Cuarta charla

El cristianismo nace en el momento en que el mundo greco-romano sentía una fuerte necesidad religiosa. Todos los filósofos predicaban la elevación de la mente a Dios, único verdadero Bien y única verdadera Belleza. Al mismo tiempo el judío Filón descubría que bajo estas nobles tendencias se escondía un «ateísmo». Los filósofos conocen a Dios-ley o a Dios-idea, pero ignoran al Theos, al Dios-Padre, persona libre que nos ama y que nos invita a un diálogo continuo con él.

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LA LITURGIA Y LA MISERICORDIA

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La Misericordia y la providencia de Dios: la Plegaria Eucarística.

 

Otra realidad que, unida íntimamente a las dos anteriores, hace presente la misericordia de Dios en la liturgia es la Providencia divina. Israel es el primero en reconocer que su Dios, a diferencia de los dioses paganos (sal 113b) es un Dios providente, como un padre con sus hijos. Esta actitud paternal, que en el Antiguo Testamento es una imagen, pasa a ser revelación en Cristo. Cuando los primeros cristianos salen a predicar el Reino, y la Fe llega a los paganos, no es de sorprender que “para el paganismo el primer problema de vida espiritual fuera lo que constituye la esencia del mensaje de Cristo: la revelación de Dios-Padre. Los padres se daban cuenta de su novedad. El cristianismo nace en el momento en que el mundo greco-romano sentía una fuerte necesidad religiosa. Todos los filósofos predicaban la elevación de la mente a Dios, único verdadero Bien y única verdadera Belleza. Al mismo tiempo el judío Filón descubría que bajo estas nobles tendencias se escondía un «ateísmo». Los filósofos conocen a Dios-ley o a Dios-idea, pero ignoran al Theos, al Dios-Padre, persona libre que nos ama y que nos invita a un diálogo continuo con él.”

Más allá de los escritos de los primeros padres sobre la providencia divina (ya desde Clemente de Alejandría en su obra El Pedagogo), y de sus comentarios bíblicos en este sentido, la obra que mejor reflejó esta perspectiva del misterio cristiano y la fuerte presencia de la misericordia de Dios con el hombre, con Israel, fue la Plegaria o Anáfora Eucarística, en su conmemoración histórico-salvífica (lo que hoy llamamos Prefacio). Si bien se compusieron muchas en los primeros siglos de la Iglesia, todas contenían una historia de la salvación en la que la dialéctica misericordia-pecado-misericordia, refleja de un modo insuperable lo que, en forma más abreviada, se da en toda liturgia y sacramento. Es más, su verdadero desarrollo se remonta a la Creación, a la que sigue la narración de la caída. El nombre más usual con el que se presenta la misericordia en esta historia salvífica es filantropía. Esa filantropía es uno de los grandes nombres de la misericordia en los Padres de la Iglesia. Si verdadero significado es el de la amistad de Dios para con los suyos. Se trata de una verdadera decantación y explicitación de lo que revela la historia bíblica hasta llegar a Cristo, que llama a los suyos como “amigos”. Estos textos litúrgicos y su mensaje eran, por otra parte, el alimento de la piedad cristiana en general.

Lo que le da la mayor riqueza a la misericordia, tal como es presentada en la liturgia es el ser presentada como un plan providente de Dios, no un simple obrar circunstancial. La misericordia de Dios no es sólo eterna, sino que es todo un plan, que se extiende de generación en generación. No está librado al simple pedido del hombre, sino que se adelanta a él. Es más, toda la creación, Encarnación y Misterio Pascual, así como la recapitulación final, es un gran plan de misericordia, tal como lo expresan los himnos paulinos con que comienzan las Cartas a los Efesios y Filipenses. La misericordia no se reduce a intervenciones puntuales, sino que es toda una guía y seguimiento por parte de Dios de un designio de amor que, siendo eterno y desde siempre, se hace más intenso ante la plegaria del hombre y, lo que es más radical, ante el pedido de perdón y socorro por parte del hombre. El Pregón Pascual lleva ese designio de misericordia a su máxima expresión.

Sin embargo, en forma cotidiana, es la Eucaristía, tanto como revelación de la misericordia de Dios, como reconocimiento por parte del hombre con la “acción de gracias”, la que, día tras día celebra esa misericordia.

Sin embargo, más allá de la Plegaria Eucaristía y su conmemoración histórico-salvífica, esta perspectiva de un plan misericordioso providente de Dios subyace a todas las Sagradas Escrituras y la liturgia busca en sus distintos “ciclo” de lecturas, sea en la Liturgia de las Horas, sea en la Liturgia de la Palabra eucarística, hacer bien manifiesto esa línea de continuidad de esta historia de amor que es el obrar providente de Dios. Los acontecimientos de la humanidad, de su pueblo Israel, de la Iglesia, de cada persona siguen una ‘economía”. La “economía” es precisamente el nombre que le dan los Padres a esa misericordia o filantropía, en cuanto que no sólo es todo un plan providente, sino que también sigue un orden pedagógico para el hombre. La figura de Dios Padre cobra un relieve especial y, todo su obrar recibe el carácter de una “paideia” o proceso de filiación. como dice Sánchez Caro: “Todo el AT está así presentado como un conjunto de indicaciones que simultáneamente señalan a Cristo y hacia él conducen. Pero no eran una pedagogía e indicación sólo para el pueblo hebreo, sino que siguen siéndolo para nosotros: aquellos acontecimientos eran figuras de la realidad que nosotros vivimos (cfr. 1 Cor 10,6-11) y han sido escritos para aviso de los que ya hemos llegado a la plenitud de los tiempos (ibid., 11) y para que sepamos descubrir en nuestras dificultades de hoy la mano educadora de un Dios que, si castiga, es porque es Padre (cfr. Heb 12,5-13)”. Y es por eso que, desde los comienzos hasta el día de hoy las anáforas o la Plegaria Eucarística termina con el canto del Padre Nuestro, la oración de aquellos que se saben ahora hijos, y por ello se “atreven” a llamarlo Padre.

Siguiendo esta lex orandi de la Plegaria Eucarística, los cristianos, desde los orígenes de la Iglesia, se impregnaron de esta paideia divina, muy distinta de la paideia pagana que tiene su termino en el hombre mismo, sea bajo la forma de una cultura, sea bajo el aspecto de virtud. Por otra parte, como ha señalado L. Bouyer, la paideia cristiana, como portadora de la sabiduría, difiere fuertemente de la pagana, como los libros Sapienciales de las Escrituras difieren de la ciencia griega. En efecto, lo propio de la sabiduría y paideia cristiana es el descubrir la verdad de las cosas a partir de su historia. No se trata de un saber abstracto, como el de Platón y Aristóteles, sino de un saber cuyas líneas maestras están en la historia de Israel, de Cristo, de la Iglesia y de la propia persona. De los cuales se hace “memoria” en la liturgia eucarística.

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