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El lavado de las manos

El sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos, expresando por este rito su deseo de purificación interior, diciendo: “Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado”.

En el origen del rito había un doble motivo: por un lado, estaba la necesidad práctica del celebrante de lavarse las manos después de haber recibido las ofrendas de los fieles y de haber utilizado el incensario; pero, por otro lado, estaba la larga tradición judía del lavado de las manos como símbolo de purificación interior. Es el simbolismo que tenía el bautismo de Juan Bautista, para la conversión de los pecados, y que también hace referencia el salmo 50: “Lávame a fondo de mi culpa, y purifícame de mi pecado”.

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