SAN JUAN EVANGELISTA
Se celebra el 27 de diciembre
La Misa
San Juan tiene un lazo especial con cada uno de los aspectos del misterio de Cristo. El apóstol que reposa sobre el pecho del Señor durante la Última Cena (Oración Colecta), que recibe por Madre a María al pie de la cruz y que fue el primero de los discípulos en creer en la Resurrección (Evangelio), puede ser considerado como el teólogo del tiempo pascual y es por eso que leemos cada día su Evangelio durante el tiempo de Pascua. Pero San Juan es también el heraldo de la Encarnación (Oración Colecta y Post-Comunión), el hombre que ha escrito bajo la inspiración del Espíritu: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros“ (Oración Post-Comunión). Nosotros celebramos su fiesta en la Octava de la Navidad y leemos en su carta lo que el cuenta que “contemplaron sus ojos“. Juan ha vivido en la intimidad del Cristo que el había encontrado al borde del Jordán, el fue con Pedro y Santiago testigo de la Transfiguración y compañero en su agonía; él solo de entre todos los apóstoles ve morir al Maestro y lo depositó en su sepulcro. Y él ha conservó todos estos recuerdos que debieron iluminar toda su larga vida, y descubrió que “Dios es amor“ y que el mandamiento del Señor consiste en amar.
Revista Magnificat, Dic. 1997
Primera Lectura:
La primera carta de San Juan es la expresión más pura de la vivencia del apóstol. No sólo grita su fe intelectual, sino su profunda vivencia en la que el oído, la vista, han tenido su parte.
La Palabra de Dios hecha carne, que ha puesto su morada entre nosotros, ha hecho realidad la gran esperanza…
La convivencia con el Señor le convirtió en testigo. El participó en la vida traída por la Palabra. (Jn. 11, 25 y !4, 6)
Nosotros participamos en esta vida por la comunión con los apóstoles dentro de la Iglesia. Creemos, y permaneciendo en nuestra fe recibimos la vida del Padre por Jesús nuestro Señor. (1Cor 1, 9)
Unidos a Cristo estamos unidos con el Padre y entre nosotros, y esta unión es fuente de alegría (Jn. 15, 1-11)
Salmo Responsorial:
En la venida final de Cristo, hacia la que se proyecta el salmo, aparece la alegría de los justos. “Los limpios de corazón verán a Dios” por eso con su muerte les aparece la luz, luz que no se apagará jamás.
Evangelio:
El otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro. La anécdota, realista en el contexto de abstracción en que se mueve Juan, responde posiblemente a la competencia de dos primacías en la iglesia joánica del Asia Menor. A Pedro se le cede el honor de entrar el primero, porque es el primero de los discípulos. Jn 18, 15-16.
Pero también el otro discípulo, deliberadamente anónimo, tiene su primacía en el fervor. Los dos se igualan en ser espectadores del suceso extraordinario. Lo que uno tras otro ve, elimina la hipótesis, apresuradamente alarmista de la Magdalena. Y, el otro discípulo, olvidado ya Pedro, vio y creyó. Dos palabras que son la cumbre del relato y su médula (Jn. 6, 30. 36. 40) Tres veces “ver” en este relato, con tres verbos griegos distintos, y una culminación: creyó. Porque vio. Y era necesario que algunos vieran, para que otros, en comunión con ellos, creyeran (1 Jn. 1, 1-4) sin haber visto (Jn. 20, 24-29)
Comentario bíblico VI págs 256-259
Algunas características sobre el Evangelio de San Juan
El cuarto evangelio, al igual que los otros, no nombra a su autor. Sin embargo, la conclusión del libro se refiere explícitamente a la personalidad de un discípulo determinado: aquel que es designado muchas veces como “el discípulo al que Jesús amaba”, “aquel que durante la cena se había recostado en el pecho y le había dicho: Señor ¿quién es el que te va a entregar?” (21,7 y 20; cf.13,25); aquel de quien el Señor había dicho a Pedro: “Si que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Se corrió la voz entre los hermanos de que este discípulo no moriría” (21,23). En la época en que fue publicado el evangelio, esta interpretación de la palabra de Cristo, pareciera haberse revelado ya de manera errónea; porque se cree obligado a precisar que “Jesús no había dicho a Pedro: No morirá” (21,23). Es entonces verdad que, cuando apareció el evangelio, “el discípulo al que Jesús amaba” había muerto, al final de una larga vida. Pero se tiende a atribuirle la paternidad de la obra: “Este es el discípulo que da testimonio de esto y que lo ha escrito, y nosotros sabemos que es válido su testimonio” (21,24).
