterio determinante debe ser siempre la mirada puesta en Dios. Estamos en presencia de Dios; él nos habla y nosotros le hablamos a él. Cuando, en las reflexiones sobre la Liturgia, nos preguntamos cómo hacerla atrayente, interesante y hermosa, ya vamos por mal camino. O la Liturgia es opus Dei, con Dios como sujeto específico, o no lo es. En este contexto os pido: celebrad la sagrada Liturgia dirigiendo la mirada a Dios en la comunión de los santos, de la Iglesia viva de todos los lugares y de todos los tiempos, para que se transforme en expresión de la belleza y de la sublimidad del Dios amigo de los hombres.
Por último, el alma de la oración es el Espíritu Santo. En verdad, cuando oramos, siempre es él quien “viene en ayuda de nuestra flaqueza, intercediendo por nosotros con gemidos inefables” (cf. Rm 8, 26). Confiando en estas palabras del apóstol san Pablo os aseguro, queridos hermanos y hermanas, que la oración surtirá en vosotros el efecto que una vez se expresaba llamando a los sacerdotes y a las personas consagradas simplemente Geistliche (personas espirituales). Mons. Sailer, obispo de Ratisbona, dijo en cierta ocasión que los sacerdotes deberían ser antes que nada personas espirituales. Me agradaría que volviera a usarse la expresión Geistliche. Pero, sobre todo, es importante que se haga realidad en nosotros lo que significa esa palabra: que en el seguimiento del Señor, en virtud de la fuerza del Espíritu, seamos personas “espirituales”.
Benedicto XVI. Discurso, 9.IX.07
La formación litúrgica
El Instituto litúrgico pontificio ha dado su contribución a la Iglesia comprometida en la recepción del Vaticano II, a lo largo de cincuenta años de formación litúrgica académica. Formación ofrecida a la luz de la celebración de los santos misterios, de la Liturgia comparada, de la Palabra de Dios, de las fuentes litúrgicas, del magisterio, de la historia de las instancias ecuménicas y de una sólida antropología. Gracias a este importante trabajo formativo, un elevado número de doctorados y licenciados prestan ya su servicio a la Iglesia en varias partes del mundo, ayudando al pueblo santo de Dios a vivir la Liturgia como expresión de la Iglesia en oración, como presencia de Cristo en medio de los hombres y como actualidad constitutiva de la historia de la salvación. De hecho, el documento conciliar pone en viva luz el doble carácter teológico y eclesiológico de la Liturgia. La celebración realiza al mismo tiempo una epifanía del Señor y una epifanía de la Iglesia, dos dimensiones que se conjugan en unidad en la asamblea litúrgica, donde Cristo actualiza el misterio pascual de muerte y resurrección, y el pueblo de los bautizados bebe más abundantemente de las fuentes de la salvación. En la acción litúrgica de la Iglesia subsiste la presencia activa de Cristo: lo que realizó a su paso entre los hombres, sigue haciéndolo operante a través de su acción sacramental personal, cuyo centro es la Eucaristía.
Benedicto XVI. Discurso, 6.V.11
Que la mente concuerde con la voz
En el ars celebrandi existen varias dimensiones. La primera es que la celebratio es oración y coloquio con Dios, de Dios con nosotros y de nosotros con Dios. […]
San Benito, en su “Regla”, hablando del rezo de los Salmos, dice a los monjes: “Mens concordet voci”. La vox, las palabras preceden a nuestra mente. De ordinario no sucede así. Primero se debe pensar y luego el pensamiento se convierte en palabra. Pero aquí la palabra viene antes. La sagrada Liturgia nos da las palabras; nosotros debemos entrar en estas palabras, encontrar la concordia con esta realidad que nos precede. […]
En la medida en que interioricemos la estructura [de la Liturgia], en que comprendamos esta estructura, en que asimilemos las palabras de la Liturgia, podremos entrar en consonancia interior, de forma que no sólo hablemos con Dios como personas individuales, sino que entremos en el “nosotros” de la Iglesia que ora; que transformemos nuestro “yo” entrando en el “nosotros” de la Iglesia, enriqueciendo, ensanchando este “yo”, orando con la Iglesia, con las palabras de la Iglesia, entablando realmente un coloquio con Dios.
Benedicto XVI. Discurso, 31.VIII.06
La Liturgia, fuente de fecundidad
Hemos rezado juntos la Hora media, una pequeña parte de la oración litúrgica que, como monjas de clausura, marca los ritmos de vuestras jornadas y os hace intérpretes de la Iglesia-Esposa, que se une de modo especial a su Señor. Por esta oración coral, que encuentra su culmen en la participación diaria en el sacrificio eucarístico, vuestra consagración al Señor en el silencio y en el ocultamiento se hace fecunda y rica en frutos, no sólo en relación al camino de santificación y de purificación personal, sino también respecto al apostolado de intercesión que lleváis a cabo en favor de toda la Iglesia, a fin de que comparezca pura y santa ante el Señor. Vosotras, que conocéis bien la eficacia de la oración, experimentáis cada día cuántas gracias de santificación puede obtener para la Iglesia.
