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La alegría del don

Textos comentados en la Tercera Charla:

LA ALEGRÍA DEL DON

Hoy el Rey de los cielos se ha dignado nacer de la Virgen para restituir el hombre perdido al reino celestial (Vigilia de Navidad)

San Agustín:
Despierta, hombre, por ti Dios se hizo hombre. Despierta tú que duermes, surge de entre los muertos, y Cristo con su luz te alumbrará.
Te lo repito: por ti Dios se hizo hombre. Estarías muerto para siempre si él no hubiera nacido en el tiempo. Estarías condenado a una miseria eterna, si no hubieras recibido tan gran misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no se hubiera sometido voluntariamente a la muerte. Hubieras perecido si él no te hubiese auxiliado. Estarías perdido sin remedio si él no hubiera venido a salvarte.

San León Magno:
Demos gracias a Dios Padre que por la inmensa misericordia con que nos amó, ha tenido piedad de nosotros y, cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos vivificó con Cristo, para que fuésemos en él una nueva obra de sus manos.

Señor y Dios nuestro, compadecido del hombre caído has dispuesto redimirnos por la venida de tu hijo, concede a quienes confesamos humildemente su Encarnación, que lleguemos a gozar un día de la compañía de nuestro Redentor (oración del 22 de diciembre).

Señor, que cada año nos alegras con la esperanza de nuestra redención, concede que así como recibimos llenos de júbilo a tu Hijo Único como Redentor, podamos también contemplarlo confiadamente cuando venga como Juez (oración de las primeras vísperas de navidad).

Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro, córtala: ¿para qué malgastar la tierra? Pero él le respondió: Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas (Lc 13, 6-9).

Cristo, redentor de todos, nacido antes que todos los siglos de modo inefable. Tú, luz, resplandor del Padre, la esperanza perenne de todos, acoge las súplicas que te elevan tus fieles desde todos los rincones de la tierra. Autor de la salvación, recuerda que al nacer, en otro tiempo, de la Virgen inmaculada, quisiste asumir un cuerpo como el nuestro. Lo atestigua este día, cuya celebración se repite cada año: sólo en ti, Señor, venido de la sede del Padre, encuentra el mundo la salvación. El cielo, la tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos, al Autor de tu venida, entonan, llenos de entusiasmo, este cántico. Y nosotros, que hemos sido redimidos con tu sangre, en el día de tu nacimiento, te cantamos un himno siempre nuevo (Himno de Vísperas de Navidad).

Dios todopoderoso no permitas que desfallezcamos por nuestra debilidad mientras aguardamos la presencia consoladora del médico celestial (oración miércoles de la 2º semana de Adviento).

San Cesáreo de Arlés:
Quienquiera sea que esté en pecado, no desespere de la bondad del Señor, no se atormente en una mortal desesperanza, haga más bien penitencia inmediatamente, y mientras las heridas de sus pecados permanecen abiertas y sangran, cúrelas con medicinas saludables: porque nuestro médico es omnipotente, y está tan habituado a curar nuestras llagas que no permite que queden siquiera rastros de las cicatrices.

San Juan Damasceno:
El hombre carecía de fuerzas para convertirse, pues había sido hecho esclavo del pecado y se había entregado por propia voluntad a los bajos instintos. Por eso el bondadosísimo Señor, viendo que la naturaleza humana estaba tan debilitada, la tomó sobre sí… Es preciso que yo asuma su naturaleza y la encamine hacia la práctica de la virtud, a fin de que se acostumbre y se ejercite en el bien obrar. Es preciso que yo me presente visiblemente y así el enfermo obtendrá la salud. Es preciso que yo recupere la oveja perdida y la conduzca al antiguo redil del paraíso. ¿Y cómo podré recobrarla, si no me acerco a ella en forma visible? ¿Cómo conseguiré conducirla por el camino, si ella no descubre mis huellas?»… ¿Cómo podría, pues, demostrar su amor quien no poseyera alma? Por eso se encarnó: para poder ser visto en la tierra y vivir con los hombres. Por eso asumió un alma: para poder ofrecerla por sus amigos.

San Máximo de Turín:
Mientras que las tinieblas del diablo abatían al universo entero y una densa oscuridad de daños dominaba el mundo, ese sol se dignó difundir en el último momento, cuando la noche era total, la aurora de su nacimiento. He aquí pues este sol nuevo que penetra aún en los espacios cerrados, que abre las profundidades, que sondea los corazones; es ciertamente nuevo este sol que, devuelve la vida a lo que está muerto, repara lo estropeado y hace levantar lo que ya está muerto. Su calor lava lo manchado, seca lo húmedo, purifica los vicios.

San Agustín :
El cielo no pertenece a la geografía del espacio sino a la geografía del corazón. El corazón de Dios, en la noche santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo. Si salimos al encuentro de esta humildad, entonces tocamos el cielo. Entonces se renueva también la tierra. Con la humildad de los pastores pongámonos en camino en esta noche santa, hacia el Niño que está en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso el mundo.

Benedicto XVI:
Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía muchos siglos, el momento esperado por toda la humanidad: que Dios se preocupase por nosotros, saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Dios renovase todo. La humanidad espera a Dios, su cercanía. Pero cuando llega el momento, no tiene sitio para él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres,
tanto más se llenan de sí mismos y menos puede entrar el otro.
¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar él en nuestra vida?
¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad de mi palabra, de mi afecto? ¿Encuentran Dios y el prójimo un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer,
nuestra vida con nosotros mismos?

¿Qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta? ¿Habría lugar para ellos? ¿Tenemos un lugar para Dios cuando él trata de entrar en nosotros?
No, no tenemos tiempo para Dios. Cuanto más rápidamente nos movemos,
cuanto más eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda disponible. ¿Y Dios? Lo que se refiere a él, nunca parece urgente. Nuestro tiempo ya está completamente ocupado. Pero la cuestión va todavía más a fondo. ¿Tiene Dios realmente un lugar en nuestro pensamiento? No, no hay sitio para él. Tampoco hay lugar para él en nuestros sentimientos y deseos. Nosotros nos queremos a nosotros mismos, queremos las cosas tangibles, la felicidad que se pueda experimentar, el éxito de nuestros proyectos personales y de nuestras intenciones. Estamos completamente llenos de nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio alguno para Dios. Y, por eso, tampoco queda espacio para los otros.

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