TESTIGOS DEL AMOR, CONSTRUCTORES DE LA PAZ, PROFETAS DE LA ESPERANZA (18 de agosto de 1985)
Mensaje a los jóvenes argentinos*
“Siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes” (I Pe. 3,15).
Queridos jóvenes, mis amigos:
a) Un encuentro nacional de jóvenes no es sólo hoy una maravillosa expansión de alegría, una provisoria ilusión de cambio rápido, un ilusionado compromiso de transformar rápidamente la historia. Hace falta calar más hondo: dejar al Espíritu de Dios que nos transforme y nos comprometa; pedir al Señor que cambie el corazón de los adultos y que madure en la fidelidad el corazón ardiente de los jóvenes. Y esperar contra toda esperanza la insustituible y lenta transformación de las personas, para llegar a la insustituible y rápida transformación de las estructuras. Decíamos los Obispos en Medellín: “No tendremos un continente nuevo sin nuevas y renovadas estructuras; sobre todo, no habrá continente nuevo sin hombres nuevos, que a la luz del Evangelio sepan ser verdaderamente libres y responsables” (Med. I, 13). La hora actual exige de nosotros una serena, honda y gozosa conversión. Convertidos serenos, equilibrados, comprometidos, con humilde deseo de participación y comunión. Y con la esperanza de que les dejen obrar. “Hombres nuevos” –hombres justos y fraternos, hombres libres y pacificadores, hombres limpios y comprometidos, hijos de Dios y hermanos de los hombres-: los jóvenes tienen en sus manos (y, sobre todo, en su corazón) la posibilidad de serlo y la responsabilidad de hacerlo.
Quiero recordar otro texto de Medellín, muy significativo para los jóvenes puesto que pertenece al Documento eclesial sobre la Juventud. En las recomendaciones pastorales los Obispos pedíamos: “Que se presente cada vez más nítido en Latinoamérica el rostro de una Iglesia pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres” (Med. 15). ¡Cuánto examen de conciencia para nosotros los hombres de Iglesia: Obispos y sacerdotes, religiosos y laicos, jóvenes y adultos!
b)Este mensaje mío -breve, concreto, evangélico no pretende ser una nueva enseñanza a los jóvenes-. Es ante todo, una fraterna y ardiente invitación a los jóvenes argentinos a que acojan con valentía y coraje, con alegría y disponibilidad evangélica, el desafío propuesto por los Obispos Argentinos en su carta: “Construir en nuestra patria una nueva civilización del amor”. Con todo lo que ella importa de fidelidad a Cristo, de búsqueda de valores esencialmente humanos y cristianos, de compromiso de renovación y conversión. Con una fuerte dosis de coraje y de esperanza. Lo mío quiere ser el simple testimonio de un hombre que ha vivido, ha sufrido, ha amado mucho.
c)No tengo otro titulo para hablar a los jóvenes argentinos, más que mi amor por el país, mi pasión por los jóvenes y mi fuerte esperanza de que habrá de construirse -con el esfuerzo de todos- una nueva civilización: “la civilización del amor”. Dios está en el comienzo de la obra. Jesús nos abre de nuevo la radicalidad posible de su Evangelio. El Espíritu Santo nos introduce en la plenitud de la verdad y del amor, y nos reviste de inquebrantable firmeza para las cosas humanamente imposibles. María nos hace más cercano, más luminoso y más sereno nuestro camino. Hablar a los jóvenes hoy no es tomar postura de maestros, sino sencillas y humildes propuestas de testigos, de hermanos y de amigos. Sin renunciar a nuestra condición de maestros y de padres.
Lo importante no es condenar los caminos malos, sino proponer otros nuevos. Lo esencial no es convertirse en maestro de los jóvenes, sino en generoso amigo de la ruta. Hoy la Iglesia quiere buscar, proponer y acompañar a los jóvenes en un mismo camino de esperanza. Es una propuesta y una responsabilidad. Lo dicen los Obispos Argentinos: “Como pastores, deseamos acompañarlos, y caminar junto a ustedes en la búsqueda de la verdad, para poder así renovar nuestras vidas y transformar nuestra sociedad”.
Permítanme que les asegure lo siguiente: mi sola autoridad hoy para hablar a los jóvenes argentinos -no siendo ya joven y no habiendo estado en el país desde hace 10 años- es la humildad con que he buscado siempre la verdad y la sinceridad con que he tratado de amar a Jesucristo y servir a mis hermanos. Sinceridad de búsqueda, de amor y de servicio, que ha marcado privilegiadamente mi vida con la cruz y la alegría de la Pascua. Por eso he hablado siempre de esperanza. Y hoy quiero volver sobre el mismo tema: sin palabras nuevas, sin pretensión de análisis nuevos de la realidad, sin propuestas originariamente nuevas. Sólo quiero hablar desde la “novedad pascual” que nos trae cotidianamente Cristo y en la que algunos ya vamos entrando en forma definitiva.
