PEREGRINANDO EN LA ESPERANZA UN PASEO POR LAS JORNADAS DE LA VIDA CONSAGRADA

PEREGRINANDO EN LA ESPERANZA

UN PASEO POR LAS JORNADAS DE LA VIDA CONSAGRADA

En febrero de 2024, recién llegadas al Monasterio Mater Ecclesiae, participábamos por primera vez en una Jornada mundial de la vida consagrada en San Pedro, presidida por el Santo Padre, y compartida con gran cantidad de religiosos y religiosas. Fue una experiencia de verdadera comunión eclesial, que vivimos con honda gratitud en nuestro primer año en el corazón de la Iglesia. Las palabras del Papa, que resonaban en el corazón con una fuerza nueva, nos hicieron tomar mejor conciencia de lo que la Iglesia y el mundo esperan de los consagrados, tanto de los que tenemos en la Iglesia el ministerio de la oración y la entrega cotidiana desde una vida oculta y silenciosa, como de los que tienen la altísima misión de llevar el Evangelio a todos los pueblos.

Esta profunda experiencia eclesial no solamente nos marcó personal y comunitariamente, sino que también, al sernos solicitadas, nos llevó a rastrear el pensamiento de los Papas al instituir y continuar estas Jornadas, que invisiblemente unen a los consagrados del mundo entero. 

LAS JORNADAS MUNDIALES DE LA VIDA CONSAGRADA

Para reflexionar sobre el significado y la importancia de la Jornada Mundial de la vida consagrada, tendríamos que remontarnos tal vez a la época de San Pablo VI, cuando espontáneamente religiosos y sacerdotes de Roma y de otras ciudades cercanas acudían a San Pedro en la Fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, para volver a encender la llama de su fe y de su esperanza escuchando al Papa, y para ser enviados con sus cirios encendidos en el deseo de llevar a todos la luz benéfica de Cristo. Así lo decía San Pablo VI: “Cristo es, en verdad, la Luz de la tierra, la Luz de las almas. Y es para darnos a Nos mismo, para dar a los demás, a todos, el gozo de poder fijar la mirada en esta única luz de salvación, por lo que, contento de recibirlos de vuestras manos devotas, mandamos al mundo estos cirios para que, en todas partes donde sean acogidos con llaneza, brille cada vez más la luz benéfica de Cristo” (2 de febrero de 1964).

Tiempo después, en el año 1997, en el umbral del gran jubileo del año 2000, el Papa San Juan Pablo II instituía por primera vez la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. En ese momento el Santo Padre nos decía: “Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas”. Así nos invitaba a mirar el futuro con esperanza contando con la fidelidad de Dios y el poder de su gracia, capaz de obrar siempre nuevas maravillas; así nos hacía volver a la fuente de nuestra vocación, animándonos a hacer un balance de nuestra vida, renovar el compromiso de nuestra consagración y sobre todo testimoniar que el Señor es el Amor capaz de colmar el corazón de la persona humana.

Esta intuición profética de San Juan Pablo II fue recogida por su sucesor, el Papa Benedicto XVI, quien el 2 de febrero de 2010 nos decía: “Queridos amigos, elevemos al Señor un himno de acción de gracias y de alabanza por la vida consagrada. Si no existiera, el mundo sería mucho más pobre. La vida consagrada testimonia la sobreabundancia de amor que impulsa a “perder” la propia vida, como respuesta a la sobreabundancia de amor del Señor, que “perdió” su vida por nosotros primero”. 

Y  estas Jornadas fueron continuadas por el Papa Francisco quien, en la misma línea, nos alentaba: “Sois el amanecer perenne de la Iglesia. Vosotros, consagrados y consagradas, sois el alba perenne de la Iglesia. Os deseo que reavivéis hoy mismo el encuentro con Jesús, caminando juntos hacia Él; y así se iluminarán vuestros ojos y se fortalecerán vuestros pasos” (2018).

