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La alegría del encuentro

Textos comentados en la Primera Charla:
LA ALEGRÍA DEL ENCUENTRO

Siento el deber de celebrar el don, la fortuna, la belleza, el destino de esta existencia fugaz: Señor te doy gracias porque me has llamado a la vida, y más aún todavía porque haciéndome cristiano me has regenerado y destinado a la plenitud de la vida. San Pablo VI
Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que deben servir para la interna santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que éstos se inclinarán más fácilmente a la perfección. Pío XI, Quas Primas
San Carlos Borromeo hizo un sermón sobre el ocio y dice que no hay nada más precioso que el tiempo, pero el tiempo usado, el tiempo empleado, el tiempo activo, el tiempo que ejerce una operación, que busca ganar un futuro. (…)
Esto nos dice que la consideración del tiempo (…) nos hace ver cómo la vida presente se nos da para cumplir un plan, para alcanzar una meta, para cumplir un deber. (…) El tiempo se emplea bien cumpliendo lo que tenemos que cumplir, ejecutando el programa establecido para nuestra vida, haciendo, en una palabra, nuestro deber.
Nuestros deberes son los que llenan bien el tiempo. Y es extraño que el hombre moderno sea tan avaro de su tiempo, y lo calcule con tanta precisión y tanta medida, y con tanta prisa y ansia de emplearlo bien, y luego lo disipe. Cuántas horas perdidas, cuantos entretenimientos inútiles, cuánta conquista de tiempo libre, ¿empleado para qué? Para perder el tiempo. Una gran parte de nuestras ocupaciones son perfectamente inútiles, porque no forman parte de nuestros deberes y nos hacen perder el tiempo que hemos ganado.
Seamos verdaderamente cristianos y demos al tiempo que pasa un valor eterno; encontraremos todo esto en el día final, al atardecer de la vida. Si hemos olvidado esto, hijos míos, habremos perdido el tiempo, habremos perdido todo, habremos acabado de gozar de la vida y la habremos malgastado. Para gozar de la vida, hay que conducirla hacia los bienes eternos, los bienes morales, los bienes religiosos, los de la gracia sobrenatural, anticipo de aquella condición de vida en la que ya no existirá la sucesión, sino que el instante será perenne. ¡Que el tiempo que pasa pueda prepararnos para el día que no pasará nunca! Y usemos bien el día que pasa; días, semanas, y años para unirnos con Cristo eterno, que nos espera al final de esta nuestra peregrinación terrena. San Pablo VI
En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, En el principio creo Dios… en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la « plenitud de los tiempos » de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician los « últimos tiempos » (cf. Hb 1, 2), la « última hora » (cf. 1 Jn 2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia que durará hasta la Parusía. De esta relación de Dios con el tiempo nace el deber de santificarlo. (…) . En la liturgia de la Vigilia pascual el celebrante, mientras bendice el cirio que simboliza a Cristo resucitado, proclama: « Cristo ayer y hoy, principio y fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos ». (…) cada año, cada día y cada momento son abarcados por su Encarnación y Resurrección, para de este modo encontrarse de nuevo en la « plenitud de los tiempos ». Por ello también la Iglesia vive y celebra la liturgia a lo largo del año. El año solar está así traspasado por el año litúrgico, que en cierto sentido reproduce todo el misterio de la Encarnación y de la Redención, comenzando por el primer Domingo de Adviento y concluyendo en la solemnidad de Cristo, Rey y Señor del universo y de la historia. Cada domingo recuerda el día de la resurrección del Señor. San Juan Pablo II, Tertio Milenio Adveniente

La liturgia es la cumbre a la que tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Porqué? Porque allí Cristo se hace realmente presente. SC 10

La liturgia cristiana no solo recuerda los acontecimientos que han obrado nuestra salvación, sino que los actualiza, los hace presente. El misterio pascual de Cristo viene celebrado, no repetido, son la celebraciones las que se repiten, en cada una de ellas tiene lugar la efusión del ES que actualiza el único misterio. CIC 1104

Ad te levavi anima mea. Hacia ti Señor, levanto mi alma, Dios mío en tí confío no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados, mientras que el fracaso malogra a los traidores. Señor enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad. Enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador y todo el día te estoy esperando. Salmo 24