Benedicto XVI. Homilía, 24.VI.10
La Liturgia abre a la belleza de Dios
Esto es importante: la fe no es sólo pensamiento, sino que implica a todo el ser. Dado que Dios se hizo hombre en carne y hueso, y entró en el mundo sensible, nosotros tenemos que tratar de encontrar a Dios con todas las dimensiones de nuestro ser. Así, la realidad de Dios, a través de la fe, penetra en nuestro ser y lo transforma. Por eso, Rabano Mauro concentró su atención sobre todo en la Liturgia, como síntesis de todas las dimensiones de nuestra percepción de la realidad. Esta intuición de Rabano Mauro lo hace extraordinariamente actual.
[…] De hecho, es lógico el interés de Rabano por la Liturgia, teniendo en cuenta que era ante todo un monje. Sin embargo, no se dedicó al arte de la poesía como fin en sí misma, sino que utilizó el arte y cualquier otro tipo de conocimiento para profundizar en la Palabra de Dios. […]
Creo que Rabano Mauro nos dirige hoy estas palabras: en el trabajo, con sus ritmos frenéticos, y en los tiempos de vacaciones, debemos reservar momentos para Dios. Abrirle nuestra vida dirigiéndole un pensamiento, una reflexión, una breve oración; y, sobre todo, no debemos olvidar el domingo como el día del Señor, el día de la Liturgia, para percibir en la belleza de nuestras iglesias, de la música sacra y de la Palabra de Dios, la belleza misma de Dios, dejándolo entrar en nuestro ser. Sólo así nuestra vida se hace grande, se hace vida de verdad.
Benedicto XVI. Catequesis, 3.VI.09
Amar la Palabra de Dios
El camino indicado por Dios para esta búsqueda [de Cristo] y para este amor es su Palabra misma, que en los libros de la Sagrada Escritura se ofrece en abundancia a la reflexión de los hombres. Por tanto, el deseo de Dios y el amor a su Palabra se alimentan recíprocamente y suscitan en la vida monástica la exigencia insuprimible del opus Dei, del studium orationis y de la lectio divina, que es escucha de la Palabra de Dios, acompañada por las grandes voces de la tradición de los Padres y de los santos; y es también oración orientada y sostenida por esta Palabra.
Benedicto XVI. Discurso, 20.XI.08
Guardar la Palabra de Dios
Os invito a vosotros, que habéis sido llamados a la sequela Christi en la vida religiosa en Oriente Medio, a que os dejéis seducir siempre por la Palabra de Dios, como el profeta Jeremías, y la guardéis en vuestro corazón como un fuego ardiente (cf. Jr 20,7-9). Ella es la razón de ser, el fundamento y la referencia última y objetiva de vuestra consagración. La Palabra de Dios es verdad. Al obedecerla, santificáis vuestras almas para amaros sinceramente como hermanos y hermanas (cf. 1 P 1,22).
Benedicto XVI. Ecclesia in medio oriente nº 51-54
Estudiar la Palabra de Dios
La sana tradición eclesial ha tenido siempre amor por el estudio de la “letra”. Baste recordar aquí que, en la raíz de la cultura monástica, a la que debemos en último término el fundamento de la cultura europea, se encuentra el interés por la palabra. El deseo de Dios incluye el amor por la palabra en todas sus dimensiones: “Porque, en la Palabra bíblica, Dios está en camino hacia nosotros y nosotros hacia él, hace falta aprender a penetrar en el secreto de la lengua, comprenderla en su estructura y en el modo de expresarse. Así, precisamente por la búsqueda de Dios, resultan importantes las ciencias profanas que nos señalan el camino hacia la lengua”.
Benedicto XVI. Verbum Domini nº 32
La Teología monástica
Los representantes de la teología monástica eran monjes, por lo general abades, dotados de sabiduría y de fervor evangélico, que se dedicaban esencialmente a suscitar y a alimentar el deseo amoroso de Dios. […]
En los monasterios del siglo XII el método teológico estaba vinculado principalmente a la explicación de la Sagrada Escritura, de la página sagrada, como decían los autores de ese periodo; se practicaba especialmente la teología bíblica. Todos los monjes escuchaban y leían devotamente las Sagradas Escrituras, y una de sus principales ocupaciones consistía en la lectio divina, es decir, en la lectura orante de la Biblia. Para ellos la simple lectura del texto sagrado no era suficiente para percibir su sentido profundo, su unidad interior y su mensaje trascendente. Por tanto, era necesario practicar una “lectura espiritual”, llevada a cabo en docilidad al Espíritu Santo. En la escuela de los Padres, la Biblia se interpretaba alegóricamente, para descubrir en cada página, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, lo que dice de Cristo y de su obra de salvación.
