El Cardenal Eduardo Pironio y su relación con los monjes

Extracto de una Presentación de la figura del Cardenal en un Encuentro Monástico Latinoamericano

 

EL CARDENAL PIRONIO Y LA VIDA MONASTICA

Presentamos la figura del Siervo de Dios Cardenal Eduardo Francisco Pironio, cuyo Proceso de beatificación se inició en Roma el 23 de junio de 2006. El Cardenal Pironio, a quien muchos de los aquí presentes conocieron personalmente –lo cual hace más vivo y actual su testimonio– si bien no fue monje benedictino, en su juventud se planteó seriamente esta vocación (como él mismo lo relatara), y aunque impulsado por su director espiritual se decidió por el sacerdocio secular, sin duda profesó un profundo aprecio por la vida monástica y en particular por la espiritualidad benedictina que conoció “desde dentro”, pues asiduamente pasaba temporadas como huésped en diversos monasterios –tanto benedictinos como trapenses– gozando del Oficio Divino, del silencio y la oración. De este modo, pudo cultivar una profunda amistad con abades y abadesas, monjes y monjas benedictinos y trapenses de todo el mundo, y así supo adentrarse y captar nuestra espiritualidad monástica-benedictina, con una delicadeza y profundidad que solo un alma verdaderamente contemplativa podría haber alcanzado.

Prueba de este gran conocimiento y valoración de la vida monástica benedictina, es lo que expresaba en una conferencia pronunciada en Bitonto, con motivo del XV Centenario del nacimiento de San Benito. Decía:

San Benito que vivió en el siglo V ¿qué nos dice a nosotros, hombres del siglo XXI? El mensaje benedictino es actual para la Iglesia y para el mundo. …Para vuestra simple y sincera reflexión, quisiera proponeros tres puntos que creo que son como tres rayos de una luz muy intensa que parten del mensaje de San Benito e iluminan al hombre y al mundo de hoy. Ellos son: la búsqueda de Dios, la escucha de la Palabra, la soledad con Dios. Ante todo es necesaria la búsqueda de Dios, porque cuando ha encontrado a Dios, el hombre se encuentra también a sí mismo; cuando ha encontrado a Dios, siente su voz y el llamado a escucharla. La escucha de la Palabra es necesaria, no solamente para dialogar con Dios sino también con nuestros hermanos contemporáneos, para tener la posibilidad de una comunicación verdaderamente interior y social, comunitaria y fecunda…. Lo más importante no es construir grandes ciudades con el auxilio de la técnica moderna, en la que está ausente el Espíritu de Dios, el elemento esencial de la eternidad, el absoluto de Dios; lo que cuenta, en definitiva, es la plenitud del hombre que ha encontrado a Dios. …S. Benito habla a los hombres del siglo XX, casi en la vigilia del siglo XXI. A los hombres de la palabra, del discurso, de las reuniones, de la técnica, les habla de la sabiduría de la escucha. El prólogo de la Regla de S. Benito comienza con la invitación a la escucha: “Escucha, hijo” … Para escuchar la Palabra de Dios, nosotros hombres, ¿qué debemos hacer? Ante todo la conversión interior, la purificación del corazón.

Algo similar decía en su homilía pronunciada en San Pablo Extramuros, en la Misa de Apertura del Simposio conmemorativo del XV Centenario de San Benito:

Paz a vosotros, hijos de san Benito, que estáis llamados a ser, en el mundo de hoy, verdaderos “buscadores” de Dios, auténticos artesanos de la Paz, constructores silenciosos y activos de la nueva civilización del amor. Vosotros tenéis un mensaje que ofrecernos a nosotros, hombres de Iglesia: el mensaje de la fe, de la primacía de Dios, de la apremiante invitación a la soledad, a la oración. En este fin de siglo y en el umbral del siglo XXI, vosotros tenéis un anuncio que hacer especialmente a los Jóvenes: el cálido llamado a la Esperanza. Vuestra vida será una invitación, para los Jóvenes de hoy, a vivir la firmeza y la alegría de la esperanza. Vosotros tenéis un don que proponer al mundo angustiado, violento, desesperado: es el don de la Paz que es fruto del Amor.

 

El Cardenal Pironio valoraba intensamente la vida monástica –en especial la benedictina– y su misión en la Iglesia. Decía a los Abades trapenses reunidos en Capítulo General en Roma:

Valoro mucho vuestra vida, vuestra misión, vuestro ser en la Iglesia. ¿Tiene sentido vuestra vida en el mundo agitado de hoy? Sí: responde a la expectativa y a la búsqueda de las generaciones jóvenes. Sí, porque es la exigencia fundamental para una Iglesia profética, encarnada, servidora de los hombres.

 

En el Sínodo sobre “La Vida Consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo” (1994), siendo en ese momento el Cardenal Pironio Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, decía: “El mundo necesita monjes y monjas que alaben a Dios y evangelicen desde el silencio, el desierto y la oración contemplativa”.

……………..

El Cardenal Pironio fue un hombre de oración incesante e intensísima. Cuando tenía compromisos importantes –como cuando el Papa Pablo VI lo invitó a predicar el Retiro en el Vaticano– se retiraba a algún monasterio: allí intensificaba su oración y así preparaba las pláticas. Él mismo relató que preparó el Retiro del Vaticano en la Trapa de Azul. Después del Retiro tuvo que revisar el texto para ser publicado, y volvió al mismo Monasterio para pasar unos días de oración y silencio. Estaba allí R. Thomas, quien viéndolo rezar escribió en el Prefacio al libro “Guillermo de Saint-Thierry, hombre de doctrina y oración”:

Era diciembre de 1974; yo me encontraba en el monasterio cisterciense de Azul, en Argentina, para dar allí, una serie de conferencias sobre Guillermo de Saint-Thierry y otros autores cistercienses. Antes de comenzarla, había querido dedicarme a unas horas de oración, durante una semana. Ahora bien, se encontraba en la Abadía, en aquellos días, un obispo (era el Cardenal Pironio) que había dado los Ejercicios espirituales en el Vaticano, y pensaba rever su texto antes de entregarlo a publicar. No sé si puso su proyecto en ejecución, pero lo que sé bien es que viniendo frecuentemente a la Iglesia para pasar allí tres cuartos de hora o una hora, yo lo veía siempre en oración. Él estaba allí de rodillas, inmóvil, el cuerpo erguido. Yo llegaba, él estaba allí; me iba, él estaba allí todavía. Volvía al cabo de una hora, él no se había movido: siempre en oración. Y así toda la semana. Cuando yo llegaba y lo veía así, los ojos fijos sobre el tabernáculo, no podía impedirme decirle al Señor: “Pero, ¿qué es lo que le dices? Y él, ¿qué es lo que te dice?”. Es hermoso ver a un hombre que hace oración, que viene a encontrar a su Dios, y le habla, lo mira o lo escucha; que se deja trabajar interiormente por su Señor, y se encuentra poco a poco, renovado a su imagen.

 

 

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