Quinta Charla
Cuando Dios creó al hombre, puso en él un germen divino, una especie de facultad más viva y luminosa que una chispa, para iluminar el alma y permitirle discernir entre el bien y el mal.
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LA CONCIENCIA EN LOS PADRES DE LA IGLESIA
DOROTEO DE GAZA CONFERENCIA 3: LA CONCIENCIA
En esta Conf. 3 Doroteo establece un lazo de continuidad con la anterior al insistir sobre el origen divino del obrar del monje (tanto la conciencia como el temor de Dios son realidades “divinas”, cfr. Conf. 2, 37 y Conf. 3, 40). Pero conjuntamente, siguiendo un recurso retórico que refuerza el entramado de su obra, además de conectarse con la anterior, en esta Conf. 3 Doroteo retoma un tema fundamental de la Conf. 1, 1-4: la historia de la salvación, señalando cómo las mismas etapas salvíficas que se dieron en la historia de la salvación, son las mismas que se dan en cada persona, en su propia historia y conciencia. De este modo el entramado de su enseñanza se hace más sólido y consistente.
- Cuando Dios creó al hombre, puso en él un germen divino, una especie de facultad más viva y luminosa que una chispa, para iluminar el alma y permitirle discernir entre el bien y el mal. Es lo que llamarnos conciencia, que no es sino la ley natural. Ella está representada -según los Padres- por los pozos que cavó Jacob y que los filisteos llenaron de tierra (cfr. Gn 26,15). Fue conformándose a esa ley de la conciencia como los Patriarcas y todos los santos anteriores a la ley escrita fueron agradables a Dios. Pero progresivamente los hombres la fueron sepultando por sus pecados y terminaron por despreciarla, de tal modo que nos hicieron falta la ley escrita, los profetas, y la misma venida de Nuestro Señor Jesucristo para sacarla a la luz y despertarla, para revivir por la práctica de sus santos mandamientos esa chispa sepultada. Está ahora en nosotros el enterrarla nuevamente o dejarla brillar para que nos ilumine, si es que le obedecemos. En efecto, si nuestra conciencia nos indica hacer tal cosa y nosotros la despreciamos, si ella insiste nuevamente y nosotros no hacemos lo que dice, persistiendo en pasarla por alto, terminaremos por sepultarla y el peso con que la hemos tapado le impedirá en adelante hablarnos con claridad.
Pero como una lámpara cuya luz está opacada por las manchas, comienza a hacernos ver las cosas más confusamente, más oscuramente, por así decirlo, y del mismo modo que en aguas fangosas nadie puede reconocer su rostro, comenzaremos a no percibir más su voz e incluso llegaremos a creer que no tenemos ya conciencia. Sin embargo no hay nadie que esté privado de ella, porque como lo hemos dicho, es algo divino que no puede morir nunca; ella nos recuerda continuamente lo que debemos hacer, somos nosotros los que no la oímos más porque, como ya lo he dicho, la hemos despreciado.
- Por eso el Profeta llora sobre Efraín diciendo: Efraín ha oprimido a su adversario y pisoteado el juicio (Os 10,11). Es a la conciencia a la que él llama adversario. De ahí proviene lo dicho en el Evangelio: Ponte pronto de acuerdo con tu adversario mientras estás en camino con él, no sea que éste te entregue al juez, y el juez a los guardias y que estos te metan en prisión. En verdad te digo que no saldrás hasta que hayas pagado hasta el último céntimo (Mt 5, 25-26). ¿Por qué la conciencia es llamada adversario? Porque ella se opone constantemente a nuestra voluntad torcida, nos acusa cuando no hacemos lo que debemos, y también si hacemos lo que no debemos hacer nos condena. Por eso es llamada adversario y se nos da el consejo de ponernos de acuerdo pronto con el adversario mientras estamos con él en camino. El camino, tal como lo entiende san Basilio, es el mundo presente[1].
- Esforcémonos, hermanos, por cuidar nuestra conciencia mientras estemos en este mundo, procurando no caer en su condenación en cualquier cosa que hagamos, y tratando de no despreciarla o pasarla por alto jamás en cualquier cosa, por mínima que parezca.
Porque de esas pequeñas cosas que consideramos sin importancia, pasaremos a despreciar también las grandes. Se comienza por decir: ¿Qué importa si digo esa palabra?, ¿qué importa si como ese bocado?, ¿qué importa si me meto en ese asunto? Y a fuerza de decir qué importa esto, qué importa aquello, se contrae un cáncer maligno y pernicioso, se comienza a subestimar las cosas importantes y aun graves, a pisotear nuestra conciencia, y finalmente corremos el peligro de degradarnos poco a poco hasta llegar a una total insensibilidad.
