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21 de diciembre: Oh Oriens

 

Oh oriente, esplendor de la luz eterna y sol de justicia: ven e ilumina a los que están sentados en tinieblas y sombra de muerte.

 

En oriente antiguo, la estrella era el signo de un dios. Balaám, en el Antiguo Testamento, profetizó el nacimiento de un rey de Israel: “Lo veo, aunque no por ahora, lo diviso pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella” (Nm 24,17). La misma profecía es la que inspiró a Zacarías, el padre de Juan Bautista: “Nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte”. (Lc 1,78-79).

La estrella de oriente también aparece en los relatos de la infancia de Jesús: ella guía a los magos que van en busca del Mesías y se detiene en el lugar donde nació el Niño. Y en la Resurrección de Jesús, los ángeles aparecen resplandeciente de luz. La Luz acompaña todo el misterio de la vida de Cristo, Él es la verdadera Luz, en quien no hay tinieblas (1 Jn 1,5).

Nosotros rezamos en el Credo: “Dios de Dios, LUZ DE LUZ, Dios verdadero de Dios verdadero”. En Cristo la luz de Dios ilumina a todo hombre: Jesús ha venido para iluminar nuestro camino y la Iglesia no tiene otra misión que la de “iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo” (LG 1).

Por la fe y el Bautismo –que san Justino llama “iluminación”- el Espíritu Santo restaura en nosotros la imagen divina perdida por el pecado para llegar a ser hijos de la luz. San Pablo dice: “Antes ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor, vivan como hijos de la luz”. Y, ¿cómo vivir como hijos de la luz? “El fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. No participéis en las obras de las tinieblas”.

En esta antífona, pedimos que venga Cristo, el Sol que nace de lo alto, para iluminar nuestro camino de la vida para que podamos vivir en la luz, en el amor y en la verdad.

 

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