El mayor número de los exégetas de hoy en día consideran el evangelio joánico como el resultado de una larga y compleja elaboración, y como la síntesis final de elementos de épocas y de orígenes diversos, que reflejan medios literarios y situaciones históricas variadas. Muy pocos afirman que ha sido escrito por la sola mano del discípulo al que Jesús amaba.
Enseñanza sobre la salvación:
El verbo salvar aparece relativamente poco (3, 17; 5,34; 10,9; 11, 12; 12,27 y 47), la igual que los sustantivos salvación (4,22) y Salvador (4, 42; cf, 1 Jn, 4, 14). Sin embargo, la doctrina espiritual que se desprende de este evangelio reposa sobre una experiencia de salvación. La toma de conciencia de una gracia de salvación que llega a los hombres en Jesucristo, Hijo de Dios y Verbo encarnado.
Hablar de salvación es suponer en el hombre un estado de indigencia, una situación de miseria, la angustia de una existencia amenazada, o la conciencia de una decadencia, de una caída, de un mal incurable. Tal angustia, tal impotencia se expresan en más de una de las páginas de las cartas paulinas, que toman a veces la forma de un llamado patético al salvador ( Rm.7,24). A primera vista, no ocurre nada semejante en Juan. L. Bouyer ha podido escribir, a propósito del evangelio de san Juan, que “cuando se lee junto con los otros libros del canon cristiano, es como un apaciguamiento repentino, una aclaración de toda cosa…Se tiene la impresión de que todo lo que el alma judía había podido versar el Nuevo Testamento de atormentado, de dramático a la vez que de ostentoso, ha desaparecido”.
Sin embargo, si se lo mira con más atención, se ve algo muy diferente.
El hombre aparece como un ser exiliado, implantado en un terreno que no es el verdadero: el es “de la tierra” (8,23), “de aquí” (18,36), mientras que el ámbito de lo divino es “de lo alto” (3, 31; 8, 23), “del cielo” (1, 51; 3, vers. 13, 17, 31; 6, 31-58), “no de aquí” (18, 36); él es “carne” y, de hecho, con la incapacidad de tener acceso el reino de Dios que es “espíritu” (4, 24), de “verlo” (3,3), de “entrar allí” (3,5); él está “en las tinieblas” (12, 46; cf.3, 19-21; 1 Jn. 2, 8.9.11). Sin un Salvador está destinado a perderse (3, 16; 6,27 y 39; 10, 10 y 28; 17, 12; 18,9).
Él está en estado de “muerto” (5,24; cf. 1 Jn 3,14) e ignora el camino de la vida (8, 12; 10,9 y 27-30: 14,4-6). Él es “esclavo” a causa del pecado (8,34 y 36); no puede liberarse sin una ayuda (8,36); “no verá la vida” (3,36).
Jesús interviene siempre en las situaciones de indigencia o de tristeza, características de la condición humana. “No tienen vino” (2,3); su hijo “había muerto” ( 4,47); “no tengo a nadie” (5,7); etc.
El estudio de los símbolos joánicos, introducidos por la fórmula “Yo soy”, seguidos por el adjetivo “verdadero”, confirma estas observaciones. Estos símbolos aplicados a Jesús, corresponden a las necesidades más esenciales del hombre : la luz, la fuente de agua viva, el pan, el pastor, la vid, el camino, la misma vida. Jesús es aquel en quien se revela y se propone en verdad lo que estas realidades significan para los hombres; todo lo que fuera de Él se llama tal, no lo es sino de manera deficiente y no salva realmente al hombre de su angustia existencial.
La fórmula Ego Eimi se ha prestado a una interpretación análoga. El empleo que de él hace Jesús ( en 8,24 y 28, en 13, 19) junta las declaraciones divinas de la literatura profética. En Ezequiel y en el Deutero- Isaías en particular, esta fórmula es la expresión de una “fe confiada en la presencia y en la acción permanente de Yavéh en una historia llena de acontecimientos desconcertantes para la nación elegida”. Al apropiársela “Jesús retoma esta gran tradición no sin imprimirle su marca personal: tiene, en efecto, conciencia que su presencia misma entre los hombres significa una intervención actual de Dios de una importancia decisiva para los destinos de la humanidad”.
Dictionnaire de spiritualité Tomo VIII. 192 ss