LAS JORNADAS, EL PAPA FRANCISCO Y LA ESPERANZA

Si todos estos Papas han amado y valorado la vida religiosa como parte “insustituible de la vida y santidad de la Iglesia”, vivimos hoy, los consagrados, un momento particularmente fecundo de nuestra historia, un verdadero misterio pascual, en el que mientras sufrimos la disminución de vocaciones a la vida consagrada, somos animados a vivir con más hondura y radicalidad la alegría de nuestra consagración, por un Papa, él mismo religioso. Efectivamente, en todos los mensajes del Santo Padre Francisco, emerge su ser religioso, su vivencia cotidiana de la vida consagrada, su comprensión y concreción de los votos, su experiencia de vida comunitaria y ciertamente su plena configuración con el misterio pascual de Cristo. Es por eso que interpela a las almas consagradas de manera particular, y nos transmite con energía renovada la firmeza de su fe y el gozo de su esperanza.

Al releer, en el contexto de este año jubilar, las palabras dirigidas a los consagrados en las Jornadas del 2 de febrero, desde el año 2014 en adelante, se percibe casi inmediatamente cómo el Papa Francisco vuelve una y otra vez sobre el tema de la esperanza, tan caro a su corazón de pastor.

Pasear por estos textos es ya una peregrinación de esperanza, pues “el pasado se abre al futuro, lo viejo en nosotros se abre a lo nuevo que Él hace nacer”. 

  • La esperanza nace del encuentro personal con Cristo.

¿Cómo hacer renacer entonces en el alma la esperanza en este año jubilar? El Papa lo enseña claramente:

    • “Quien encuentra verdaderamente a Jesús no puede quedarse igual que antes. Él es la novedad que hace nuevas nuevas todas las cosas” (2016).
    • “El encuentro con Dios despierta la alegría y renueva la esperanza. Sólo el ponerlo a Él en el centro podrá devolvernos la alegría y la esperanza; sólo eso hará fecunda nuestra vida y mantendrá fecundo nuestro corazón” (2017).
    • “Dios nos llama a que lo encontremos a través de la fidelidad en las cosas concretas -a Dios se lo encuentra siempre en lo concreto-: oración diaria, la Misa, la confesión, una caridad verdadera, la Palabra de Dios de cada día, la obediencia al Superior y a las Reglas. Si esta ley se practica con amor, el Espíritu viene y trae la sorpresa de Dios, como en el Templo y en Caná. El agua de la vida cotidiana se transforma entonces en el vino de la novedad y la vida, que pareciendo más condicionada, en realidad se vuelve más libre” (2019).
    • “Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor en brazos, no sólo en la cabeza y el corazón, sino en la mano, en todo lo que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, en el teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes”. (2018)
  • La esperanza se sostiene con la mirada fija en la gratuidad de la gracia de Dios:

Si la esperanza nace del encuentro con Cristo, se sostiene, según el Papa, poniendo nuestra mirada en la gracia de Dios:

    • “El punto de partida es saber ver la gracia. Mirar hacia atrás, releer la propia historia y ver el don fiel de Dios: no sólo en los grandes momentos de la vida, sino también en las fragilidades, en la miserias. El tentador, el diablo, insiste precisamente en nuestras miserias, en nuestras manos vacías: “en tantos años no mejoraste, no hiciste lo que podías, no te dejaron hacer aquello para lo que valías, no fuiste siempre fiel, no fuiste capaz…” Y así sucesivamente. Nosotros vemos que eso, en parte, es verdad, y vamos detrás de pensamientos y sentimientos que nos desorientan. Y corremos el riesgo de perder la brújula, que es la gratuidad de Dios. Porque Dios siempre nos ama y se nos da, incluso en nuestras miserias” (2020).
    • “Vivir el encuentro con Jesús es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia” (2018).
    • “El consagrado es aquel que cada día se mira y dice: “Todo es don, todo es gracia”. No hemos merecido la vida religiosa, es un don de amor que hemos recibido. Quien sabe ver ante todo la gracia de Dios descubre el antídoto contra la desconfianza y la mirada mundana. La mirada mundana es la que no ve más la gracia de Dios como protagonista de la vida y va en busca de cualquier sucedáneo: un poco de éxito, un consuelo afectivo, hacer finalmente lo que quiero. Y así se repliega en el yo. Pierde impulso, se acomoda, se estanca. No se ve más al Señor en cada cosa. Así uno se vuelve rutinario y pragmático mientras dentro aumentan la tristeza y la desconfianza que acaban en resignación” (2020).
  • La esperanza se renueva en el encuentro con el otro:
    • “No se puede renovar el encuentro con el Señor sin el otro: nunca dejar atrás, nunca hacer descartes generacionales, sino acompañarse cada día, con el Señor en el centro” (2018).
    • “Si Jesús y los hermanos se encuentran todos los días, el corazón no se polariza en el pasado o el futuro, sino que vive el hoy de Dios en paz con todos” (2018).
    • “La vida consagrada germina y florece en la Iglesia; madura cuando los jóvenes y los ancianos caminan juntos, cuando los jóvenes encuentran las raíces y los ancianos reciben los frutos” (2019).
  • La esperanza se fundamenta en un Dios que siempre nos espera:
    • “Esta es la razón de nuestra esperanza: Dios nos espera sin cansarse jamás. Cuando nos extraviamos, viene a buscarnos; cuando caemos por tierra, nos levanta; cuando volvemos a Él después de habernos perdido, nos espera con los brazos abiertos. Su amor no se mide en la balanza de nuestros cálculos humanos, sino que nos infunde siempre el valor de volver a empezar” (2021).
    • “Es necesario recuperar la gracia perdida, es decir, volver atrás y mediante una intensa vida interior retornar al espíritu de humildad gozosa y de gratitud silenciosa. Y esto se alimenta con la adoración, por el empeño de las rodillas y del corazón, con la oración concreta que combate e intercede, que es capaz de avivar el deseo de Dios, el amor de antaño, el asombro del primer día, el sabor de la espera” (2024).

