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La consagración del pan

La orden del Señor, en la Última Cena, “Haced esto en memoria mía”, llevó a la Iglesia a repetir sus gestos y sus palabras y así renovar la cena en la que se ofrece el verdadero sacrificio de Cristo y de la Iglesia. El relato de la institución de la Eucaristía no corresponde exactamente a ninguno de los evangelios, ni al relato de san Pablo en su epístola a los Corintios. Cuando se redactaron los evangelios y la carta a los corintios, ya la celebración de la cena del Señor, tenía unas cuantas décadas de tradición, lo que le dio su estilo propio. Más tarde, las liturgias conservaron su tradición basada en la práctica de las iglesias. Esto es lo que explica que en el relato haya palabras no bíblicas que expresan la veneración hacia los gestos del Señor.

Vamos a ver el relato en el canon romano:

El cual, la Víspera de su pasión, tomó pan en sus santas y venerables manos, y elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen y coman, todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes.

Detengámonos en el detalle, tan esencial y decisivo, de “estas santas manos”. Manos unidas para sostener todo lo que el Padre ha puesto en sus manos (Jn 13,3). Manos que han trabajado, manos que han bendecido, manos que han curado; manos que pronto serían traspasadas. Jesús toma el pan en sus santas y venerables manos, toma, en un gesto de amor y firme voluntad, su propio cuerpo entre sus manos, y en un gesto de adoración al Padre, lo parte, lo inmola, lo entrega para dar vida a aquellos que lo tomen y lo reciban.

 

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