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¡Maestro, no nos dejes!

Textos comentados en la Primera charla del Tiempo Pascual

¡Maestro, no nos dejes!

 

“Escúchenme, ustedes, los nacidos a una vida nueva. Escúchenme sobre todo ustedes que asisten a estos misterios por primera vez. Escúchenme también ustedes los fieles, que ya están acostumbrados a verlos. Buena cosa es recordarlo para no dejar paso al olvido. Lo que ven sobre la mesa del Señor, por lo que se refiere a su apariencia, es lo mismo que acostumbran a ver en las suyas: el aspecto exterior es el mismo, pero distinta es su fuerza. También ustedes son los mismos hombres que eran antes, pues el rostro que presentan hoy no es distinto del de ayer; y, sin embargo, son hombres nuevos: hombres viejos por el aspecto corporal, pero nuevos por la gracia de la santidad” (San Agustín, Sermón 229 A).

 

“Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él? Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva… Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre Él. Al morir, Él murió al pecado, una vez para siempre; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6,3-11).

“Señor, concédenos a los que sin ti no podemos existir, vivir según tu voluntad” (oración colecta, tiempo de cuaresma).

 

“Separados de mi, no pueden hacer nada” (Jn 15,5).

 

Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme (salmo 50).

 

“Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes” (Ez 36,26-27).

 

Debería haber una diferencia entre el antes y el después de la Pascua; se debería notar un nuevo esfuerzo, una gracia nueva La celebración de la Pascua tiende a renovar en nosotros la vida sobrenatural; es un regeneración que quiere traspasarse a nuestras almas y, en consecuencia, a nuestro modo de pensar y de actuar… Vivimos en la vida nueva si estamos unidos a Cristo. No es posible encontrar una vida nueva fuera de él, porque Cristo es la vida… La Pascua deviene novedad sobre todo por la reforma, por la novedad moral que pone en nuestra condición de vida (Pablo VI).

 

Si Cristo algo tiene que cambiar en nuestra vida. No puede ser que celebremos otra vez la Pascua del Señor como si nada sucediera, como si nada hubiera ocurrido en el mundo, como si Cristo no hubiese nacido y no hubiese tomado la fragilidad de lo nuestro, la pobreza de lo nuestro; como si no se hubiese metido bien dentro de nuestra miseria y la hubiese asumido; como si no nos hubiese salvado. No puede ser. No puede ser que nosotros celebremos otra Pascua de Jesús y el mundo siga rodando en su tristeza, en su inseguridad, en su desesperanza. (Cardenal Eduardo Pironio).

 

La Pascua debe dejar huellas en nuestras almas. Es una de las fiestas que deben marcar la línea de nuestras relaciones habituales con el Señor. La Pascua es la principal fiesta de nuestro culto, de nuestras relaciones con Dios; es decir, debe caracterizar toda nuestra vida espiritual, debe difundir una tonalidad, un estilo, un modo de pensar y de vivir que marque toda nuestra vida (Pablo VI).

 

Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo… Yo les he dado a conocer tu Nombre y se los seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn 17,25).

 

Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14,31).

 

Voy a prepararles un lugar, volveré y os tomaré conmigo para que donde yo esté, estéis también vosotros (Jn 14,3).

 

Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20).

La virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emanuel, que significa Dios con nosotros (Mt 1,22).

 

El cristiano debe tener siempre en su alma una gran riqueza de alegría; debe tener tal reserva de alegría en su alma que nada debe agotarla. Un cristiano nunca debe estar completamente triste. ¿Puede un cristiano estar desesperado? No puede ni debe estarlo, porque significaría que ha perdido el contacto con Cristo, el contacto con Dios. Los que somos cristianos debemos recordar que la victoria pascual, con el gozo que nos consigue, debe ser el viento que impulsa nuestras almas; y que en medio de las adversidades de este mundo nunca debemos perder, si estamos unidos a Cristo, el gozo del espíritu. Paz y gozo son los primeros dones de la gracia, y les debemos custodia, culto y testimonio (Pablo VI).

 

Esta vida cristiana que llega a ustedes llevando en alto el signo de la cruz y que tantas renuncias les pide, tanta energía espiritual les exige, tanto heroísmo viril y tanto desprecio vigoroso a las mil seducciones de la mediocridad, del escepticismo y del egoísmo, les exige, esta vida cristiana – digo – tiene el secreto para hacerlos fuertes y alegres, para dar cantos a sus voces, entusiasmo a su espíritu, verdadera felicidad a su amor; la vida cristiana es alegre (ídem).

 

“Vayan a Galilea, allí me verán. No teman y vayan a Galilea” (Mc 16 y Mt 28).

 

Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron. Volver a Galilea quiere decir volver a leer todo a partir de la cruz y de la victoria; sin miedo. Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, a partir de este acto supremo de amor. También para cada uno de nosotros hay una “Galilea” en el comienzo del camino con Jesús. “Ir a Galilea” tiene un significado bello, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en el que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos. con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena. En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también una Galilea, una Galilea más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y a participar en su misión. El evangelio es claro: “vayan a Galilea”; es necesario volver allí para ver a Jesús resucitado y convertirse en testigos de la resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos. Volver a Galilea sin miedo (Papa Francisco).

 

Resucitó Cristo, mi esperanza: “Todo cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un encuentro que cambia la vida: el encuentro con un hombre único, que nos hace sentir toda la bondad y la verdad de Dios, que nos libra del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino que nos libra de él radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad. He aquí por qué la Magdalena llama a Jesús “mi esperanza”: porque ha sido él quien la ha hecho renacer, le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal. “Cristo, mi esperanza”, significa que cada deseo mío de bien encuentra en él una posibilidad real; con él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena, sea eterna, porque es Dios mismo quien se ha hecho cercano hasta entrar en nuestra humanidad…. Con la muerte de Jesús, parecía fracasar la esperanza de cuantos confiaron en él. Hubo un momento en el que Jesús aparecía derrotado: las tinieblas habían invadido la tierra, el silencio de Dios era total, la esperanza una palabra que ya parecía vana. Y he aquí que, al alba del día después del sábado, se encuentra el sepulcro vacío y la fe renace más viva y más fuerte que nunca, ya invencible, porque fundada en una experiencia decisiva: “Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es la vida, triunfante se levanta”. Si Jesús ha resucitado, entonces – y solo entonces – ha ocurrido algo realmente nuevo, que cambia la condición del hombre y del mundo. entonces, él, Jesús, es alguien dl que podemos fiarnos de modo absoluto, y no solamente confiar en su mensaje, sino precisamente en su persona, porque el resucitado no pertenece al pasado, sino que está presente hoy, está vivo. “Resucitó Cristo, mi esperanza (Benedicto XVI).

 

 

 

 

 

 

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