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¡Miren cómo nos amó el Padre!

Textos comentados en la tercera charla del Tiempo Pascual

¡Miren cómo nos amó el Padre!

 

¡Miren cómo nos amó el Padre para llamarnos hijos de Dios y lo somos! (1 Juan 3,1)

 

De nada nos habría valido nacer si no hubiésemos podido renacer. (San Agustín)

 

Todo el que ha nacido de Dios no peca; no puede pecar porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: el que no obra la justicia no es de Dios ni tampoco el que no ama a su hermano (1 Jn 3,9-10).

 

Pablo VI: Hay una diferencia sustancial entre el que está bautizado y el que no lo está, porque el bautizado es hijo adoptivo de Dios. ¿Saben lo que significa ser adoptados por Dios? Quiere decir poder tutear al Señor, Padre nuestro: “Tú eres mi Padre porque me has llamado a esta familiaridad, me has invitado a este coloquio, te has complacido en mi como te has complacido en tu Hijo querido.

La Pascua debe reencender en nosotros esta conciencia de hijos de Dios, de esta inmensa fortuna. Somos hijos de Dios. Somos objeto de una elección extraordinaria que ninguna riqueza alcanza a igualar. Quien es cristiano debe vivir como cristiano. No podemos vivir así como los otros. Las promesas bautismales deben ser repetidas por nosotros con gran sinceridad y energía, deben ser indicio de un programa de vida coherente y noble.

 

Benedicto XVI: “Dios es nuestro Padre porque es nuestro Creador. Le pertenecemos. El salmo 32, 15 dice: “Él modeló cada corazón y comprende todas sus acciones”. La paternidad de Dios es más real que la paternidad humana, porque en última instancia nuestro ser viene de Él, porque Él os ha pensado y querido desde toda la eternidad”.

 

Gregorio de Nisa: El hombre sensato no podría usar el nombre de Padre si no reconociera una semejanza con él. El que es por naturaleza bueno no puede engendrar el mal; el santo, lo impuro; el Inmutable, la precariedad; el padre de la vida, la muerte; el magnánimo, bienhechor, a los avaros. El perfecto no puede ser padre de los que están sometidos al pecado. El nombre de Padre indica una relación de filiación. Si siendo impuros y pecadores llamamos a Dios Padre, le atribuimos la responsabilidad de nuestra maldad. Si el Señor nos enseña a llamar a Dios en la oración: Padre, parecería que quiere inculcarnos que debemos llevar una vida digna y perfecta. La verdad no puede enseñar la mentira haciéndonos pasar por lo que no somos, dándonos un nombre que no corresponde a nuestra naturaleza; pero, nosotros debemos, al nombrar Padre a aquel que es la santidad, la justicia y la bondad, probar con nuestra vida nuestro parentesco con Él. ¿Te das cuenta qué esfuerzo, qué vida exige esto?  Si fueras mi hijo, deberías manifestar mis cualidades divinas en tu vida. Yo no encuentro en ti la imagen de mi naturaleza; ¿qué unión puede existir entre la luz y las tinieblas; qué parentesco entre la vida y la muerte; qué ligazón entre lo puro y lo impuro? Grande es la distancia que separa al magnánimo del avaro. Otro es el padre de tus vicios. Mis hijos poseen las perfecciones de su Padre; el hijo del misericordioso es misericordioso; el hijo del Puro es puro; en una palabra, el Bueno engendra lo que es bueno, el Justo, lo que es justo. Es peligroso, antes de emendar la vida y llamar a Dios: Padre.

 

San Cipriano: El hombre nuevo, renacido y devuelto a su Dios por la gracia de Él, ante todo dice Padre porque ya comenzó a ser hijo. Cuando llamamos Padres a Dios hemos de obrar como hijos de Dios para que del mismo modo que nosotros nos complacemos en Dios Padre, así se complazca Él también en nosotros. Vivamos como templos de Dios para que se vea que Dios habita en nosotros. Y no se aparten nuestos actos del Espíritu, a fin de que, quienes empezamos a ser espirituales y celestiales, no pensemos ni obremos cosas epirituales y celestiales.

