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La alegría del Perdón

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La alegría del perdón

En la Biblia el tema del perdón está fundamentalmente ligado a Dios y al hombre.

El pecador es un deudor cuya deuda condona Dios y es una condonación tan eficaz que Dios no ve ya el pecado, que queda como echado detrás de él, es quitado, expiado, destruido.

La predicación primitiva, o sea después de la Resurrección, tiene por objeto, al mismo tiempo que el don del Espíritu, la remisión de los pecados, que es su primer efecto.(Lc 24,47; Hech 2,38)

Frente al pecado el Dios celoso se revela un Dios de perdón. La apostasía subsiguiente a la alianza, que merecería la destrucción del pueblo es para Dios ocasiónde proclamarse “Dios de ternura y de piedad, lento a la ira, rico en gracia y en fidelidad…, que tolera falta, transgresión y pecado, pero no deja nada impune…”; o sea, es la oportunidad de Dios de revelar su amor. Así Moisés puede orar con confianza y seguridad: “Es un pueblo de dura cerviz. Pero perdona nuestras faltas y nuestros pecados y haz de nosotros tu heredad” (Éx 34,6-9).

Humana y jurídicamente no se justifica el perdón. Es la plenitud de ese amar hasta el fin de Juan 13.

El amor de Dios no desfallece nunca, no se cansa de nosotros; es amor que da hasta el extremo, hasta el sacrificio del Hijo. La fe nos da esta certeza, que se convierte en una roca segura en la construcción de nuestra vida: podemos afrontar todos los momentos de dificultad y de peligro, la experiencia de la oscuridad de la crisis y del tiempo de dolor, sostenidos por la confianza en que Dios no nos deja solos y está siempre cerca, para salvarnos y llevarnos a la vida eterna. Benedicto XVI, 30 de enero de 2013

El perdón, tan ajeno a la condición humana,

es una realidad del Reino de Dios

que no tiene nada que ver con los tibios y los fríos.

El perdón es un milagro inequívoco,

el amor extremo.

El Dios viviente pasa cada vez que recibimos el perdón.

Frère Roger Shutz, Taizé.

Nosotros humanamente siempre oponemos perdón y justicia.

Oración Colecta Domingo XXVI: Oh Dios, que manifiestas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y en el perdón…

¿Cómo es posible pensar en un Dios omnipotente mirando hacia la Cruz de Cristo? ¿Hacia este poder del mal que llega hasta el punto de matar al Hijo de Dios? Nosotros querríamos ciertamente una omnipotencia divina según nuestros esquemas mentales y nuestros deseos: un Dios «omnipotente» que resuelva los problemas, que intervenga para evitarnos las dificultades, que venza los poderes adversos, que cambie el curso de los acontecimientos y anule el dolor. Así, diversos teólogos dicen hoy que Dios no puede ser omnipotente; de otro modo no habría tanto sufrimiento, tanto mal en el mundo. En realidad, ante el mal y el sufrimiento, para muchos, para nosotros, se hace problemático, difícil, creer en un Dios Padre y creerle omnipotente; algunos buscan refugio en ídolos, cediendo a la tentación de encontrar respuesta en una presunta omnipotencia «mágica» y en sus ilusorias promesas.

Pero la fe en Dios omnipotente nos impulsa a recorrer senderos bien distintos: aprender a conocer que el pensamiento de Dios es diferente del nuestro, que los caminos de Dios son otros respecto a los nuestros (cf. Is55, 8) y también su omnipotencia es distinta: no se expresa como fuerza automática o arbitraria, sino que se caracteriza por una libertad amorosa y paterna. En realidad, Dios, creando criaturas libres, dando libertad, renunció a una parte de su poder, dejando el poder de nuestra libertad. De esta forma Él ama y respeta la respuesta libre de amor a su llamada. Como Padre, Dios desea que nos convirtamos en sus hijos y vivamos como tales en su Hijo, en comunión, en plena familiaridad con Él. Su omnipotencia no se expresa en la violencia, no se expresa en la destrucción de cada poder adverso, como nosotros deseamos, sino que se expresa en el amor, en la misericordia, en el perdón, en la aceptación de nuestra libertad y en el incansable llamamiento a la conversión del corazón, en una actitud sólo aparentemente débil —Dios parece débil, si pensamos en Jesucristo que ora, que se deja matar. Una actitud aparentemente débil, hecha de paciencia, de mansedumbre y de amor, demuestra que éste es el verdadero modo de ser poderoso. ¡Este es el poder de Dios! ¡Y este poder vencerá

Es un poder, una omnipotencia pascual. Por eso perdón y Pascua están íntimamente unidos.

