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¡Quédate con nosotros, Señor!

Textos comentados en la quinta charla del Tiempo Pascual

¡Quédate con nosotros, Señor!

 

Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y, al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron». Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?». Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

 

Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo (Jn 17,24).

 

Adán ¿dónde estás? (Gn 3)

 

Me extravié como oveja perdida. Busca, Señor, a tu siervo que confía en ti (salmo 118).

 

Noé andaba con Dios (Gn 6,9).

 

Yo soy el Señor, anda en mi presencia y se perfecto. Camina en mi presencia (Gn 17,1).

 

¡Señor, si al menos Ismael viviera en tu presencia! (Gn 17,18).

 

Mira que estoy contigo; te guardaré dondequiera que vayas (Gn 28,15),

 

Yo muero, pero Dios estará con vosotros (Gn 48,21).

 

Yo estaré contigo (Ex 3,12)

 

Por favor, Señor, yo no he sido nunca hombre de palabra fácil sino que soy torpe de boca y de lengua. Yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que debes decir (Ex 4,10-12).

 

El Señor iba al frente del pueblo de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo (Ex 13,21-22).

 

No os asustéis, no tengáis miedo de los enemigos. El Señor vuestro Dios, que marcha a vuestro frente, combatirá por vosotros, como visteis que lo hizo en Egipto, y en el desierto, donde has visto que el Señor tu Dios te llevaba como un hombre lleva a su hijo, a todo lo largo del camino que habéis recorrido (Deut 1,29-31).

 

Me haréis un santuario para que Yo habite en medio de ellos (Ex 25,8).

 

Si realmente he hallado gracia a tus ojos, hazme saber tu camino, para que yo te conozca y halle gracia a tus ojos. Yo mismo iré contigo y te daré descanso. Si no vienes tú mismo, no nos hagas partir de aquí. Pues, ¿en qué podrá conocerse que he hallado gracia a tus ojos, yo y tu pueblo, sino en eso, en que tú marches con nosotros? (Ex 3,13-16).

 

He sido yo el que he salido a cerrarte el paso, porque este viaje me desagradaba. Dijo entonces Balaam: he pecado, pues no sabía que tú te habías puesto en mi camino (Num 22,32 ss).

 

Lo mismo que estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré (Jos 1,5).

No tengas miedo ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigodondequiera que vayas (Jos 1,9).

 

El Señor está contigo, caliente guerrero. Perdón, señor mío, si el Señor está con nosotros ¿por qué nos ocurre todo esto? ¿Dónde están todos esos prodigios que nos cuentan nuestros padres cuando dicen: ¿No nos hizo subir, el Señor, de Egipto? Pero ahora el Señor nos ha abandonado. Vete con esa fuerza que tienes y salvarás a Israel de la mano de Madián. Perdón, señor mío, ¿cómo voy a salvar yo a Israel. Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último de la casa de mi padre. Yo estaré contigo y derrotarás a Madián como si fuera un solo hombre (Juec 6,11-16).

 

Si andas por mis caminos guardando mis preceptos y mis mandamientos, como anduvo David tu padre (1Re 3,14).

 

He querido erigirte una morada, un lugar donde habites para siempre (1 Re 8,13)

 

Señor Dios, mantén a tu siervo David, mi padre, la promesa que le hiciste diciéndole: Nunca será quitado de mi presencia uno de los tuyos que se siente en el trono de Israel con tal que tus hijos guarden su camino andando en mi presencia como has andado tú delante de mi (1Re 8,25).

 

Que el Señor, nuestro Dios, esté con nosotros, como estuvo con nuestros padres, que no nos abandone ni nos rechace. Que incline nuestros corazones hacia El para que andemos según todos sus camino y guardemos todos los mandamientos (1Re 8,56-57).

 

Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido… (Hech 1,24).

 

Conviene, pues, que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su resurrección (Hech 1,21-22).

 

Señor, ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús. Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía (Hech 4,29-31).

 

Al día siguiente de la muerte de Jesús, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato y le dijeron: Señor, recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: ‘a los tres días resucitaré’. Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro hasta el tercer día; no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: ‘resucitó de entre los muertos’, y la última impostura sea peor que la primera. Pilato les dijo: tenéis una guardia. Id, aseguradlo como sabéis. Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia (Mt 27,62-67).

 

Mientras Pedro estaba hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la palabra.

 

El Espíritu Santo les enseñará todo y les recordará todo lo que les he dicho (Jn 14,26).

El sábado salimos a las afueras de la ciudad, a un lugar que estaba a orillas de un río, donde suponíamos que había un sitio para orar. Nos sentamos y dirigimos la palabra a las mujeres que se habían reunido allí. Estaba escuchando una de ellas, llamada Lidia, negociante en púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios. El Señor le tocó el corazón para que aceptara las palabras de Pablo (Hech 16,13-14).

 

Mujer ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre (Jn 19,25-27).

 

De una homilía del Cardenal Pironio a los jóvenes en Luján:

El camino es, a veces, largo y solitario, oscuro, difícil y en subida. El cansancio y la amargura de los otros pueden quitarnos la fuerza y la alegría del camino. Por eso necesitamos caminar juntos, contagiándonos mutuamente la esperanza. ¡Qué bien nos hace, cuando la tentación del desaliento nos paraliza, escuchar la voz fraterna de un amigo que nos dice: «Ánimo, no tengas miedo, vamos juntos, Jesús resucitó, vive y sigue haciendo el camino con nosotros». ¡Y qué bien nos hace, cuando la cruz personal o de los otros nos resulta demasiado pesada, sentir adentro las palabras de Jesús: Aquí tienes a tu madre! Si la tentación es fuerte: aquí tienes a tu madre; si la desilusión es dolorosa: aquí tienes a tu madre; si la soledad es penosa o la incomprensión te desalienta: aquí tienes a tu madre; si tu camino vocacional es difícil o lo ves todavía un poco oscuro: aquí tienes a tu madre; si el hambre y la injusticia, el miedo y la violencia de los otros te destrozan y amenazan con quebrarte en la esperanza, repite adentro: Aquí tienes a tu madre.

Al mismo tiempo sentirás que Jesús le dice a María: Aquí tienes a tu hijo. Hace falta escuchar al Señor en el silencio de la oración y acogerlo en la pobreza: aquí tienes a tu hijo; hace falta descubrir al Señor en los pobres y servirlos: aquí tienes a tu hijo; hace falta comprometer más hondamente la vida en la familia, en el estudio, en el trabajo: aquí tienes a tu hijo; hace falta venderlo todo, darlo a los pobres y seguir radicalmente al Señor en la vida sacerdotal o religiosa: aquí tienes a tu hijo.

Sí, mis queridos jóvenes, María está allí: muy cerca y muy adentro, con su serenidad y su fortaleza. Con la fidelidad de siempre: con la alegría serena de las bodas de Caná; con la serena fortaleza de la Pascua de la cruz.

 

 

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