El Sínodo de los obispos del año pasado sobre la “Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia” recordó la importancia del enfoque espiritual de las Sagradas Escrituras. En este sentido, es útil tomar en consideración la herencia de la teología monástica, una ininterrumpida exégesis bíblica, como también las obras realizadas por sus representantes, valiosos comentarios ascéticos a los libros de la Biblia. A la preparación literaria la teología monástica unía la espiritual; es decir, era consciente de que no bastaba con una lectura puramente teórica y profana: para entrar en el corazón de la Sagrada Escritura, hay que leerla identificándose con el espíritu con el que fue escrita y creada. La preparación literaria era necesaria para conocer el significado exacto de las palabras y facilitar la comprensión del texto, afinando la sensibilidad gramatical y filológica. El estudioso benedictino del siglo pasado Jean Leclercq tituló así el ensayo con el que presenta las características de la teología monástica: L’amour des lettres et le désir de Dieu (El amor por las palabras y el deseo de Dios). Efectivamente, el deseo de conocer y de amar a Dios, que nos sale al encuentro a través de su Palabra que debemos acoger, meditar y practicar, lleva a intentar profundizar los textos bíblicos en todas sus dimensiones.
Hay otra actitud en la que insisten quienes practican la teología monástica: una íntima actitud orante, que debe preceder, acompañar y completar el estudio de la Sagrada Escritura. Puesto que, en resumidas cuentas, la teología monástica es escucha de la Palabra de Dios, no se puede dejar de purificar el corazón para acogerla y, sobre todo, no se puede dejar de encenderlo de fervor para encontrar al Señor. Por consiguiente, la teología se convierte en meditación, oración y canto de alabanza, e incita a una sincera conversión. No pocos representantes de la teología monástica alcanzaron, por este camino, las más altas metas de la experiencia mística, y constituyen una invitación también para nosotros a alimentar nuestra existencia con la Palabra de Dios, por ejemplo, mediante una escucha más atenta de las lecturas y del Evangelio, especialmente en la Misa dominical. Es importante también reservar cada día cierto tiempo para la meditación de la Biblia, a fin de que la Palabra de Dios sea lámpara que ilumine nuestro camino cotidiano en la tierra.
Benedicto XVI. Catequesis, 28.X.09
La dimensión trascendente del estudio
Los monjes percibieron con claridad esta dimensión trascendente del estudio y la enseñanza, que tanto contribuyó a la evangelización de estas islas. Me refiero a los benedictinos que acompañaron a San Agustín en su misión a Inglaterra; a los discípulos de San Columbano, que propagaron la fe por Escocia y el norte de Inglaterra; a San David y sus compañeros en Gales. Ya que la búsqueda de Dios, que está en el corazón de la vocación monástica, requiere un compromiso activo con los medios por los que Él se da a conocer -su creación y su Palabra revelada-, era natural que el monasterio tuviera una biblioteca y una escuela (cf. Discurso a los representantes del mundo de la cultura en el “Colegio de los Bernardinos” en París, el 12 de septiembre de 2008). La dedicación monacal al aprendizaje como senda de encuentro con la Palabra de Dios encarnada sentó las bases de nuestra cultura y civilización occidentales.
Benedicto XVI. Discurso, 17.IX.10
La Liturgia del trabajo
Para san Teodoro el Estudita, junto a la obediencia y la humildad, una virtud importante es la philergia, es decir, el amor al trabajo, en el que ve un criterio para comprobar la calidad de la devoción personal: quien es fervoroso en los compromisos materiales, quien trabaja con asiduidad -argumenta-, lo es también en los espirituales. Por eso, no admite que bajo el pretexto de la oración y de la contemplación, el monje se dispense del trabajo, incluido el trabajo manual, que en realidad, según él y según toda la tradición monástica, es un medio para encontrar a Dios. San Teodoro no tiene miedo de hablar del trabajo como del “sacrificio del monje”, de su “Liturgia”, incluso de una especie de Misa por la que la vida monástica se convierte en vida angélica. Y precisamente así el mundo del trabajo se debe humanizar y el hombre, a través del trabajo, se hace más hombre, más cercano a Dios. Merece la pena destacar una consecuencia de esta singular concepción: precisamente por ser fruto de una forma de “Liturgia”, el dinero que se obtiene del trabajo común no debe servir para la comodidad de los monjes, sino que debe destinarse a ayudar a los pobres. Así todos podemos ver la necesidad de que el fruto del trabajo es un bien para todos.
Benedicto XVI. Catequesis, 27.V.09
El monje
El monje vive para los demás
He aquí otro signo distintivo del cristiano: jamás es individualista. A lo mejor me diréis: pero si contemplamos, por ejemplo, a san Pedro Celestino, en la elección de la vida eremítica, ¿no se trataba tal vez de individualismo, de fuga de las responsabilidades? Cierto; esta tentación existe. Pero en las experiencias aprobadas por la Iglesia, la vida solitaria de oración y de penitencia está siempre al servicio de la comunidad, se abre a los demás, nunca se contrapone a las necesidades de la comunidad. Las ermitas y los monasterios son oasis y manantiales de vida espiritual de los que todos pueden beber. El monje no vive para sí, sino para los demás, y es por el bien de la Iglesia y de la sociedad que cultiva la vida contemplativa, para que la Iglesia y la sociedad siempre estén irrigadas de energías nuevas, de la acción del Señor. Queridos jóvenes: ¡Amad a vuestras comunidades cristianas, no tengáis miedo de comprometeros a vivir juntos la experiencia de fe! Quered mucho a la Iglesia: ¡os ha dado la fe, os ha permitido conocer a Cristo!
