alabanza






La Palabra hecha canto

Quien canta una alabanza no solamente alaba,
sino que alaba con alegría.
Quien canta una alabanza, no solamente canta,
sino que ama a aquel que canta.
En la alabanza existe la voz exultante del que elogia.
En el canto está el afecto del que ama.

San Agustín

 

El ser humano no es sólo un individuo que piensa y habla. Es también una creatura que canta. Se podría decir que el cuerpo humano puede ser considerado un verdadero “instrumento musical”: boca, cuerdas vocales, pulmón, respiración… El hombre es alguien que piensa, habla y canta. Pero cantar exige un recogimiento mucho más pleno del cuerpo que el hecho de hablar y pensar. A diferencia de los animales sólo el hombre canta la palabra.

 

En la vida del hombre, así como se enseña a hablar, también se enseña a cantar, recordando que el canto es la forma comunicativa más plena, más rica y más expresiva: cantando se da y se dona uno con más intensidad. Tanto más en la vida del hombre creyente, la urgencia del canto brota de la plenitud del corazón y de la fuerza de la experiencia de la fe vivida, casi como explosión que desde lo más íntimo sale a la luz. Manifestación viva de entusiasmo interior que incendia el corazón y da voz a la profecía y a la alabanza, a la gratitud y a la maravilla, a la alegría y a la contemplación, a la súplica y al arrepentimiento.

 

Esta es la experiencia del hombre bíblico, que siempre es creatura entusiasta: del canto de alegría de Adán al Amén de los redimidos del Apocalipsis, de la apasionada defensa de parte de Moisés y los profetas al Magnificat de María y la ebriedad de la Iglesia en Pentecostés. Se trata del canto que se encuentra directamente envuelto en la acción, o del canto que desea hacer memoria viva; no un canto que tiene por fin crear una atmosfera coreográfica y superficial, sino que mientras celebra en el entusiasmo de la fe las maravillas de Dios, lo da a conocer a los demás como esperanza realizada.

 

Desde la Encarnación del Verbo –escribe Pavel Evdokimov- todo está dominado por el rostro humano de Dios. Cristo es el icono del Padre, el primero, el verdadero, el único. El Dios invisible deviene visible en Cristo. La Palabra hecha carne concede “la visión de las cosas invisibles”. En la Biblia, la Palabra y la Imagen viven juntas, se buscan una a la otra, expresan la misma y única revelación. Escuchar y ver, palabra e icono, están en la base de todo conocimiento.

 

La liturgia es por naturaleza el lugar de la visión-escucha del Verbo hecho carne y revelado al hombre para transfigurarlo.

 

Cuando la Iglesia celebra cantando expresa en el modo más auténtico la verdad de su ser Cuerpo y Esposa de Cristo. La asamblea que celebra cantando representa, en sus diversas voces, la armonía de un único tema, el ágape. La polifonía del coro es la expresión de la diversidad de la unidad: siendo muchos formamos un solo cuerpo (1 Co 10,17).

 

Quien se sumerge en este arte de amor se hace capaz de comprender el valor “sacramental” del arte musical. Pues, el ágape, y análogamente la música, es por naturaleza propia difusivo, don de sí; no puede existir una música egoísta, si es verdadera música, como no puede existir un amor encerrado en sí mismo, si es verdadero amor. La música y el amor son realidades profundamente difusivas: el canto es la verdadera y plena expresión del amor: “¡Cantar es amar!” Dice san Agustín. Análogamente, el verdadero amor es por su naturaleza sinfónico. Esta mutua comunión tiene su fuente en Dios que se nos ha revelado como Amor y Amor donado. Y es este amor el que nos congrega en unidad: Congregados por el amor de Cristo.

 

No es este el profundo significado del canto nuevo del que habla la Sagrada Escritura? Cantad al Señor un cántico nuevo (Sal 149). El canto nuevo es el himno perfecto y definitivo de los redimidos. Todo lo contrario de Babel, donde nadie podía comprender al otro. En Pentecostés el Espíritu reúne y unifica no una asamblea estática, muda, inerte sino una asamblea que cree, que vive lo cree, que canta lo que cree.

 

El canto de la oración litúrgica es un canto sinfónico porque une el misterio de Dios y el misterio del hombre en el diálogo y en la comunión que son expresión del amor esponsal. Es canto sinfónico porque la Iglesia terrestre y la celeste, la Iglesia local y universal “se dilata fuera de los confines de un espacio determinado y abraza a todos los creyentes de toda la tierra. Atraviesa incluso los límites del tiempo, en cuanto a que la comunidad que ora en la tierra se hace una sola cosa con los santos que viven en la eternidad” (Romano Guardini).

 

Cfr. Parola fatta canto de Giuseppe Liberto

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