La consagración del vino
Del mismo modo, acabada la cena, tomó este cáliz glorioso en sus santas y venerables manos, dando gracias te bendijo, y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomen y beban todos de él, porque este el cáliz de mi sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna; que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía.
Jesús dirá, algunas horas más tarde: Que pase de mi este cáliz! (Mt 26,39), sin embargo ahora lo toma plenamente en sus manos. El gesto de Jesús, en este instante, deviene el vaso y la forma de toda su existencia ofrecida, de toda su “pro – existencia”, para el Padre y para nosotros. Es lindo permanecer mirando este gesto, a Jesús que permanece suspendido en este gesto, a Jesús que, en este gesto mismo, permanece para nosotros todo entero, a la vez reconocible y comestible. Jesús toma pan entre sus manos, nada de más cotidiano, nada de más ordinario, en apariencia. Y, sin embargo, hay allí un esfuerzo que jamás terminaremos de medir. El momento de la elevación del pan y del cáliz, a la vez modesto e incalculable, es simplemente, esa tarde, el instante preciso en el que en el interior de aquel Hombre, da toda su medida de hombre y asume hasta el fin (Jn 13,1), conscientemente, su misión de “pro-existencia”.