Benedicto XVI. Discurso, 4.VII.10
La vida contemplativa mantiene en vida a la Iglesia
La forma de vida contemplativa […] que habéis recibido en las modalidades de la clausura, os sitúa, como miembros vivos y vitales, en el corazón del Cuerpo místico del Señor, que es la Iglesia; y al igual que el corazón hace circular la sangre y mantiene en vida a todo el cuerpo, así vuestra existencia escondida con Cristo, tejida de trabajo y oración, contribuye a sostener a la Iglesia, instrumento de salvación para todo hombre que el Señor redimió con su sangre.
Benedicto XVI. Homilía, 24.VI.10
El movimiento monástico, un servicio de caridad
Contemplemos finalmente a los Santos, a quienes han ejercido de modo ejemplar la caridad. Pienso particularmente en Martín de Tours († 397), que primero fue soldado y después monje y obispo: casi como un icono, muestra el valor insustituible del testimonio individual de la caridad. A las puertas de Amiens compartió su manto con un pobre; durante la noche, Jesús mismo se le apareció en sueños revestido de aquel manto, confirmando la perenne validez de las palabras del Evangelio: “Estuve desnudo y me vestisteis… Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 36. 40). Pero ¡cuántos testimonios más de caridad pueden citarse en la historia de la Iglesia! Particularmente todo el movimiento monástico, desde sus comienzos con san Antonio Abad († 356), muestra un servicio ingente de caridad hacia el prójimo. Al confrontarse “cara a cara” con ese Dios que es Amor, el monje percibe la exigencia apremiante de transformar toda su vida en un servicio al prójimo, además de servir a Dios. Así se explican las grandes estructuras de acogida, hospitalidad y asistencia surgidas junto a los monasterios.
Benedicto XVI. Deus Caritas Est nº 40
En comunión con el Cuerpo de Cristo
Cualquiera que sea el estado canónico de vuestro Instituto religioso, mostraos disponibles para colaborar en espíritu de comunión con el obispo en la actividad pastoral y misionera. La vida religiosa es una adhesión personal a Cristo, Cabeza del Cuerpo (cf. Col 1,18; Ef 4,15), y refleja el vínculo indisoluble entre Cristo y su Iglesia. En este sentido, apoyad a las familias en su vocación cristiana y alentad a las parroquias para que se abran a las diversas vocaciones sacerdotales y religiosas. Esto contribuye a fortalecer la vida de comunión para el testimonio en el seno de la Iglesia particular. No dejéis de responder a los interrogantes de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, indicándoles la senda y el sentido profundo de la existencia humana.
Benedicto XVI. Ecclesia in medio oriente nº 51-54
El monasterio como oasis
Si pensamos en lo que ha surgido en torno a los monasterios; si vemos cómo en esos lugares han surgido y siguen surgiendo pequeños paraísos, oasis de la creación, resulta evidente que todo eso no son sólo palabras. Donde la palabra del Creador se ha entendido de modo correcto, donde ha habido vida con el Creador redentor, allí las personas se han comprometido en la tutela de la creación y no en su destrucción.
Benedicto XVI. Discurso, 6.VIII.08
Salvaguardia de la creación
El alma del monaquismo es la adoración, vivir al estilo de los ángeles. Sin embargo, al ser los monjes hombres de carne y sangre en esta tierra, al imperativo central “ora”, san Benito añadió un segundo: “labora”. Según el concepto de san Benito, así como de san Bernardo, no sólo la oración forma parte de la vida monástica, sino también el trabajo, el cultivo de la tierra de acuerdo con la voluntad del Creador. Así, a lo largo de los siglos, los monjes, partiendo de su mirada dirigida a Dios, han hecho que la tierra fuera acogedora y hermosa. Su labor de salvaguardia y desarrollo de la creación provenía precisamente de su mirada puesta en Dios. En el ritmo del ora et labora la comunidad de los consagrados da testimonio del Dios que en Jesucristo nos mira; y el hombre y el mundo, mirados por él, se convierten en buenos.
Benedicto XVI. Discurso, 9.IX.07
San Benito, maestro de civilización
San Benito fue ejemplo luminoso de santidad e indicó a los monjes como único gran ideal a Cristo; fue maestro de civilización que, proponiendo una equilibrada y adecuada visión de las exigencias divinas y de las finalidades últimas del hombre, tuvo siempre muy presentes también las necesidades y las razones del corazón, para enseñar y suscitar una fraternidad auténtica y constante, a fin de que en el conjunto de las relaciones sociales no se perdiera una unidad de espíritu capaz de construir y alimentar siempre la paz. […]
Siguiendo la escuela de san Benito, con el paso de los siglos, los monasterios se han convertido en centros fervientes de diálogo, de encuentro y de benéfica fusión entre personas diversas, unificadas por la cultura evangélica de la paz. Los monjes han sabido enseñar con la palabra y con el ejemplo el arte de la paz, sirviéndose de los tres “vínculos” que san Benito consideraba necesarios para conservar la unidad del Espíritu entre los hombres: la cruz, que es la ley misma de Cristo; el libro, es decir, la cultura; y el arado, que indica el trabajo, el señorío sobre la materia y sobre el tiempo.