«Sursum corda», elevemos nuestro corazón fuera del enredo de nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción. Nuestro corazón, el interior de nosotros mismos, debe abrirse dócilmente a la Palabra de Dios y recogerse en la oración de la Iglesia, para recibir su orientación hacia Dios de las palabras mismas que escucha y dice. La mirada del corazón debe dirigirse al Señor, que está en medio de nosotros: es una disposición fundamental.
Cuando vivimos la liturgia con esta actitud de fondo, nuestro corazón está como apartado de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y se eleva interiormente hacia lo alto, hacia la verdad, hacia el amor, hacia Dios. Come recuerda el Catecismo de la Iglesia católica: «La misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar» (n. 2655): altare Dei est cor nostrum.
Sólo celebramos y vivimos bien la liturgia si permanecemos en actitud orante, no si queremos «hacer algo», sino orientamos nuestro corazón a Dios y estamos en actitud de oración uniéndonos al misterio de Cristo y a su coloquio de Hijo con el Padre. Dios mismo nos enseña a rezar, afirma san Pablo (cf. Rm 8, 26). Él mismo nos ha dado las palabras adecuadas para dirigirnos a él, palabras que encontramos en el Salterio, en las grandes oraciones de las sagrada liturgia y en la misma celebración eucarística. Pidamos al Señor ser cada día más conscientes del hecho de que la liturgia es acción de Dios y del hombre; oración que brota del Espíritu Santo y de nosotros, totalmente dirigida al Padre, en unión con el Hijo de Dios hecho hombre (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2564). Benedicto XVI

¿La alegría de dónde viene? ¿Cómo se explica? Seguramente hay muchos factores que intervienen a la vez. Pero, según mi parecer, lo decisivo es la certeza que proviene de la fe: yo soy amado. Tengo un cometido en la historia. Soy aceptado, soy querido. El hombre puede aceptarse a sí mismo sólo si es aceptado por algún otro. Tiene necesidad de que haya otro que le diga, y no sólo de palabra: «Es bueno que tú existas». Sólo a partir de un «tú», el «yo» puede encontrarse a sí mismo. Sólo si es aceptado, el «yo» puede aceptarse a sí mismo. Quien no es amado ni siquiera puede amarse a sí mismo. Este ser acogido proviene sobre todo de otra persona. Pero toda acogida humana es frágil. A fin de cuentas, tenemos necesidad de una acogida incondicionada. Sólo si Dios me acoge, y estoy seguro de ello, sabré definitivamente: «Es bueno que yo exista». Es bueno ser una persona humana. Allí donde falta la percepción del hombre de ser acogido por parte de Dios, de ser amado por él, la pregunta sobre si es verdaderamente bueno existir como persona humana, ya no encuentra respuesta alguna. La duda acerca de la existencia humana se hace cada vez más insuperable. Cuando llega a ser dominante la duda sobre Dios, surge inevitablemente la duda sobre el mismo ser hombres. Hoy vemos cómo esta duda se difunde. Lo vemos en la falta de alegría, en la tristeza interior que se puede leer en tantos rostros humanos. Sólo la fe me da la certeza: «Es bueno que yo exista». Es bueno existir como persona humana, incluso en tiempos difíciles. La fe alegra desde dentro. Benedicto XVI
La palabra de Dios hace resaltar el contraste entre el desarrollarse normal de las cosas, la rutina cotidiana y la venida repentina del Señor. Dice Jesús: «Como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en el que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrasó a todos» (vv. 38-39): así dice Jesús. Siempre nos impresiona pensar en las horas que preceden a una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas de siempre sin darse cuenta que su vida está apunto de ser alterada. El Evangelio, ciertamente no quiere darnos miedo, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior, más grande, que por una parte relativiza las cosas de cada día pero al mismo tiempo las hace preciosas, decisivas. La relación con el Dios que viene a visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz diversa, una profundidad, un valor simbólico. Desde esta perspectiva llega también una invitación a la sobriedad, a no ser dominados por las cosas de este mundo, por las realidades materiales, sino más bien a gobernarlas. Si por el contrario nos dejamos condicionar y dominar por ellas, no podemos percibir que hay algo mucho más importante: nuestro encuentro final con el Señor, y esto es importante. Ese, ese encuentro. Y las cosas de cada día deben tener ese horizonte, deben ser dirigidas a ese horizonte. Este encuentro con el Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio, «estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado» (v. 40). Es una invitación a la vigilancia, porque no sabiendo cuando Él vendrá, es necesario estar preparados siempre para partir.
En este tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar los horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene a la hora que no nos imaginamos. Viene para presentarnos una dimensión más hermosa y más grande. Que Nuestra Señora, Virgen del Adviento, nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no oponer resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, sino a estar preparados para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato, aunque desarme nuestros planes. Papa Francisco

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