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Señor, que tu misericordia descienda sobre nosotros. Salmo 32.

6ta Charla de Cuaresma:

SEÑOR, QUE TU MISERICORDIA DESCIENDA SOBRE NOSOTROS. SALMO 32.

Entramos en una semana absolutamente distinta, separada, santa, se llama la Semana Santa o semana grande, sin duda la más importante del año, donde vamos a celebrar el corazón de nuestra fe que es la muerte y la resurrección de Jesús. El misterio de Jesús nos toca a cada uno. Todo el año apunta a esta solemnidad y por eso tuvo una gran preparación que fue la Cuaresma. 

Dios, este año nos tenía preparada una Semana Santa absolutamente particular, única, quizá nunca más halla una así… en el mundo entero. Por eso, no debemos dejarla pasar. Como empezábamos diciendo al principio de la Cuaresma: Este es el tiempo de la gracia, este es el día de la salvación, no recibamos en vano la gracia de Dios. Como esta Cuaresma fue única, también lo tiene que ser esta Semana.

En esta semana hacemos un salto cualitativo, inmenso. Hasta ahora en Cuaresma habíamos intentado ser más fieles en el seguimiento de Cristo, convertirnos, crecer en la fidelidad a Cristo, en el amor a los hermanos, en la esperanza, ahora dejamos de mirarnos a nosotros mismos para centrar toda nuestra mirada en el Señor. Ahora ya no importamos nosotros, lo único que importa es el Señor, mirarlo a Él, acompañarlo a Él, morir con Él para resucitar con Él. Contemplar a Cristo, al Padre, su inmenso amor por nosotros. Pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a comprender un poquito más la inmensidad de este misterio. La Iglesia, cada uno de nosotros, somos miembros del cuerpo de Cristo y Cristo es la cabeza, u otra imagen es la Iglesia como esposa de Cristo, por eso la importancia de la profunda comunión con Cristo en estos días en los que se consuma su entrega por nosotros. En estos días no debemos pasar de una celebración a la otra, sino que debemos dejarnos atravesar por la memoria de la ofrenda de Cristo a su Padre, “a fin de que nuestra vida no sea más para nosotros mismos, sino para Él que murió y resucitó por nosotros” (IV Plegaria Eucarística).

Hemos concluido la travesía del ayuno, y por la gracia de Dios estamos ahora arribando al puerto. Lo que es el puerto para los capitanes de barcos, la recompensa para quienes corren o la corona para los atletas, eso es para nosotros esta semana. Ella es el preludio de todos los bienes, y en ella combatimos para obtener la corona. Por eso la llamamos semana mayor. No es porque sus días sean más largos que los demás, ya que los hay más extensos; ni tampoco porque tenga más cantidad de días, ya que todas las semanas son iguales. Es porque durante esta semana el Señor obró grandes cosas. 

En efecto, en el transcurso de esta semana, que llamamos semana mayor, llegó a su fin la prolongada tiranía del diablo, fue disipada la muerte, el fuerte ha sido vencido y sus bienes dispersados; el pecado ha sido rechazado y la maldición abolida, el paraíso nuevamente abierto y permitido el acceso al cielo, los hombres han entrado en comunicación con los ángeles, el muro de separación ha sido destruido, el velo arrancado, y el Dios de la paz ha traído la paz al cielo y a la tierra. He aquí el motivo por el cual esta semana se llama semana mayor. San Juan Crisóstomo

A esta Semana Santa, se entra por una puerta, por un pórtico muy importante que es el Domingo de Ramos. El Domingo de Ramos nos abre la entrada y sobre todo tiene la virtud de sintetizar en una celebración el misterio pascual. Es impresionante el inmenso contraste que hay entre la aclamación con los ramos con un carácter festivo y de victoria, donde aclamamos a Jesús como rey victorioso que triunfa sobre la muerte y nosotros alegres, partícipes de su victoria, y una vez que entramos en la Iglesia ya somos sumergidos en el drama de la pasión. Hay dos partes que a primera vista pueden parecer muy distintas. Tenemos al principio como una pregustación de la Pascua y enseguida leemos toda la Pasión que la vamos a volver a leer el viernes santo según san Juan.  

