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La oración de los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros Señor!”

Textos comentados en la Charla:

¿Cómo rezar después de Pascua?

La oración de los discípulos de Emaús: 

“Quédate con nosotros Señor!”

Lucas 24, 13-34

 

Imaginemos la escena: dos hombres caminando decepcionados, tristes, convencidos de dejar a las espaldas la amargura de una historia mal terminada. Antes de esa Pascua estaban llenos de entusiasmo: convencidos de que esos días serían decisivos para sus expectativas y para la esperanza de todo el pueblo. Jesús, al cual habían confiado su vida, parecía finalmente llegado a la batalla decisiva: entonces habría manifestado su poder, después de un largo periodo de preparación y de esconderse. Esto era lo que ellos esperaban. Y no fue así.

Los dos peregrinos cultivaban una esperanza solamente humana, que entonces se hacía pedazos. Esta cruz izada en el Calvario era el signo más elocuente de una derrota que no habían pronosticado. Si realmente ese Jesús era según el corazón de Dios, debían concluir que Dios era inerme, indefenso en las manos de los violentos, incapaz de ofrecer resistencia al mal.

Así, esa mañana del domingo, estos dos huyen de Jerusalén. En los ojos tienen todavía los sucesos de la pasión, la muerte de Jesús; y en el alma el doloroso angustiar sobre esos sucesos, durante el forzado descanso del sábado. Esa fiesta de Pascua, que debía entonar el canto de la liberación, se había transformado en el día más doloroso de su vida. Dejan Jerusalén, para irse a otro lugar, en un pueblo tranquilo. Tiene todo el aspecto de personas que pretenden eliminar un recuerdo que quema. 

Francisco

El camino de Emaús se convierte así en símbolo de nuestro camino de fe: las Escrituras y la Eucaristía son los elementos indispensables para el encuentro con el Señor. También nosotros llegamos a menudo a la misa dominical con nuestras preocupaciones, nuestras dificultades y desilusiones… La vida a veces nos hiere y nos marchamos tristes, hacia nuestro «Emaús», dando la espalda al proyecto de Dios. Nos alejamos de Dios. Pero nos acoge la Liturgia de la Palabra: Jesús nos explica las Escrituras y vuelve a encender en nuestros corazones el calor de la fe y de la esperanza, y en la Comunión nos da fuerza. Palabra de Dios, Eucaristía. Leer cada día un pasaje del Evangelio. Recordadlo bien: leer cada día un pasaje del Evangelio, y los domingos ir a recibir la comunión, recibir a Jesús. Así sucedió con los discípulos de Emaús: acogieron la Palabra; compartieron la fracción del pan, y, de tristes y derrotados como se sentían, pasaron a estar alegres. Siempre, queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría. Recordadlo bien. Cuando estés triste, toma la Palabra de Dios. Cuando estés decaído, toma la Palabra de Dios y ve a la misa del domingo a recibir la comunión, a participar del misterio de Jesús. Palabra de Dios, Eucaristía: nos llenan de alegría.

Por intercesión de María santísima, recemos a fin de que cada cristiano, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, especialmente en la misa dominical, redescubra la gracia del encuentro transformador con el Señor, con el Señor resucitado, que está siempre con nosotros. Siempre hay una Palabra de Dios que nos da la orientación después de nuestras dispersiones; y a través de nuestros cansancios y decepciones hay siempre un Pan partido que nos hace ir adelante en el camino. Francisco

Cantemos todos juntos el cántico nuevo, pues a la nueva vida conviene el canto nuevo y bienaventurado. Cantemos el cántico nuevo pues he aquí que Adán ha sido renovado, el antiguo pecado borrado y todas las cosas son nuevas. Cantemos el cántico nuevo, pues he aquí que Adán ha sido renovado y Eva conducida a los cielos, pues el diablo ha sido precipitado al fuego. En modo alguno temo oír: Eres tierra y a la tierra irás. Pues en el bautismo me he librado de la tierra, he revestido el cielo y he oído: cielo eres y a los cielos irás; en efecto, todos los que han sido bautizados en Cristo han sido revestidos de Cristo, y así como es el hombre terrenal así serán también los hombres terrenales, y así como es el hombre celestial así serán también los celestiales. Debemos escalar las nubes y lanzarnos hacia los cielos; la exhortación no carece de garantía, escucha a Pablo cuando dice: Seremos llevados sobre las nubes al encuentro del Señor en los aires, y así permaneceremos para siempre con el Señor.