Benedicto XVI. Homilía, 24.V.09
Ora et labora
En esta celebración resuena el eco de la exhortación de san Benito a mantener el corazón fijo en Cristo, a no anteponer nada a él. Esto no nos distrae; al contrario, nos impulsa aún más a comprometernos en la construcción de una sociedad donde la solidaridad se exprese mediante signos concretos. Pero ¿cómo? La espiritualidad benedictina, que conocéis bien, propone un programa evangélico sintetizado en el lema: ora et labora et lege, la oración, el trabajo y la cultura.
Benedicto XVI. Homilía, 24.V.09
Lo que la Iglesia espera del monaquismo hoy
Quienes entran en un monasterio buscan en él un oasis espiritual donde aprender a vivir como verdaderos discípulos de Cristo, en serena y perseverante comunión fraterna, acogiendo también a posibles huéspedes como a Cristo mismo (cf. Regla de san Benito, 53, 1). Este es el testimonio que la Iglesia pide al monaquismo también en nuestro tiempo. Invoquemos a María, Madre del Señor, la “mujer de la escucha”, que no antepuso nada al amor del Hijo de Dios nacido de ella, para que ayude a las comunidades de vida consagrada y especialmente a las monásticas a ser fieles a su vocación y misión.
Los monasterios han de ser cada vez más oasis de vida ascética, donde se perciba la fascinación de la unión esponsal con Cristo y donde la opción por lo Absoluto de Dios esté envuelta en un clima constante de silencio y de contemplación.
Benedicto XVI. Discurso, 20.XI.08
Crear espacios vitales de encuentro con el Señor
Hay gran necesidad de espacios vitales de encuentro con el Señor, en los cuales, a través de la oración y la contemplación, se recupere la serenidad y la paz consigo mismos y con los demás… Con libertad profética y sabio discernimiento, sed presencias significativas dondequiera que la Providencia os llame a estableceros, distinguiéndoos siempre por el equilibrio armonioso de oración y de trabajo que caracteriza vuestro estilo de vida.
Benedicto XVI. Discurso, 20.IX.08
Hospitalidad benedictina
Y ¿qué decir de la célebre hospitalidad benedictina? Es una peculiar vocación vuestra, una experiencia plenamente espiritual, humana y cultural. También aquí debe haber equilibrio: el corazón de la comunidad debe abrirse de par en par, pero los tiempos y los modos de la acogida han de ser bien proporcionados. Así podréis ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo la posibilidad de profundizar el sentido de la existencia en el horizonte infinito de la esperanza cristiana, cultivando el silencio interior en la comunión de la Palabra de salvación. Una comunidad capaz de auténtica vida fraterna, fervorosa en la oración litúrgica, en el estudio, en el trabajo, en la disponibilidad cordial hacia el prójimo sediento de Dios constituye el mejor impulso para despertar en el corazón, especialmente de los jóvenes, la vocación monástica y, en general, un fecundo camino de fe.
Benedicto XVI. Discurso, 20.IX.08
Oasis espiritual
Queridos hermanos, manifestad claramente a los hombres esta prioridad de Dios. Como oasis espiritual, un monasterio indica al mundo de hoy lo más importante, más aún, en definitiva, lo único decisivo: existe una razón última por la que vale la pena vivir, es decir, Dios y su amor inescrutable.
Queridos fieles, os pido que consideréis vuestras abadías y vuestros monasterios como lo que son y quieren ser siempre: no solamente lugares de cultura y de tradición, o incluso simples empresas económicas. Estructura, organización y economía son necesarias también para la Iglesia, pero no son lo esencial. Un monasterio es sobre todo un lugar de fuerza espiritual. Al llegar a uno de vuestros monasterios aquí, en Austria, se tiene la misma impresión de cuando, después de una caminata por los Alpes, que ha costado sudor, finalmente se puede uno refrescar en un arroyo que viene de un manantial. Aprovechad, pues, estos manantiales de la cercanía de Dios en vuestro país, apreciad las comunidades religiosas, los monasterios y las abadías, y recurrid al servicio espiritual que los consagrados están dispuestos a prestaros.
Benedicto XVI. Discurso, 9.IX.07
Pulmón de la sociedad
Vuestro monasterio se encuentra en el corazón de la ciudad. ¿Cómo no ver en esto casi el símbolo de la necesidad de hacer que la dimensión espiritual ocupe de nuevo el centro de la convivencia civil, para dar pleno sentido a las múltiples actividades del ser humano? Precisamente desde esta perspectiva, vuestra comunidad, junto con las demás comunidades de vida contemplativa, está llamada a ser una especie de “pulmón” espiritual de la sociedad, para que a toda la actividad, a todo el activismo de una ciudad, no le falte la “respiración” espiritual, la referencia a Dios y a su designio de salvación.