La liturgia del domingo de Ramos es casi un solemne pórtico de ingreso en la Semana Santa. Asocia dos momentos opuestos entre sí:  la acogida de Jesús en Jerusalén y el drama de la Pasión; el “Hosanna” festivo y el grito repetido muchas veces:  “¡Crucifícalo!”; la entrada triunfal y la aparente derrota de la muerte en la cruz. Así, anticipa la “hora” en la que el Mesías deberá sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día (cf. Mt 16, 21), y nos prepara para vivir con plenitud el misterio pascual. Juan Pablo II

Todo comienza al principio de la semana santa por una reunión de la asamblea, fuera de la Iglesia como en otro tiempo se juntaron los habitantes de Jerusalén para recibir a Jesús en las puertas de la ciudad. Comienza con la bendición de los ramos y con una procesión, para entrar en la Iglesia y tomar nuestro lugar.

Después de haber preparado nuestros corazones desde el comienzo de la Cuaresma por medio de la penitencia, la oración y las obras de caridad, hoy nos congregamos para iniciar con toda la Iglesia la celebración del misterio pascual de nuestro Señor. Este sagrado misterio se realiza por su muerte y resurrección; para ello Jesús ingresó en Jerusalén, la ciudad santa. Nosotros, llenos de fe y con gran fervor, recordando esta entrada triunfal, SIGAMOS al Señor para que, por la gracia que brota de su cruz, lleguemos a tener parte en su resurrección y en su vida. 

SALMO 32:

Este año quizá no podremos participar de la procesión, ni de la celebración, de la bendición de los ramos, ni podamos llevarnos un ramo bendecido a nuestras casas, pero podemos hacerlo ciertamente de una manera espiritual. Y lo podemos hacer iluminados por este salmo 32, que empieza así:

Aclamad justos al Señor, que merece la alabanza de los buenos, dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones.

En primer lugar hay que ligar este Salmo con el final del salmo anterior, el 31, que terminaba así:

Alegraos justos y gozad con el Señor, aclamadlo los de corazón sincero.

Todo el Salmo 31 fue una vuelta del pecado a la justicia y a la salvación (una Cuaresma), ahora el Salmo 32 deviene exultación y alegría (pascual).

El Salmo 32 es una invitación a dar gracias, a alabar a Dios. Literalmente la palabra que se usa es Térouah (en hebreo) que era el grito de guerra, que precedía a las batallas. Antes de una batalla el pueblo hacía tocar las trompetas “con estruendo”, así se saludaba a Dios como Rey y Guía guerrero, que encabezaba la batalla y por eso aseguraba la victoria. Después se pasó al culto divino, donde Dios es el Gran Rey, que escucha nuestra voz y asegura todas nuestras victorias. 

En Ex 15, después del paso del Mar Rojo, los israelitas cantan lo que se llama el Canto de Moisés donde dicen: El Señor es un Guerrero, su Nombre es El Señor. Y sabemos que el Paso del Mar Rojo es una imagen de la Pascua y de del Bautismo. Es la liberación de la esclavitud del pecado y de la muerte, y el principio del camino que conduce hacia la tierra prometida. En el Apocalipsis se habla también de una batalla, donde Dios finalmente triunfará sobre el mal y donde se cantará el cántico de Moisés (Apoc 15).

Este Salmo hace alusión, entonces, (como lo vimos en el Salmo 17), a una batalla que el mismo Dios libra en favor nuestro. Él va delante y nosotros lo aclamamos. Él es un “Guerrero victorioso”. Estamos a las puertas del Triduo pascual donde Cristo librará la batalla y vencerá en favor nuestro. El día de Pascua y toda la Octava cantaremos la Secuencia que dice así: La vida y la muerte se trabaron en imponente duelo: el Autor de la Vida, aunque murió ahora reina vivo.

Este Salmo nos invita a aclamar a nuestro Rey, que es lo mismo que harán los niños y los que aclaman a Jesús al entrar en Jerusalén. Jesús es el Rey humilde que entra montado en un asno, y con su humildad y obediencia va a vencer la batalla de la muerte y del odio con las armas del amor. Nosotros queremos ir detrás de Él, ser sus discípulos.  

Cantadle un cántico nuevo.

Se nos invita a alegrarnos en Dios, y a cantarle un cántico nuevo. El cántico es “nuevo”, ¿Qué quiere decir esto?