Mi respuesta se articula sobre tres palabras que son válidas para todo joven (creyente o no, pero que busca con sincero corazón). Desde la fe estas palabras adquieren naturalmente un sentido más hondo y esencial: el amor, la paz, la esperanza. Con ello quisiera presentar algunas líneas para la espiritualidad del joven. “Se hace necesario elaborar creativamente una espiritualidad juvenil de al acción” (Carta de los Obispos argentinos). Espiritualidad que se centra en Jesús -Palabra y sacramento- y que está fuertemente marcada por María. Espiritualidad de oración y de compromiso.
I.- Jóvenes, testigos del amor
(cf. Las Bienaventuranzas: Mt, 5, 1-12)
No hay periodo más lindo en la vida para experimentar, vivir y comunicar el amor que el de la juventud. No hay tiempo más apto para hacer las opciones fundamentales (elección de estado, descubrimiento de la vocación, opción por una misión) que determinen y manifiesten el amor.
– El amor es sorprendentemente nuevo y creativo (es Dios quien nos va amando en Cristo y transformando en el Espíritu). La vida de un joven es serena, segura, feliz, cuando experimenta a Dios como Amor y se siente invitado cotidianamente a dejarse transformar en “hombre nuevo” y comprometido a construir una nueva civilización.
– El amor es comunión y solidaridad, participación y servicio. La felicidad del hombre es sentirse útil con capacidad para crear espacios de amor, destruir barreras de separación y de odio, de violencia y opresión. Crear espacios de comunión.
– El amor es maravillosamente fecundo: tiene fuerza para ir creando comunidades fraternas, sufridas, comprometidas. El dolor del hombre no se suprime pero se ilumina con el amor del hermano, sobre todo con le amor de Dios.
Todo está en “creer en el amor” y en “entregarse al amor”. El camino del amor está señalado en las Bienaventuranzas: los pobres, los que tienen hambre y sed de justicia, los que trabajan por la paz. Los misericordiosos, los que sufren, los que tienen el corazón limpio.
II.- Jóvenes, constructores de la paz
(cf. La vocación: Mc. 10, 17-22)
– “Felices los operadores de la paz”
– “Los jóvenes y la paz caminan juntos”
Es evidente que la paz -la armonía del orden- depende en gran parte de los jóvenes. Los adultos podemos proponer y acompañar, pero la paz de la humanidad está en la mente y en la acción de los jóvenes. Son la esperanza de la Iglesia y del mundo: el futuro está en ellos (en su generosidad o en su pasivismo y evasión). Pero “la armonía del orden” -en que consiste la paz- es fruto necesario de la sabiduría y de la experiencia de los adultos. Necesidad de caminar juntos.
– la paz verdadera supone siempre (cada vez más honda y progresivamente) estas tres cosas:
- que la paz nace dentro del corazón
- que la paz la hacemos cotidianamente todos
- que la paz es fruto de la verdad y la justicia, de la libertad y el amor.
III.- Jóvenes, profetas de la esperanza
(cf. El camino de Emaús: Lc. 24, 13-35)
No comunicadores de pesimismo, tristeza y desaliento; sino testigos de la alegría y seguridad del Resucitado.
– La esperanza como camino y compromiso comunitario.
– La esperanza como confianza en Dios y en el hombre. Confianza en la Iglesia (comunidad de hijos y hermanos).
– La esperanza como testimonio de la Iglesia. Pueblo de Dios. Una Iglesia testigo de esperanza es una Iglesia pobre, orante, comprometida.
Conclusión:
1.-Es la hora de la esperanza: de la revelación del amor y de la respuesta en la disponibilidad. Pobreza y contemplación.
2.- Amar profundamente a Dios y su Palabra, a su Iglesia y su Misterio, a la cruz y la esperanza de los hombres. ¡Misterio pascual!
3.- Lo entregamos todo a María:
– la Mujer Nueva, la madre del Hombre Nuevo
– la Madre de la nueva civilización (de la verdad y la justicia, de la libertad y el amor)
– la Madre que supo comprender y aceptar su hora. Y así hacer posible la redención de los hombres y la transformación del mundo.
Eduardo Card. Pironio
*Roma, 18 de agosto de 1985