Señor, ¡qué bien estamos aquí!
2DO DOMINGO DE CUARESMA 2022
EL MONTE TABOR Y LA TRANSFIGURACIÓN – SEÑOR, ¡QUÉ BIEN ESTAMOS AQUÍ!
Textos comentados en la 2da charla: 12 de marzo de 2022
Que estos días se caracytericen por un recogimiento más intenso, una humilde revisión de vida y una caridad más generosa. San Juan Pablo II
La penitencia no es una cerrazón del alma; es más bien un esfuerzo para abrise al bien, a la efusión de sí para el consuelo y la edificación de los demás. San Pablo VI
No nos desagrade imponernos una mayor vigilancia, una abtinencia de cosas vanas o tentadoras, una saludable severiad en aquellas cosa pequeás que capacitana a las almas para osar, cuando se presenta la ocación, cosas grandes. San Pablo VI
Los exhortamos a que en estos días de Cuaresma guarden su vida con suma pureza, y a que borren también en estos días santos todas las negligencias de otros tiempos. Regla de San Benito, cap. 49.
Evangelio según San Lucas, 9, 28-36
Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «¡Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». El no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Esta escena del Evangelio pone ante nosotros un problema de gran actualidad. La pregunta es la dirigida a Cristo seis días antes del Tabor a los Apóstoles: ¿Quién decís que es el Hijo del hombre? ¿Sabemos quién es? ¿Sabríamos decirle unas palabras directas, exactas, llamarlo verdaderamente por su nombre, llamarlo Maestro, Pastor, invocarlo como luz del alma y repetirle “Tú eres el Salvador”? Es decir, sentir que es necesario y que no podemos apartarnos de Él, porque es nuestra fortuna, nuestro gozo, nuestra felicidad, nuestra promesa y esperanza, nuestro camino, verdad y vida.
He aquí el sentido de este Evangelio. Es preciso que los ojos de nuestra alma estén iluminados, deslumbrados por tanta luz, y que nuestra alma prorrumpa en la exclamación de Pedro: ¡Cuán bello es estar delante de Ti, Señor y conocerte! Jesús es un tabernáculo en movimiento: es el Hombre que lleva dentro de sí la amplitud del cielo, es el Hijo de Dios hecho hombre, es el milagro que pasa por los senderos de nuestra tierra. Jesús es realmente el Único, el Bueno, el Santo. ¡Si lo hubiéramos de encontrar también nosotros, si fuéramos tan afortunados y privilegiados como Pedro, Santiago y Juan!
Pues bien hijos, tendremos esta fortuna. No será sensible como en la Transfiguración luminosa, que ofuscó la mente y la vista de los Apóstoles pero su realidad se nos concederá hoy también a nosotros. Es preciso saber transfigurar con la mirada de la fe los signos con que es Señor se nos presenta.
Hijos míos: acrecentad en vuestros corazones la fe en Cristo Jesús, sabed quién es El verdaderamente y pensad que su rostro esplendoroso es el sol de vuestras almas. Sentíos siempre iluminados por Él, luz del mundo, salvación nuestra”. San Pablo VI
“Hablaban de su muerte (en griego éxodos), que iba a consumar en Jerusalén” (Lc 9, 31).
Por consiguiente, Jesús escucha la Ley y los Profetas, que le hablan de su muerte y su resurrección. En su diálogo íntimo con el Padre, no sale de la historia, no huye de la misión por la que ha venido al mundo, aunque sabe que para llegar a la gloria deberá pasar por la cruz. Más aún, Cristo entra más profundamente en esta misión, adhiriéndose con todo su ser a la voluntad del Padre, y nos muestra que la verdadera oración consiste precisamente en unir nuestra voluntad a la de Dios. Por tanto, para un cristiano orar no equivale a evadirse de la realidad y de las responsabilidades que implica, sino asumirlas a fondo, confiando en el amor fiel e inagotable del Señor. La oración no es algo accesorio, algo opcional; es cuestión de vida o muerte. En efecto, sólo quien ora, es decir, quien se pone en manos de Dios con amor filial, puede entrar en la vida eterna, que es Dios mismo. Benedicto XVI
Óptimo servidor tuyo es aquel que no escucha de ti lo que él quisiere sino que quiere lo que de ti escuchare. San Agustín
De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos. (Hb 1,1-2).