San Basilio, lo explica así:  “Habitualmente se llama “nuevo” a lo insólito o a lo que acaba de nacer. Si piensas en el modo de la encarnación del Señor, admirable y superior a cualquier imaginación, cantas necesariamente un cántico nuevo e insólito. Y si repasas con la mente la regeneración y la renovación de toda la humanidad, envejecida por el pecado, y anuncias los misterios de la resurrección, también entonces cantas un cántico nuevo e insólito” (Homilía sobre el salmo 32, 2:  PG 29, 327). 

La redención que nos traerá Cristo con su Pascua renueva toda la tierra, y debemos pedir la gracia de ser renovados profundamente gracias al misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Es la vida del Espíritu la que nos renueva, porque se nos concede el perdón en la noche santa y donde hay perdón hay vida nueva. Es la vida de Dios que se renueva constantemente en nosotros la que hace que nuestra relación con Dios y con los demás sea nueva cada día. Por eso dice San Pablo: “Aunque nuestro hombre exterior se va desmoronado el hombre interior se renueva de día en día según la novedad del espíritu”.

Sigue diciendo el salmo:

Su misericordia llena la tierra. La Palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos.

Es esta la causa de nuestra alegría, de nuestro canto, de nuestra constante y permanente renovación interior. Y lo que celebraremos en plenitud en Pascua: la misericordia de Dios.

Los Padres de la Iglesia ven aquí la obra de la Santísima Trinidad que crea el mundo y lo recrea constantemente: en la Misericordia el Padre, en la Palabra el Hijo, en el Aliento el Espíritu Santo. Así lo dice el Génesis 1,1 ss: El Padre lo crea todo por medio de la Palabra y el Espíritu será quién da insufle la vida, el aliento de vida. 

Sigue el Salmo:

El Señor deshace los planes de las naciones, frusta los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón de edad en edad…

El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres; desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra: Él modeló cada corazón y comprende todas sus acciones… 

En el libro de los Proverbios se dice:  “Muchos proyectos hay en el corazón del hombre, pero  sólo  el  plan de Dios se realiza” (Pr 19, 21). 

Lo vemos con tanta claridad en estos días… Realmente es el plan de Dios el que se realiza, y lo mejor que nos puede pasar en la vida es ese plan, que como nos dice el Salmo: brota del corazón de Dios, es decir de su amor, de su bondad. Dios está presente tanto en los grandes acontecimientos de la historia y de las naciones, como en los más pequeños, sencillos y cotidianos de nuestra vida. En realidad, para Dios todo tiene un mismo tamaño… y todo es importante para Él, porque es obra de sus manos.

Nosotros aguardamos al Señor, él es nuestro auxilio y escudo; con Él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos. Que tu misericordia Señor venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Todo este salmo es una invitación a alegrarnos en la omnipotencia y en el amor de Dios, que dirige y vela por todos los acontecimientos de la historia y de cada hombre (él modeló cada corazón, uno por uno, no en serie.…). Es por eso una invitación a la confianza, a la esperanza, al abandono. Él es nuestro auxilio y escudo, Él es el Rey de toda la tierra. 

El salmista nos invita a cantar un canto nuevo, pues Dios está obrando algo “nuevo”…. En cada Pascua se renueva y purifica la tierra por la sangre de Cristo y así su misericordia se derrama sobre toda la tierra. 

¿Qué podemos esperar de la bondad de Dios? Todo. Todo aquello que es bueno. Dios es bueno y otorga solamente bienes; su bondad no conoce límites. Podemos realmente hablar con Dios como un hijo habla con su padre. Nada queda excluido. La bondad y el poder de Dios sólo conocen un límite: el mal. Pero no conocen límites entre cosas grandes y pequeñas, entre cosas materiales y espirituales, entre cosas de la tierra y cosas del cielo. Dios es humano; Dios se ha hecho hombre, y pudo hacerse hombre porque su amor y su poder abrazan desde toda la eternidad las cosas grandes y las pequeñas, el cuerpo y el alma, el pan de cada día y el reino de los cielos. Esto lo aprendemos en la oración. (…) La oración separa en nuestra vida la luz de las tinieblas y realiza en nosotros la nueva creación. Nos hace criaturas nuevas. Benedicto XVI

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