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Poderoso eres, Señor, para salvarnos

Textos comentados en la 6ta Charla de Cuaresma: 

Poderoso eres, Señor, para salvarnos

Cánticos del Siervo: Isaías Is 42,1-9; 49, 1-7; 50,4-11;52,13-53,12.

Evangelio según san Marcos 11,1-10

Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: «¿Qué están haciendo?», respondan: «El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida». Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?». Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!».

Hemos concluido la travesía del ayuno, y por la gracia de Dios estamos ahora arribando al puerto. En efecto, lo que es el puerto para los capitanes de barcos, la recompensa para quienes corren o la corona para los atletas, eso es para nosotros la presente semana. Ella es el preludio de todos los bienes, y en ella combatimos para obtener la corona. Por eso la llamamos semana mayor. No es porque sus días sean más largos que los demás, ya que los hay más extensos; ni tampoco porque tenga más cantidad de días, ya que todas las semanas son iguales. Es porque durante esta semana el Señor obró grandes cosas. 

En efecto, en el transcurso de esta semana, que llamamos semana mayor, llegó a su fin la prolongada tiranía del diablo, fue disipada la muerte, el fuerte ha sido vencido y sus bienes dispersados; el pecado ha sido rechazado y la maldición abolida, el paraíso nuevamente abierto y permitido el acceso al cielo, los hombres han entrado en comunicación con los ángeles, el muro de separación ha sido destruido, el velo arrancado, y el Dios de la paz ha traído la paz al cielo y a la tierra. He aquí el motivo por el cual esta semana se llama semana mayor. San Juan Crisóstomo

La liturgia del domingo de Ramos es casi un solemne pórtico de ingreso en la Semana santa. Asocia dos momentos opuestos entre sí:  la acogida de Jesús en Jerusalén y el drama de la Pasión; el “Hosanna” festivo y el grito repetido muchas veces:  “¡Crucifícalo!”; la entrada triunfal y la aparente derrota de la muerte en la cruz. Así, anticipa la “hora” en la que el Mesías deberá sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día (cf. Mt 16, 21), y nos prepara para vivir con plenitud el misterio pascual. Juan Pablo II

Después de haber preparado nuestros corazones desde el comienzo de la Cuaresma por medio de la penitencia, la oración y las obras de caridad, hoy nos congregamos para iniciar con toda la Iglesia la celebración del misterio pascual de nuestro Señor. Este sagrado misterio se realiza por su muerte y resurrección; para ello Jesús ingresó en Jerusalén, la ciudad santa. Nosotros, llenos de fe y con gran fervor, recordando esta entrada triunfal, sigamos  al Señor para que, por la gracia que brota de su cruz, lleguemos a tener parte en su resurrección y en su vida. Liturgia Saludo al inicio de la Procesión 

Jesús sufre por nosotros. Él es víctima. Él con-divide el mal físico del hombre para curar su mal moral, para anular nuestros pecados. ¡Hombres sin esperanza! Hombres, que os forjáis la ilusión de reconquistar la paz de la conciencia sofocando en ella vuestros remordimientos inextinguibles, (todos los pecadores los tenemos, los debemos tener si somos verdaderos hombres) ¿Por qué dais la espalda a la cruz? Tengamos todos la valentía de volvernos hacia ella, de reconocernos culpables en ella, tengamos la confianza de fijar la vista en su figura misteriosa. ¡Ella nos habla de misericordia, de amor, de resurrección! ¡Ella irradia la salvación para nosotros! Pablo VI

(El Cireneo) A este ignorante y rebelde, a este humilde y oscuro representante del género humano, tú lo amaste sin duda, Señor, al cederle el peso de la cruz, y quizá en ese momento le infundiste en el corazón el amor al odiado madero. Así, al menos, habrías querido ser ayudado no sólo con la aceptación forzosa de la cruz, sino además con la comprensión del vínculo que establece entre ti, Redentor y el seguidor redimido. Comenzó en aquel momento, la difusión de tu pasión, y tú ensanchaste el corazón para sufrir y para amar en los otros que contigo y por ti serían crucificados. Pablo VI

Aquel que ignora el camino, no puede recorrerlo con seguridad si no va en pos de quien lo guía. Por esta razón el que guía muestra el camino precediendo a quien lo sigue. El que va detrás no se apartará del buen camino si mira constantemente la espalda de quien lo conduce. Si su movimiento lo desvía hacia uno u otro lado o vuelve su mirada al rostro de su guía, sigue otro camino, y no el que le muestra el guía. Por esta razón se le dice: Mi rostro no podrás verlo, esto es, no te pongas de frente a quien te guía, porque entonces correrías en sentido contrario a él. El bien, en efecto, no se opone al bien, sino que lo sigue. Mas lo que conocemos como contrario al bien, eso se le opone. El vicio mira en sentido contrario a la virtud; la virtud, en cambio, no se enfrenta a la virtud. Por ello Moisés no mira a Dios de frente, sino que mira sus espaldas. Pues quien le mira de frente no vivirá, como atestigua la palabra divina: Nadie puede verme y seguir con vida. Ves cuán importante es aprender a seguir a Dios. San Gregorio de Nisa

Es una subida a la verdadera altura del ser hombres. El hombre puede escoger un camino cómodo y evitar toda fatiga. También puede bajar, hasta lo vulgar. Puede hundirse en el pantano de la mentira y de la deshonestidad. Jesús camina delante de nosotros y va hacia lo alto. Él nos guía hacia lo que es grande, puro; nos guía hacia el aire saludable de las alturas: hacia la vida según la verdad; hacia la valentía que no se deja intimidar por la charlatanería de las opiniones dominantes; hacia la paciencia que soporta y sostiene al otro. Nos guía hacia la disponibilidad para con los que sufren, con los abandonados; hacia la fidelidad que está de la parte del otro incluso cuando la situación se pone difícil. Guía hacia la disponibilidad a prestar ayuda; hacia la bondad que no se deja desarmar ni siquiera por la ingratitud. Nos lleva hacia el amor, nos lleva hacia Dios. Benedicto XVI

Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios: Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «…para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2). Papa Francisco

Enséñame Señor, la virtud de la aceptación, la fuerza de una sabia pasividad, el valor del abandono total en el cumplimiento de los designios divinos, aunque los indiquen la iniquidad humana y la ciega desventura. Pablo VI

Que se examine la vida de los santos malogrados, quiero decir sacerdotes, religiosos o simples fieles, excelentes, fervorosos, celosos, piadosos y entregados, pero que, sin embargo, no han sido sencillamente santos. Se constata que lo que les ha fallado, no es ni una vida interior profunda, ni un sincero y vivo amor de Dios y de las almas, sino una cierta plenitud de renunciamiento, una cierta profundidad de abnegación y totalidad del olvido de sí, que les hubiera entregado al trabajo de Dios en ellos. Amar a Dios, alabarle, matarse incluso en su servicio, son cosas que atraen a las almas religiosas, pero morir totalmente a sí mismas, oscuramente, en el silencio del alma, desprenderse, dejarse despegar a fondo por la gracia de todo lo que no es pura voluntad de Dios, he aquí el holocausto ante el que reculan la mayor parte de las almas, el punto exacto en el que su camino se bifurca entre una vida fervorosa y una vida de elevada santidad. P. De Guibert

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