Este es el servicio que prestan en particular los monasterios, lugares de silencio y de meditación de la Palabra divina, lugares donde se preocupan por tener siempre la tierra abierta hacia el cielo.
Benedicto XVI. Discurso, 9.III.09
Puerta abierta a Dios
En un pasaje de un sermón en honor de María Magdalena, [Odón], el abad de Cluny nos revela cómo concebía la vida monástica: “María que, sentada a los pies del Señor, con espíritu atento escuchaba su palabra, es el símbolo de la dulzura de la vida contemplativa, cuyo sabor, cuanto más se gusta, tanto más induce al alma a desasirse de las cosas visibles y de los tumultos de las preocupaciones del mundo” (In ven. S. Mariae Magd., PL 133, 717). Es una concepción que Odón confirma y desarrolla en otros escritos suyos, de los que se trasluce su amor por la interioridad, una visión del mundo como realidad frágil y precaria de la que hay que desarraigarse, una inclinación constante al desprendimiento de las cosas consideradas como fuente de inquietud, una aguda sensibilidad por la presencia del mal en las diferentes categorías de hombres, una íntima aspiración escatológica. Esta visión del mundo puede parecer bastante alejada de la nuestra, y sin embargo la de Odón es una concepción que, viendo la fragilidad del mundo, valora la vida interior abierta al otro, al amor por el prójimo, y precisamente así transforma la existencia y abre el mundo a la luz de Dios.
Benedicto XVI. Catequesis, 2.IX.09
Modelo de sociedad
La presencia misma de la comunidad monástica […] constituye una constante llamada a Dios, una apertura hacia el cielo y una invitación a recordar que somos hermanos en Cristo.
Los monasterios tienen una función muy importante en el mundo, diría indispensable. Si en el medioevo fueron centros de saneamiento de los territorios pantanosos, hoy sirven para “sanear” el ambiente en otro sentido: a veces, de hecho, el clima que se respira en nuestras sociedades no es salubre, está contaminado por una mentalidad que no es cristiana, y ni siquiera humana, porque está dominada por los intereses económicos, preocupada sólo por las cosas terrenas y carente de una dimensión espiritual. En este clima no sólo se margina a Dios, sino también al prójimo, y las personas no se comprometen por el bien común. El monasterio, en cambio, es modelo de una sociedad que pone en el centro a Dios y la relación fraterna. Tenemos mucha necesidad de los monasterios también en nuestro tiempo.
Benedicto XVI. Discurso, 9.X.11
Paz de Cristo
¡Cuánta necesidad tiene la comunidad cristiana, y toda la humanidad, de gustar plenamente la riqueza y la fuerza de la paz de Cristo! San Benito fue su gran testigo, porque la acogió en su vida y la hizo fructificar en obras de auténtica renovación cultural y espiritual. Precisamente por eso, a la entrada de la abadía de Montecassino y de todos los monasterios benedictinos, figura como lema la palabra “Pax”. De hecho, la comunidad monástica está llamada a vivir según esta paz, que es el don pascual por excelencia. […]
La paz es en primer lugar don de Dios y, por tanto, su fuerza reside en la oración. Sin embargo, es un don encomendado al esfuerzo humano. La fuerza necesaria para ponerlo en práctica también se puede sacar de la oración. Por tanto, es fundamental cultivar una auténtica vida de oración para garantizar el progreso social en la paz. La historia del monaquismo nos enseña una vez más que un gran avance de civilización se prepara con la escucha diaria de la Palabra de Dios, que impulsa a los creyentes a un esfuerzo personal y comunitario de lucha contra toda forma de egoísmo e injusticia. Sólo aprendiendo, con la gracia de Cristo, a combatir y vencer el mal dentro de uno mismo y en las relaciones con los demás, se llega a ser auténticos constructores de paz y progreso civil.
Benedicto XVI. Regina Caeli, 24.V.09
Fraternidad y reconciliación
Este santo abad [Pedro el Venerable] constituye un ejemplo también para los monjes y los cristianos de nuestro tiempo, marcado por un ritmo de vida frenético, donde no son raros los episodios de intolerancia y de incomunicación, las divisiones y los conflictos. Su testimonio nos invita a saber unir el amor a Dios con el amor al prójimo, y a no cansarnos de reanudar relaciones de fraternidad y de reconciliación. Así actuaba Pedro el Venerable, que tuvo que dirigir el monasterio de Cluny en años no muy tranquilos por razones externas e internas a la abadía, consiguiendo ser al mismo tiempo severo y dotado de profunda humanidad. Solía decir: “De un hombre se podrá obtener más tolerándolo que irritándolo con quejas” (Ep. 172: l.c., p. 409). […]
Este santo monje es ciertamente un gran ejemplo de santidad monástica, alimentada en las fuentes de la tradición benedictina. Para él el ideal del monje consiste en “adherirse tenazmente a Cristo” (Ep. 53: l.c., p. 161), en una vida claustral caracterizada por la “humildad monástica” (ib.) y por la laboriosidad (Ep. 77: l.c., p. 211), así como por un clima de contemplación silenciosa y de alabanza constante a Dios. La primera y más importante ocupación del monje, según Pedro de Cluny, es la celebración solemne del Oficio Divino –“obra celestial y la más útil de todas” (Statuta, I, 1026)- acompañada con la lectura, la meditación, la oración personal y la penitencia observada con discreción (cf. Ep. 20: l.c., p. 40). De esta forma toda la vida queda penetrada de amor profundo a Dios y de amor a los demás, un amor que se manifiesta en la apertura sincera al prójimo, en el perdón y en la búsqueda de la paz. Para concluir, podríamos decir que aunque este estilo de vida, unido al trabajo cotidiano, constituye para san Benito el ideal del monje, también nos concierne a todos nosotros; puede ser, en gran medida, el estilo de vida del cristiano que quiere ser auténtico discípulo de Cristo, caracterizado precisamente por la adhesión tenaz a él, la humildad, la laboriosidad y la capacidad de perdón y de paz.
