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1. Invitados a celebrar: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

LA BELLEZA DE CONTEMPLAR, AMAR Y SEGUIR A CRISTO

APRENDIENDO A REZAR CON LAS PALABRAS DE LA LITURGIA

La Eucaristía, el misterio central de nuestra fe

PRIMERA CHARLA

Invitados a celebrar:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

 

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Así como el sacerdote no llega al altar sino procesionando, así también no se llega a la celebración repentinamente sino tras haberse aclimatado.

Félix M. Arocena

Todos hemos tenido la experiencia de atravesar un atrio antes de penetrar en el aula litúrgica de una catedral, de una abadía, de un santuario. Desde la antigüedad se menciona la oportunidad de separar físicamente el interior de la iglesia de la zona exterior. La función del atrio es disponer al que accede para que ingrese adecuadamente en el espacio sagrado.

Félix M. Arocena

No es posible un arte de celebrar al margen de una disposición contemplativa por parte de quien celebra. El arte de celebrar es una cualidad mediante la cual es posible vivir el significado profundo de los ritos hasta dejarse alcanzar por ellos. No es una cualidad exclusiva de quien preside la celebración, sino también de la comunidad que participa en ella.

   Félix M. Arocena

Celebrar es como sumergirse. Cuando hablamos de celebrar el culto cristiano hablamos en primer lugar de glorificar a Dios desde Dios, de penetrar en la luz santa.

Félix M. Arocena

La Eucaristía dominical es una fiesta y esto se expresa en el canto. Al cantar en sus asambleas que “el Señor es bueno y es eterna su misericordia”, los cristianos entran en una larga historia: desde el Génesis hasta el Apocalipsis, toda la Biblia constituye una grandiosa sinfonía.

Pierre Jounel

El altar posee un gran peso emblemático. Es la Mesa que nos da el sacramento. Desde ella llegan a la Iglesia las aguas vitales que la irrigan manteniéndola siempre joven, siempre lozana, siempre en pie. Con la celebración se trata de allegarse hasta el altar y allí Dios nos rejuvenece más allá de los límites creaturales de la edad física.

Félix M. Arocena

 

Cuando el pueblo está reunido, el celebrante, presidido por los ministros se acerca al altar, mientras se entona el canto de entrada. Su finalidad es abrir la celebración, favorecer la unión de los fieles en la fe, introducirlos en el misterio del tiempo o de la fiesta. Una vez llegado al altar, el sacerdote se inclina profundamente ante él, lo besa y luego lo inciensa, tributando así homenaje a Cristo de quien es símbolo.

Pierre Jounel

Haz la señal de la cruz con solemnidad, de manera amplia, sin prisa y sin negligencia: manifiesta que por esta señal imprimes la cruz de Jesús en tu cuerpo, para que ella modele cristianamente todo tu ser, y esté presente en tus pensamientos (Padre), palabras (Cristo) y acciones (Espíritu Santo).

Enzo Bianchi

Concéntrate debidamente. Concentra todos tus pensamientos y todo tu ánimo en este signo. Te recoge, te consagra, te santifica. Es el signo del Todo y es el signo de la salvación. En la cruz ha redimido nuestro Salvador a todos los hombres, la historia, el mundo. Por medio de la cruz Él santifica a todo hombre, totalmente hasta la fibra más íntima de su ser. Por eso la hacemos antes de rezar, para que ella nos ordene y concentre, para que ponga pensamientos, corazón y voluntad en Dios. Después de la oración, para que permanezca en nosotros lo que Dios nos ha obsequiado. En la tentación para que nos fortalezca. En el peligro para que nos proteja. En la bendición para que la plenitud de la vida de Dios penetre en el alma y en ella fecunde y consagre todo.

Romano Guardini

La Trinidad divina, en efecto, pone su morada en nosotros el día del Bautismo: «Yo te bautizo —dice el ministro— en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». El nombre de Dios, en el cual fuimos bautizados, lo recordamos cada vez que nos santiguamos. Por tanto, en el signo de la cruz y en el nombre del Dios vivo está contenido el anuncio que genera la fe e inspira la oración.

Benedicto XVI, 30 de mayo de 2010

Hacer la señal de la cruz ―como haremos ahora con la bendición― es pronunciar un sí visible y público a Aquel que murió por nosotros y resucitó, al Dios que en la humildad y debilidad de su amor es el Todopoderoso, más fuerte que todo el poder y la inteligencia del mundo.

Benedicto XVI, 11 de septiembre de 2005

En Jesús la alianza se hace realidad mediante el signo de la cruz. Es el arco roto, en cierto modo, el nuevo y verdadero arco iris de Dios, que une el cielo y la tierra y tiende un puente entre los continentes sobre los abismos. La nueva arma, que Jesús pone en nuestras manos, es la cruz, signo de reconciliación, de perdón, signo del amor que es más fuerte que la muerte. Cada vez que hacemos la señal de la cruz debemos acordarnos de no responder a la injusticia con otra injusticia, a la violencia con otra violencia; debemos recordar que sólo podemos vencer al mal con el bien, y jamás devolviendo mal por mal.

Benedicto XVI, 9 de abril de 2006

 

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