 

Jer 3,19ss: Dice el Señor: Yo había dicho: ‘Sí, te tendré como a un hijo y te daré una tierra espléndida. Padre me llamaréis y de mi seguimiento no os volveréis’. Pues bien, como engaña una mujer a su compañero así me ha engañado la casa de Israel. Torcieron su camino, olvidaron a su Dios. ¡Vuelvan hijos apóstatas, yo remediaré sus apostasías! ¡Si volvieras, Israel, si a mi volvieras!… Aquí nos tienes de vuelta a ti, porque tú, Señor, eres nuestro Padre.

 

Is 63,14ss: Señor, guiaste a tu pueblo para hacerte un nombre glorioso. Observa desde los cielos y ve desde tu aposento santo y glorioso. ¿Dónde está tu celo y tu fuerza, la conmoción de tus entrañas? ¿Es que tus entrañas se han cerrado para mi? Porque tú eres nuestro Padre, tu Nombre es ‘el que nos rescata desde siempre’.

 

Is 64,5 ss: Caímos como la hoja todos nosotros, y nuestras culpas como el viento nos llevaron. No hay quien invoque tu nombre, quien se despierte para asirse a ti. Pues encubriste tu rosto de nosotros, y nos dejaste a merced de nuestras culpas. Pues bien, Señor, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros. No te irrites, Señor, demasiado ni para siempre recuerdes la culpa. Mira, todos nosotros somos tu pueblo.

 

Lev 26, 46: A pesar de todo, cuando ellos estén en tierra enemiga, no los desecharé ni los aborreceré hasta su total exterminio, anulando mi alianza con ellos, porque Yo Soy el Señor su Dios; me acordaré, en su favor, de la alianza hecha con sus antepasados, a quienes saqué de la tierra de Egipto para ser su Dios.

 

El que me ha visto, ha visto al Padre. (Jn 14,9)

 

Oseas 14: Vuelve, Israel, al Señor tu Dios, pues has tropezado por tus culpas… Volved y decidle estas palabras: ‘Quita toda culpa, toma lo que hay de bueno y te ofreceremos la alabanza de nuestros labios. No diremos más ‘Dios nuestro’ a la obra de nuestras manos; oh, tú, en quien el huérfano (sin padre) encuentra compasión. Y dice Dios: Yo sanaré su infidelidad, los amaré gratuitamente.

 

Papa Francisco: Nadie debe dudar del amor del Padre «que está en los cielos». Él nos ama. «Me ama». Si incluso nuestro padre y nuestra madre no nos hubieran amado, hay un Dios en el cielo que nos ama como nadie en la tierra nunca lo ha hecho ni lo podrá hacer. El amor de Dios es constante. El profeta Isaías dice: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque esas llegasen a olvidar yo no te olvido. Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada» (49, 15-16). «En las palmas de mis manos te tengo tatuada». Me he hecho un tatuaje tuyo en las manos. Yo estoy en las manos de Dios, así, y no puedo borrarlo. El amor de Dios es como el amor de una madre que nunca se puede olvidar. ¿Y si una madre se olvidase? «Yo no me olvidaré», dice el Señor. Este es el amor perfecto de Dios, así nos ama. Si todos nuestros amores terrenales se desmoronasen, y no quedase nada más que polvo, siempre queda para todos nosotros, ardiente, el amor único y fiel de Dios.

San Agustín decía: Pensemos de quién hemos empezado a ser hijos para que nuestro vivir sea cual conviene a hijos de un tal Padre.

 

Gregorio de Nisa: La envidia, el odio, la calumnia, el orgullo, la avaricia, la concupiscencia, la ambición, todo esto expresa lo contrario de la imagen divina. Si alguno lleva todas estas manchas e invoca al Padre, ¿qué padre lo escuchará? Ciertamente aquel a quien él se asemeja: el padre del infierno y no el del cielo. La oración del pecador inveterado invoca al demonio. El que huye del pecado y vive en la virtud invoca al Padre que es bueno.

Cuando nos acerquemos a Dios, examinemos primero nuestra vida; si encontramos en nosotros la imagen de Dios, entonces nos atreveremos a pronunciar estas palabras. Aquel que nos ha enseñado a decir Padre, no nos permite mentir.

El que es de Dios no tiene celos ni deshonra. Que ni la envidia ni el orgullo te desfiguren, ni nada de lo que profana la belleza divina. Entonces podrás invocar a Dios con una confianza filial y llamar al Señor del universo tu Padre.

 

 

 

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