Benedicto XVI. Catequesis, 14.X.09
Vida comunitaria
Parte constitutiva de vuestra misión es, además, la vida comunitaria. Al esforzaros por formar comunidades fraternas, mostráis que gracias al Evangelio pueden cambiar también las relaciones humanas, que el amor no es una utopía, sino más bien el secreto para construir un mundo más fraterno.
Benedicto XVI. Discurso, 10.XII.05
Referencia para orientarse en la vida
Los fundadores de Sansepolcro idearon un modelo de ciudad arti-culado y lleno de esperanza para el futuro, en el que los discípulos de Cristo estaban llamados a ser el motor de la sociedad en la promoción de la paz, a través de la práctica de la justicia. Su valiente desafío se convirtió en realidad, con la perseverancia de un camino que, primero gracias al apoyo del carisma benedictino, y después de los monjes camaldulenses, ha proseguido durante generaciones. Fue necesario un fuerte compromiso para fundar una comunidad monástica y luego, en torno a la iglesia abacial, vuestra ciudad. No fue sólo un proyecto que marca el plan urbanístico del “Borgo” de Sansepolcro, porque la misma colocación de la catedral tiene un fuerte valor simbólico: es el punto de referencia a partir del cual cada uno puede orientarse en el camino, y sobre todo en la vida; constituye una fuerte llamada a mirar hacia las alturas, a elevarse de la cotidianidad para dirigir los ojos al cielo, en una continua tensión hacia los valores espirituales y hacia la comunión con Dios, que no aliena de lo cotidiano, sino que lo orienta y lo hace vivir de un modo aún más intenso. Esta perspectiva es válida también hoy para recuperar el gusto de la búsqueda de la “verdad”, para percibir la vida como un camino que acerca a la “verdad” y a la “justicia”.
Benedicto XVI. Discurso, 13.V.12
Signo de la vida eterna
Que los monjes y monjas, que consagran su vida a la oración, santificando las horas del día y de la noche, encomendando en sus plegarias las preocupaciones y necesidades de la Iglesia y la humanidad, recuerden permanentemente a todos la importancia de la oración en la vida de la Iglesia y de todo creyente. Que los monasterios sean también lugares donde los fieles puedan dejarse guiar en la iniciación a la oración.
La vida consagrada, contemplativa y apostólica, es una profundización de la consagración bautismal. En efecto, los monjes y monjas buscan seguir a Cristo de manera más radical mediante la profesión de los consejos evangélicos de obediencia, castidad y pobreza. La entrega sin reservas de sí mismos al Señor, y su amor desinteresado por todos los hombres, dan testimonio de Dios y son verdaderos signos de su amor por el mundo. Vivida como un don precioso del Espíritu Santo, la vida consagrada es un apoyo irremplazable para la vida y la pastoral de la Iglesia. En este sentido, las comunidades religiosas serán signos proféticos de la comunión en sus iglesias y en el mundo entero en la medida en que estén realmente fundadas en la Palabra de Dios, la comunión fraterna y el testimonio de la diaconía (cf. Hch 2,42). En la vida cenobítica, la comunidad o el monasterio tienen por vocación el ser lugar privilegiado de la unión con Dios y la comunión con el prójimo. Es el lugar donde la persona consagrada aprende a caminar siempre desde Cristo, para ser fiel a su misión con la oración y el recogimiento, y ser para todos los fieles un signo de la vida eterna, que ya ha comenzado aquí (cf. 1 P 4,7).
Benedicto XVI. Ecclesia in medio oriente nº 51-54
Anuncio del primado de Dios
En un mundo desacralizado y en una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del “sin sentido”, estáis llamados a anunciar sin componendas el primado de Dios y a realizar propuestas de posibles nuevos itinerarios de evangelización. El compromiso de santificación, personal y comunitaria, que queréis vivir y la oración litúrgica que cultiváis os habilitan para un testimonio de particular eficacia. En vuestros monasterios sois los primeros en renovar y profundizar diariamente el encuentro con la persona de Cristo, a quien tenéis siempre con vosotros como huésped, amigo y compañero. Por eso, vuestros conventos son lugares a donde hombres y mujeres, también en nuestra época, acuden para buscar a Dios y aprender a reconocer los signos de la presencia de Cristo, de su caridad, de su misericordia. Con humilde confianza no os canséis de compartir, con cuantos requieren vuestra asistencia espiritual, la riqueza del mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, dispuesto a abrazar en Cristo a toda persona. Así seguiréis dando vuestra valiosa contribución a la vitalidad y a la santificación del pueblo de Dios, según el carisma peculiar de san Benito de Nursia.
