SANTOS MAURO Y PLÁCIDO, DISCÍPULOS DE SAN BENITO
Se celebran el 15 de enero
Hombres nobles y piadosos ofrecían sus hijos a San Benito
para educarlos en el temor de Dios omnipotente.
También Eutiquio y el patricio Tértulo
le encomendaron a sus hijos de condiciones prometedoras,
el primero a Mauro, y el segundo a Plácido.
El joven Mauro se destacaba por sus buenas costumbres
y empezó a ser el ayudante del maestro.
Plácido, en cambio, se hallaba todavía en su edad infantil.
(Del Libro de los Diálogos de San Gregorio Magno)
Milagro de la obediencia
Un día, mientras San Benito se encontraba en su celda, el joven monje niño fue al lago para sacar agua.
Llegado al borde del lago, se inclinó; pero la cubeta demasiado pesada lo hizo precipitarse; cayó y desapareció bajo la superficie del lago.
Arrastrado por la rápida corriente, lo cubrieron las olas. Se encontraba ya a la distancia de un tiro de flecha del lugar de su caída.
Benito, desde el interior de su celda, supo por revelación lo que había pasado en el lago.
-¡Mauro, exclamó, hermano Mauro, corre rápido al lago, hijo mío! ¡Nuestro querido niño ha caído al agua, la corriente lo arrastra, apresúrate!
¡Maravilla de la obediencia!
Mauro cayó de rodillas, recibió la bendición de su Padre, y voló a cumplir sus órdenes.
Nada podía frenarlo, corría, se precipitaba; no veía sino el objetivo, no soñaba con obstáculos.
Volando llegó hasta su hermano Plácido; lo tomó por los cabellos, lo sacó del agua y lo colocó sano y salvo sobre la orilla.
Fue solamente entonces cuando se percibió que había caminado sobre el agua, ¡como si fuese otro San Pedro!
¡Oh terror! ¡Indecible asombro! -¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué?…
Impuso un freno a estos pensamientos. Mauro, corriendo, volvió a su Padre y le expuso simplemente el hecho, sin buscar penetrar en los designios ni los secretos de Dios.
Fue entonces que comenzó un combate memorable, el único que jamás existió entre el padre y el hijo.
Combate de humildad; combate agradable a Dios.
– Mauro, dijo San Benito, Dios ha bendecido tu singular obediencia.
– No, padre mío, respondió Mauro, este milagro es el premio de tu orden colmada de fe. No se debe en lo más mínimo a mí, yo he actuado como un ciego.
Llegó Plácido y puso fin a la controversia.
– Mientras me sacaban del agua, dijo, veía planear sobre mi cabeza el manto de nuestro padre abad; y a él mismo que, tendiéndome su mano paternal, me sacaba de la corriente.
Árbitro incontestable.
Todos hicieron silencio y dieron gloria a Dios.