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Tendrán una alegría que nadie les podrá quitar

Textos Charla III Tiempo Pascual 2023
Tendrán una alegría que nadie les podrá quitar

También ustedes estarán tristes ahora, pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y esta alegría nadie se las podrá quitar (Jn 16,22).

 

Existen diversos grados de felicidad (de alegría). El más alto, el más noble es cuando el hombre encuentra su satisfacción en la posesión de un bien conocido y amado. El hombre experimenta la alegría cuando se halla en armonía con la naturaleza y sobre todo en el encuentro y la comunión con los demás. Conoce la alegría y felicidad espirituales cuando su espíritu entra en posesión de Dios, conocido y amado como bien supremo e inmutable. El hombre posee una cierta luz interior que le permite experimentar de alguna manera la alegría de Dios.

Santo Tomás

 

¿Cómo no ver a la vez que la alegría es siempre imperfecta, frágil, quebradiza? Por una extraña paradoja, la verdadera felicidad incluye también la certeza de que no hay dicha perfecta. La experiencia de la finitud, que cada generación vive por su cuenta, obliga a constatar y a sondear la distancia inmensa que separa la realidad del deseo de infinito. Esta paradoja y esta dificultad de alcanzar la alegría son agudas en nuestros días. La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones  de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tiene otro origen. Es espiritual.

Pablo VI

 

todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o las grandes de la vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman. Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre nosotros su amor, para colmarnos de su presencia y su gracia. Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy amado, tengo un puesto en el mundo y en la historia, soy amado personalmente por Dios. Y si Dios me acepta, me ama y estoy seguro de ello, entonces sabré con claridad y certeza que es bueno que yo sea, que exista.

Benedicto XVI

 

Tenemos necesidad más que nunca de esperar la alegría, de conocerla, de escuchar su canto. Tenemos que aprender a gustar simplemente las múltiples alegrías humanas que el Creador pone en nuestro camino. La alegría exaltante de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría austera del trabajo esmerado; la alegría y satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio. La alegría cristiana supone un hombre capza de alegrías naturales.

Pablo VI

 

Jesús ha experimentado en su humanidad todas nuestras alegrías, alegrías sencillas y cotidianas que están al alcance de todos. La profundidad de su vida interior no ha desvirtuado la claridad de su mirada ni de su sensibilidad.

Pablo VI

 

El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Ser cristianos es «gozo en el Espíritu Santo», porque al amor de caridad le sigue necesariamente el gozo, pues todo amante se goza en la unión con el amado. De ahí que la consecuencia de la caridad sea el gozo.  Si dejamos que el Señor nos saque de nuestro caparazón y nos cambie la vida, entonces podremos hacer realidad lo que pedía san Pablo: Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos.

Papa Francisco

 

María, que supo descubrir la novedad que Jesús traía, cantaba: Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, y el mismo Jesús «se llenó de alegría en el Espíritu Santo. Cuando él pasaba «toda la gente se alegraba. Después de su resurrección, donde llegaban los discípulos había una gran alegría. A nosotros, Jesús nos da una seguridad: Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría.  Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.

Hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que «se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Es una seguridad interior, una serenidad esperanzada que brinda una satisfacción espiritual incomprensible para los parámetros mundanos.

Papa Francisco

 

Dios ama al que da con alegría. El amor fraterno multiplica nuestra capacidad de gozo, ya que nos vuelve capaces de gozar con el bien de los otros: Alegraos con los que están alegres. Nos alegramos siendo débiles, con tal de que vosotros seáis fuertes. En cambio, si nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir con poca alegría.

Papa Francisco

 

La aspiración a la alegría está grabada en lo más íntimo del ser humano. Más allá de las satisfacciones inmediatas y pasajeras, nuestro corazón busca la alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar «sabor» a la existencia. Y esto vale sobre todo para vosotros, porque la juventud es un período de un continuo descubrimiento de la vida, del mundo, de los demás y de sí mismo. Es un tiempo de apertura hacia el futuro, donde se manifiestan los grandes deseos de felicidad, de amistad, del compartir y de verdad; donde uno es impulsado por ideales y se conciben proyectos.

Cada día el Señor nos ofrece tantas alegrías sencillas: la alegría de vivir, la alegría ante la belleza de la naturaleza, la alegría de un trabajo bien hecho, la alegría del servicio, la alegría del amor sincero y puro. Y si miramos con atención, existen tantos motivos para la alegría: los hermosos momentos de la vida familiar, la amistad compartida, el descubrimiento de las propias capacidades personales y la consecución de buenos resultados, el aprecio que otros nos tienen, la posibilidad de expresarse y sentirse comprendidos, la sensación de ser útiles para el prójimo. Y, además, la adquisición de nuevos conocimientos mediante los estudios, el descubrimiento de nuevas dimensiones a través de viajes y encuentros, la posibilidad de hacer proyectos para el futuro. También pueden producir en nosotros una verdadera alegría la experiencia de leer una obra literaria, de admirar una obra maestra del arte, de escuchar e interpretar la música o ver una película.

Benedicto XVI

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