Benedicto XVI. Discurso, 20.IX.08
Anhelo de Dios
Que los centros monásticos sigan siendo ese faro que hace descubrir el íntimo anhelo de Dios que él ha puesto en cada corazón humano.
Benedicto XVI. Homilía, 11.XI.09
La misma vida del cielo
Quiero mencionar aquí un acontecimiento extraordinario de su vida, referido por su biógrafo san Gregorio Magno, que vosotros conocéis muy bien. Se podría decir que también el santo patriarca fue “elevado al cielo” en una indescriptible experiencia mística. […] San Benito no recibió este don divino para satisfacer su curiosidad intelectual, sino más bien para que el carisma que Dios le había dado tuviera la capacidad de reproducir en el monasterio la misma vida del cielo y restablecer en él la armonía de la creación a través de la contemplación y el trabajo. Por eso, con razón, la Iglesia lo venera como “eminente maestro de vida monástica” y “doctor de sabiduría espiritual en el amor a la oración y al trabajo”; “guía resplandeciente de pueblos a la luz del Evangelio” que, “elevado al cielo por una senda luminosa”, enseña a los hombres de todos los tiempos a buscar a Dios y las riquezas eternas por él preparadas (cf. Prefacio del santo en el suplemento monástico al Misal Romano, 1980).
Benedicto XVI. Homilía, 24.V.09
Pregustación de la felicidad eterna
Fue principalmente gracias al entusiasmo y al celo espiritual del monaquismo en plena expansión como se construyeron iglesias abaciales, en las que se podía celebrar la Liturgia con dignidad y solemnidad, y los fieles podían permanecer en oración, atraídos por la veneración de las reliquias de los santos, meta de incesantes peregrinaciones.
Así nacieron las iglesias y las catedrales románicas, caracterizadas por el desarrollo longitudinal -a lo largo- de las naves para acoger a numerosos fieles; iglesias muy sólidas, con gruesos muros, bóvedas de piedra y líneas sencillas y esenciales. La introducción de las esculturas representa una novedad. Al ser las iglesias románicas el lugar de la oración monástica y del culto de los fieles, los escultores, más que preocuparse de la perfección técnica, cuidaron sobre todo la finalidad educativa. Puesto que era preciso suscitar en las almas impresiones fuertes, sentimientos que pudieran incitar a huir del vicio, del mal, y a practicar la virtud, el bien, el tema recurrente era la representación de Cristo como juez universal, rodeado por los personajes del Apocalipsis. Por lo general esta representación se encuentra en los portales de las iglesias románicas, para subrayar que Cristo es la Puerta que lleva al cielo. Los fieles, al cruzar el umbral del edificio sagrado, entran en un tiempo y en un espacio distintos de los de la vida cotidiana. En la intención de los artistas, más allá del portal de la iglesia, los creyentes en Cristo, soberano, justo y misericordioso, podían saborear anticipadamente la felicidad eterna en la celebración de la Liturgia y en los actos de piedad que tenían lugar dentro del edificio sagrado.
Benedicto XVI. Catequesis, 18.X.09
La nueva Jerusalén
La visión de la nueva Jerusalén expresa la realización del deseo más profundo de la humanidad: el de vivir juntos en paz, ya sin la amenaza de la muerte, sino gozando de la plena comunión con Dios y entre nosotros. La Iglesia, y en particular la comunidad monástica, constituyen una prefiguración en la tierra de esta meta final. Es una anticipación imperfecta, marcada por límites y pecados y, por tanto, necesitada siempre de conversión y purificación; y, con todo, en la comunidad eucarística se pregusta la victoria del amor de Cristo sobre aquello que divide y mortifica.
Benedicto XVI. Homilía, 3.V.10
Vida en Dios
Queridas hermanas, la comunidad que formáis es un lugar donde podéis vivir en el Señor; es para vosotras la nueva Jerusalén, a la que suben las tribus del Señor a celebrar el nombre del Señor (cf. Sal 121, 4). Estad agradecidas a la divina Providencia por el don sublime y gratuito de la vocación monástica, a la que el Señor os ha llamado sin ningún mérito vuestro. Con Isaías, podéis afirmar: el Señor “me plasmó desde el seno materno para siervo suyo” (Is 49, 5). Antes de que nacierais, el Señor había reservado para sí vuestro corazón, a fin de colmarlo de su amor. Mediante el sacramento del Bautismo habéis recibido la gracia divina e, inmersas en su muerte y resurrección, habéis sido consagradas a Jesús, para pertenecerle exclusivamente a él.