Oh día verdaderamente grande y propicio en el que el cordero fue inmolado, el mundo rescatado y nuestro pastor está vivo: Pues yo soy, dice, el buen pastor.

¡Oh muerte de Cristo, muerte de la muerte, que hace brotar una vida dulce de la más amarga de las muertes! San Anfiloquio de Iconio, obispo

Todo hombre piadoso que ama al Señor venga a gozar de esta luminosa fiesta. Que el servidor fiel entre feliz en el gozo de su Señor.

El que ha llevado el peso del ayuno venga a recibir su salario. El que ha trabajado desde la primera hora, reciba hoy lo que es justo. Aquel que no ha venido sino a la hora tercera, celebre esta fiesta con gratitud. El que ha llegado después de la hora sexta, que se aproxime sin temor: no será defraudado. Si alguno ha tardado hasta la novena hora, que avance sin vacilación. Y el obrero de la undécima hora, no se sonroje por su retraso. El Señor es generoso: recibe al último como al primero. Concede el reposo tanto al obrero de la undécima hora como a aquel que comenzó su trabajo desde la aurora. Está lleno de compasión por el último, de solicitud por el primero. A uno da su gracia, al otro lo colma. Recompensa a uno sin olvidar al otro, pues no mira únicamente la obra sino que penetra la intención del corazón. Por lo tanto, entrad todos en el gozo de vuestro Señor. Primeros y últimos, recibid la recompensa; ricos y pobres, cantad a coro; los que guardasteis abstinencia y los que permanecisteis ociosos, celebrad este día; los que habéis ayunado y los que no lo habéis hecho, participad igualmente de la alegría de este día.

La mesa está preparada, venid todos con sencillez de corazón. El cordero cebado está servido, saciad vuestra hambre, participad en el banquete de la fe, saciaos todos de las riquezas de la misericordia. Que nadie se aflija ya por su pobreza: el reino está abierto para todos. Que ninguno deplore ya sus pecados: el perdón se ha levantado de la tumba. Que nadie tema la muerte, porque la muerte del Salvador nos ha liberado

¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Cristo ha resucitado y tú has sido destruida. Cristo ha resucitado y los demonios han caído. Cristo ha resucitado y los ángeles se regocijan. Cristo ha resucitado y la vida reina. Cristo ha resucitado y los muertos han sido arrancados de sus tumbas. Sí, Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen. 

San Juan Crisóstomo

Jesús es el Rostro de la misericordia del Padre. Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad, de paz. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia será siempre más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. Misericordiae vultus (1-3) 

Lo único que verdaderamente necesitamos en nuestra vida es ser perdonados, liberados del mal y de sus consecuencias de muerte. Lamentablemente, la vida nos hace experimentar muchas veces estas situaciones; y sobre todo es en ellas cuando debemos confiar en la misericordia. Dios es más grande que nuestro pecado. No olvidemos esto: Dios es más grande que nuestro pecado. (Francisco, Catequesis 30 de marzo, 2016) 

¿La alegría de dónde viene? Según mi parecer, lo decisivo es la certeza que proviene de la fe: yo soy amado. Tengo un cometido en la historia. Soy aceptado, soy querido. El hombre puede aceptarse a sí mismo sólo si es aceptado por algún otro. Tiene necesidad de que haya otro que le diga, y no sólo de palabra: «Es bueno que tú existas». Sólo a partir de un «tú», el «yo» puede encontrarse a sí mismo. Sólo si es aceptado, el «yo» puede aceptarse a sí mismo. Quien no es amado ni siquiera puede amarse a sí mismo. Este ser acogido proviene sobre todo de otra persona. Pero toda acogida humana es frágil. A fin de cuentas, tenemos necesidad de una acogida incondicionada. Sólo si Dios me acoge, y estoy seguro de ello, sabré definitivamente: «Es bueno que yo exista». Es bueno ser una persona humana. Cuando llega a ser dominante la duda sobre Dios, surge inevitablemente la duda sobre el mismo ser hombres. Hoy vemos cómo esta duda se difunde. Lo vemos en la falta de alegría, en la tristeza interior que se puede leer en tantos rostros humanos. Sólo la fe me da la certeza: «Es bueno que yo exista». Es bueno existir como persona humana, incluso en tiempos difíciles. La fe alegra desde dentro. Benedicto XVI

 

1. Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!

2. Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza. 

(Exhortación apostólica CHRISTUS VIVIT)

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