Sólo quien es verdaderamente poderoso puede soportar el mal y mostrarse compasivo; sólo quien es verdaderamente poderoso puede ejercer plenamente la fuerza del amor. Y Dios, a quien pertenecen todas las cosas porque todo ha sido hecho por Él, revela su fuerza amando todo y a todos, en una paciente espera de la conversión de nosotros, los hombres, a quienes desea tener como hijos. Dios espera nuestra conversión. El amor omnipotente de Dios no conoce límites; tanto que «no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rm 8, 32). La omnipotencia del amor no es la del poder del mundo, sino la del don total, y Jesús, el Hijo de Dios, revela al mundo la verdadera omnipotencia del Padre dando la vida por nosotros, pecadores. He aquí el verdadero, auténtico y perfecto poder divino: responder al mal no con el mal, sino con el bien; a los insultos con el perdón; al odio homicida con el amor que hace vivir. Entonces el mal verdaderamente está vencido, porque lo ha lavado el amor de Dios; entonces la muerte ha sido derrotada definitivamente, porque se ha transformado en don de la vida. Dios Padre resucita al Hijo: la muerte, la gran enemiga (cf. 1 Co 15, 26), es engullida y privada de su veneno (cf. 1 Co15, 54-55), y nosotros, liberados del pecado, podemos acceder a nuestra realidad de hijos de Dios. Benedicto XVI, 30 de enero de 2013

Esto es lo que hace tan confiada la oración de los salmistas: Dios perdona al pecador que se acusa (Sal 32,5; cf. 2Sa 12,13); lejos de querer perderlo (Sal 78,38), lejos de despreciarlo, lo recrea, purificando y colmando de gozo su corazón contrito y humillado (Sal 51,10-14.19; cf. 32,1-11); fuente abundante de perdón, es un padre que perdona todo a sus hijos (Sal 103,8-14).

Después del exilio no se cesa de invocar al “Dios de los perdones” (Neh 9,17) y “de las misericordias” (Dan 9,9), siempre pronto a arrepentirse del mal con que ha amenazado al pecador, si éste se convierte (Jl 2,13);

Y Juan Bautista se hace sus preguntas (cf. Lc 7,19-23) al oír a Jesús no sólo invitar a los pecadores a convertirse y a creer (Mc 1,15), sino proclamar que ha venido únicamente para curar y perdonar. Cuando lo anuncia: Es el Cordero que toma y por eso quita el pecado. El perdón es como un hilo conductor de toda la Biblia.

En el misterio pascual todas estas características del perdón bíblico llegan a su plenitud.

Cristo corona su obra obteniendo a los pecadores el perdón de su Padre. Padre, perdónalos.Por su sangre somos purificados, lavados de nuestras faltas (Jn 1,7; Ap 1,5).

Con la ResurrecciónCristo tiene todo poder en el cielo y en la tierra, comunica a los apóstoles el poder de perdonar los pecados (Jn 20,22s; cf. Mt 16,19; 18,18). La primera remisión de los pecados se otorgará en el bautismo, a todos los que se conviertan y crean en el nombre de Jesús (Mt 28,19; Mc 16,16; Hech 2,38; 3,19).

El perdón es la más inusitada, la más inverosímil,

la más generosa de las realidades del reino de Dios.

Si tuviéramos que amar a Dios por miedo,

o por temor a un castigo, ya no sería amarlo.

Dios no es jamás alguien que atormenta

la conciencia humana.

El signo absoluto de Dios es que Él es amor.

Y su amor, como todo amor,

es sobre todo confianza y perdón.

Cristo no nos quiere ebrios de culpabilidad,

sino únicamente henchidos,

colmados por el perdón y la confianza.

Frère Roger Shutz, Taizé.

 

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