¡Ven, Señor Jesús!
¡VEN, SEÑOR JESÚS!
Hoy: el salmo 79
“Despierta tu poder y ven a salvarnos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
El salmista se encuentra como una oveja perdida, sin pastor, caminando a la deriva, sin rumbo, sin poder escuchar el cayado del pastor para seguir sus pasos. Siente que Dios está ausente o dormido, que ya no lo acompaña. Por eso grita: “Despierta tu poder y ven a salvarnos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Es como si quisiera con este grito sacar a Dios de su actitud indiferente, para que vuelva a ser pastor del pueblo, su defensor.
“¡Despierta tu poder y ven!”Es el grito de Israel en el exilio, en una hora en que Dios parecía haberse retirado de la historia, una hora en que aparentemente sus promesas habían perdido vigencia, una hora en que Dios parecía dormir y haber dejado solo a Israel. Es como si le dijera: ¡Despierta tu poder y ven, muestra que también hoy estás presente! (Benedicto XVI)
Fue el grito de los discípulos en el lago de Genesaret, cuando la barca, sacudida por la tempestad se inundaba de agua mientras el Señor dormía en la misma barca: “¡Despierta, Señor, y ayúdanos! ¿No te importa que perezcamos?” (Mc 4,35).
“De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas, pero él estaba dormido. Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Y Jesús les dice: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y maravillados decían: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?”
¡Ven con tu poder!
En la Biblia el poder de Dios se manifiesta siempre en la debilidad del hombre. Cuando todo parece acabar, cuando parece que las fuerzas humanas disminuyen, que el enemigo es el más poderoso, Dios muestra todo su poder. En el primer libro de los Macabeos, por ejemplo, se nos narra un episodio en el que el pueblo de Israel queda reducido a la mínima expresión, el enemigo avanza hacia él con un ejército poderosísimo, diez veces más grande que él, y él no se atreve a combatir, tiene miedo porque se sienten débiles, en inferioridad de condiciones. Pero el jefe del ejército los alienta para que no desistan: “Al ver el pueblo de Israel el ejército que se les venía encima, dijeron a Judas, su jefe: ¿cómo podremos combatir, siendo tan pocos, con una multitud tan poderosa? Además estamos extenuados por no haber comido hoy en todo el día. Judas respondió: Es fácil que una multitud caiga en manos de unos pocos. A Dios le da lo mismo salvar con muchos o con pocos, que en la guerra no depende la victoria de la muchedumbre del ejército sino de la fuerza que viene del cielo” (1 Mac 3,17-19).
“Nada impide al Señor dar la victoria con pocos o con muchos” (1 Sam 14,6).
¡Despierta tu poder y ven, que brille tu rostro y nos salve!
Este clamor, Dios lo cumple al enviarnos a su Hijo. Cristo es el rostro del Padre y vino a salvarnos con el poder de la cruz.
¡Señor, te estoy llamando, ven de prisa, escucha mi voz cuando te llamo. Suba mi oración como incienso en tu presencia” (sal 140).
A lo largo de todo el adviento se va dando un diálogo constante entre el hombre que grita, que suplica a Dios que venga, que lo ayude, que lo salve, y Dios que le responde: “Yo, el Señor soy tu Dios, el que te sostengo de la mano derecha y te digo: “Yo, el Señor, soy tu Dios, el que te sostengo de la mano derecha y te digo: No temas, yo vengo en tu ayuda. No temas, yo vengo en tu ayuda, y soy tu redentor. (Is 41,13-20).
“Así habla el Señor, tu Redentor: Yo soy el Señor tu Dios, el que te instruye para tu bien, el que te guía por el camino de debes seguir”.
Despierta tu poder y ven. Esta petición nos atañe a nosotros mismos, pues podemos ver que es en nosotros donde Dios ha depositado en gran medida su sagrado poder a través de los santos sacramentos del bautismo, de la confirmación, y a través de su palabra, y que es en nosotros donde ese poder duerme. De modo que esta petición nos atañe: Señor, despiértanos de nuestra somnolencia, en la que no podemos percibirte, en la que ocultamos e impedimos que venga tu santo poder, ese poder que está en nosotros. Nosotros le pedimos: Ven hoy, Señor, ven a cada uno de nosotros, y ven así también a nuestro tiempo: de forma visible, histórica, nueva, como este tiempo lo necesita y como es adecuado a él. Sí, Señor, ven y ayúdanos a te que abramos las puertas, para que vayamos contigo en tus entradas.” (Benedicto XVI)