TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
Se celebra el 6 de agosto
Cristo pretende dar una muestra de lo que es; quiere impresionar a sus discípulos, pues poco antes les ha hablado de su pasión y volverá a hablar de ella enseguida. Son los últimos días de su misión en Galilea. Cristo va a trasladarse a Judea, donde sucederá el drama del fin del Evangelio, de la vida temporal del Señor. Cristo será crucificado. Y para que los discípulos no se aterroricen, encandalicen ni se turben por el tristísimo fin del Maestro, sino que conserven su fe, Cristo decide imprimir en sus almas la maravilla que hoy evocamos.
Esta escena del Evangelio pone frente a nosotros un problema de gran actualidad. La pregunta es la misma dirigida por Cristo, seis días antes del Tabor, a los apóstoles: ¿Quién decís que es el Hijo del hombre? ¿Sabemos quién es? ¿Sabríamos decirle unas palabras directas, exactas, llamarlo verdaderamente por su nombre; llamarlo Maestro, Pastor, invocarlo como luz del alma y repetirle: Tu eres el Salvador? Es decir, sentir que es necesario y que nosotros no nos podemos apartar de Él; pues es nuestra fortuna, nuestro gozo, nuestra felicidad, nuestra promesa y esperanza, nuestro camino, verdad y vida.
Es preciso que los ojos de nuestra alma queden deslumbrados, avasallados por tanta luz y nuestra alma prorrumpa en la aclamación de Pedro : “¡Qué hermoso es estar ante ti, Señor y conocerte!“
¡Si también nosotros pudiésemos encontrar, si fuésemos tan privilegiados como Pedro, Santiago y Juan! Pues bien, hijos, tendremos eta fortuna. No será sensible como en la Transfiguración luminosa, que ofuscó la mente y la vista de los apóstoles, pero su realidad se nos concederá hoy también a nosotros. Es preciso saber transfigurar con la mirada de la fe, los signos con que el Señor se nos presenta.
Hijos míos, acrecentad en vuestros corazones la fe en Cristo Jesús, sabed quién es Él verdaderamente, y pensad que su rostro esplendoroso es el sol de vuestras almas. Sentíos siempre iluminados por Él, luz del mundo, salvación nuestra.
Pablo VI
Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración
A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro “comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir… y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio, los otros no lo comprendieron mejor. En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús, sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le “hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén” (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: “Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle” (Lc 9, 35).
En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el Bautismo de Jesús “fue manifestado el misterio de la primera regeneración”: nuestro bautismo; la Transfiguración “es el sacramento de la segunda regeneración”: nuestra propia resurrección. Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo “el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22):
Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña. Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?
La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un “monte alto” prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: “la esperanza de la gloria” (Col 1, 27)
El simbolismo de la nube y de la luz
La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la trascendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí , en la Tienda de Reunión y durante la marcha por el desierto; con Salomón en la dedicación del Templo. Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. ö El es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre “con su sombra” para que ella conciba y dé a luz a Jesús. En la montaña de la Transfiguración es El quien “vino en una nube y cubrió con su sombra” a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y “se oyó una voz desde la nube que decía: ‘Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle'” (Lc 9, 34‑35). Es, finalmente, la misma nube la que “ocultó a Jesús a los ojos” de los discípulos el día de la Ascensión, y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento.
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