Por estas palabras el Apóstol da a entender que Dios se ha hecho “mudo” y no ha dicho nada más, porque lo que decía antes fraccionalmente por medio de los Profetas, lo ha dicho totalmente al darnos a su Hijo, que es TODA su Palabra. En consecuencia el que ahora quiera interrogar a Dios o demandarle una visión o una revelación, no solamente cometería un absurdo, sino que haría una injuria a Dios, porque dejaría de poner sus ojos en Cristo, y querría otra cosa nueva y diferente.
Dios podría responderle: “Puesto que te he dicho todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, no me queda nada más que responderte ni revelarte. Fija tus ojos en Él solo, pues yo he encerrado todo en Él, en Él he dicho todo y revelado todo. Tú encontrarás en Él todo lo que puedas desear y pedir. Tú pides una palabra, una revelación, una visión parcial: si tú pones tus ojos en Él, encontrarás todo en Él. Él es toda mi Palabra, toda mi respuesta, toda visión y revelación. Yo te he respondido todo y te he dicho todo y todo te he manifestado y revelado dándotelo por hermano, por compañero, por maestro, por esposo, por herencia y por recompensa…Yo te lo he confiado…ESCÚCHALO…” San Juan de la Cruz
Los discípulos que han gozado de la intimidad del Maestro, envueltos momentáneamente por el esplendor de la vida trinitaria y de la comunión de los santos, como arrebatados en el horizonte de la eternidad, vuelven de repente a la realidad cotidiana, donde no ven más que a “Jesús solo” en la humildad de la naturaleza humana, y son invitados a descender para vivir con él las exigencias del designio de Dios y emprender con valor el camino de la cruz. San Juan Pablo II
Oigamos la voz divina y sagrada que nos llama insistentemente desde lo alto, desde la cumbre del monte. Debemos apresurarnos a ir allá- audazmente lo digo- como Jesús. Ya que aquí, en los cielos, es nuestro guía y nuestro predecesor.
Vayamos allá con garbo y alegría y entremos en la densa nube, como Moisés y Elías, como Santiago y Juan. O sino, como Pedro, arrebatado por la visión divina, transfigurado con esta hermosa Transfiguración, desentendido de lo mundano, abstraído de las cosas terrenas. ¡Deja lo carnal, apártate de las criaturas y mira al Creador, al cual Pedro, fuera de sí dijo: “ ¡Señor qué hermoso es estarnos aquí!”
Es verdad Pedro, hermoso es estar aquí con Jesús y permanecer aquí por siempre. ¿Qué cosa hay más dichosa, más sublime, más excelente que estar con Dios, configurarnos con El, ser inundados de su luz?
Realmente cada uno de nosotros, cuando tiene a Dios dentro de sí y se ha transfigurado en su imagen divina, puede exclamar con alegría: ¡Qué hermoso es estar aquí! Donde todo es claro, donde hay gozo , dicha y alegría, donde se ve a Dios”.
“Hoy sobre el monte Tabor, Cristo ha recreado la imagen de la belleza terrena y la ha transformado en icono de la belleza celestial. Por esto es bueno y justo que yo diga: ¡Qué terrible es este lugar, es nada menos que la Casa de Dios y la puerta del Cielo! Anastasio del Sinaí
La Vida (Cristo) desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú Pedro, ¿vas a negarte a sufrir?
Es preciso que desciendas de esta montaña, es preciso que todavía sigas al Señor en la pobreza. Sólo entonces podrás contemplar eternamente el rostro de Cristo, sin tener que temer ningún ocaso. Todo esto Pedro no lo ha rechazado, él que deseando permanecer en la montaña, comenzó por preguntar a su Maestro, cuál era su voluntad: “Si quieres, dijo, hagamos tres tiendas”. Por tanto, si no lo quieres no lo haremos. Si quieres permaneceremos, si no quieres descenderemos. Autperto