Por eso, hermanos, cuidemos de no subestimar las cosas pequeñas, no las despreciemos como insignificantes. No son pequeñas, son un cáncer, son un hábito nocivo. Estemos alerta, cuidémonos de las cosas leves, no sea que se transformen en graves. La virtud y el pecado comienzan por cosas pequeñas, pero llevan a las cosas grandes, sean buenas o malas. Por eso el Señor nos exhorta a cuidar nuestra conciencia, bajo forma de una advertencia dirigida a alguien en particular: “Fíjate lo que haces, desdichado, atención”. Ponte de acuerdo pronto con tu adversario mientras estás en camino con él. Y agrega aun para hacernos ver el carácter temible y peligroso de la situación: No sea que éste te entregue al juez y el juez a los guardias, y que estos te pongan en prisión. ¿Y entonces? En verdad te digo que no saldrás hasta que hayas pagado hasta el último céntimo. Porque como ya he dicho, es ella, la conciencia, la que nos instruye con sus reproches acerca del bien y del mal, así como nos muestra lo que hay que hacer o no hacer. Y también será ella quien nos acusará en el siglo venidero. Por ello el Señor dice: No sea que este te entregue al juez… y lo que sigue.
- Pero cuidar la conciencia implica una gran diversidad de aplicaciones. Cuidarla en lo que respecta a Dios, en lo que respecta al prójimo y en lo que respecta a las cosas materiales.
En primer lugar en lo que respecta a Dios, cuidando de no despreciar sus mandamientos aun en aquello que escapa a las miradas de los hombres y de lo que por lo tanto no se nos pedirá cuenta. Aquel que guarda su conciencia por Dios, en lo secreto, es el que, por ejemplo, evita descuidar la oración, evita descuidar la vigilancia cuando un pensamiento apasionado irrumpe en su corazón, en vez de detenerse en él y consentirlo; el que evita sospechar del prójimo y juzgarlo por las apariencias cuando lo ve decir o hacer alguna cosa. En una palabra, todo lo que sucede en lo secreto y que nadie conoce sino Dios y nuestra conciencia, debe ser objeto de nuestra vigilancia. Y esto es guardar nuestra conciencia respecto a Dios.
- En cuanto a la conciencia con respecto al prójimo, consiste en no hacer absolutamente nada que pueda afligirlo o herirlo, ya sea un acto, una palabra, un gesto o una mirada. Porque, vuelvo a repetirlo, hay actitudes hirientes para con el prójimo: una mirada puede llegar a herirlo. En síntesis, toda vez que el hombre sabe que obra con la intención de molestar al prójimo ensucia su propia conciencia, ya que ésta sabe bien que intentamos lastimar o afligir. Debemos cuidar de no obrar así. Y esto es guardar la conciencia con respecto al prójimo.
- Finalmente cuidar la conciencia con respecto a las cosas materiales consiste en evitar hacer mal uso de ellas, no permitir que nada se pierda o abandone, no desdeñar el recoger y ordenar un objeto que veamos tirado, aunque sea insignificante. También consiste en evitar el descuido en nuestros vestidos. Alguien podría por ejemplo usar sus ropas una o dos semanas más, pero sin esperar ese plazo, se apresura a lavarlas y sacudirlas. Esas ropas podrían haber servido cinco meses o más todavía, pero a fuerza de lavarlas se desgastan y se hacen inutilizables. Eso sería obrar contra la conciencia.
Lo mismo sucede en cuanto a la cama. A menudo podríamos conformarnos con una simple almohada pero queremos un gran colchón. Teniendo una cobija de lana desearíamos cambiarla por otra nueva o más bonita, por frivolidad o capricho. Podríamos contentarnos con un manto hecho de varios retazos pero reclamamos uno de una sola pieza de lana e incluso llegamos a enojarnos si no lo recibimos. Si además viendo lo que tiene nuestro hermano comenzamos a decir: “¿Por qué tiene él eso y yo no? ¡Él es un afortunado!”, no estamos en el camino del crecimiento. También puede suceder que al colgar la túnica o la frazada al sol olvidamos recogerla y la dejamos arruinar. Todo esto es también obrar contra nuestra conciencia. Lo mismo sucede con los alimentos. Podríamos conformarnos con un poco de legumbres frescas o secas, o con algunas aceitunas. Pero en lugar de contentarnos con eso buscamos otro alimento más agradable y más costoso. Todo esto es contra la conciencia.
- Ahora bien, los Padres nos dicen que el monje no debe dejar nunca que ninguna cosa, por mínima que sea, atormente su conciencia. Es preciso, por tanto, hermanos, permanecer siempre vigilantes y cuidarnos de todas estas faltas para no ponernos en peligro. El mismo Señor nos lo ha prevenido, como vimos más arriba. Que Dios nos conceda comprender y guardar estas enseñanzas para que los dichos de nuestros Padres no sean motivo de nuestra condenación.
[1] BASILIO, Hom. in Ps. 1, PG 29, 220 – 221. Cfr. PG 31, 544A.