Estos pocos textos en su claridad y sencillez dejan ver algo del alma esperanzada de nuestro Papa Francisco, que una y otra vez insiste en el encuentro personal con Cristo y el hermano como fuente de esperanza, en mantener la mirada del corazón fija en la gratuidad de la gracia de un Dios que siempre nos espera:

    • “La mirada de los consagrados no puede ser más que una mirada de esperanza. Saber esperar. Mirando alrededor, es fácil perder la esperanza: las cosas que no van, la disminución de las vocaciones… A veces se cierne la tentación de la vida mundana, que anula la esperanza. Simeón y Ana, que eran ancianos y estaban solos no habían perdido la esperanza, porque estaban en contacto con el Señor. Este es el secreto: no apartarse del Señor, fuente de la esperanza. Pidamos una mirada nueva que sabe ver la gracia, que sabe buscar al prójimo, que sabe esperar” (2020).

El próximo 2 de febrero, fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, celebraremos una nueva Jornada de la vida consagrada. El relato evangélico de ese día habla de don, de ofrenda, de entrega, y es un icono de la ofrenda que hemos querido hacer siguiendo a Jesús, el Consagrado del Padre. El episodio evangélico habla también de esperanza en los ancianos Simeón y Ana que “esperaban la consolación de Israel”. Y en esta misma linea nos invita el Papa a ser peregrinos hacia el futuro, a no unirnos a profetas de desventuras que proclaman el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días, sino más bien, a revestirnos de Jesucristo llevando bien alto la antorcha de la esperanza.

Por eso, llenas de gratitud al pueblo de Dios, que en este día nos acompaña con su oración y nos hace experimentar que formamos parte de la Iglesia a la que un día le hemos entregado todo, quisiéramos dirigirnos especialmente a nuestro amado Santo Padre con las palabras que el querido Beato Eduardo Pironio pronunciara en aquella otra Jornada de la vida consagrada de 1984: 

“Santo Padre, gracias por el don del Año Santo que nos hace tanto bien, gracias por esta Jornada de don y de ofrenda. La Fiesta de la Presentación del Señor es una fiesta de encuentro, de luz, de ofrenda. Queremos, Santo Padre, ser luz en Cristo Luz, queremos ser presentados al Padre por medio del corazón paterno de vuestra Santidad, y por eso queremos renovar en sus manos la alegría de nuestra consagración: decir ahora sí al Señor como María, maestra y guía de la vida consagrada. Queremos ser fieles a Cristo, a la Iglesia, a nuestros fundadores, al mundo. Santo Padre, reciba nuestro don, presente al Padre nuestra ofrenda, bendiga e infunda coraje a nuestro sí renovado, ilumine nuestro camino, abra nuestro corazón a la generosidad del amor y a la firmeza de la esperanza”.

Monjas Benedictinas – Comunidad Mater Ecclesiae – Vaticano, Roma

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