La alegría de volver a la vida
Textos Charla V Domingo de Cuaresma:
La alegría de volver a la vida
La pasión no era necesaria, sino que él voluntariamente aceptó la muerte por sus ovejas: Tengo poder para entregar mi vida, y poder para recobrarla. Destruye la pasión por su pasión, cura la muerte por su muerte; por su sepultura, abre las sepulturas, quebranta los infiernos con los clavos de su cruz. Hubo un tiempo en que la muerte fue poderosa hasta que Cristo asumió la muerte. Hubo un tiempo en que las tumbas estaban selladas y la prisión cerrada hasta que el pastor descendió para anunciar la liberación a las ovejas que estaban dormidas. Es visto en los infiernos, dando la orden de salir de allí; es visto en aquel lugar renovando la llamada a la vida. El buen pastor da su vida por sus ovejas: es así como él busca el amor de sus ovejas. Y ama a Cristo quien sabe escuchar su voz.
Basilio de Seleucia
Es conmovido por la misericordia aquel que es inmutable. Corrió a su encuentro, no con el movimiento del cuerpo sino con el afecto de la piedad. Se arrojó a su cuello, no por un impulso de sus entrañas, sino con el impulso de la compasión. Se arrojó a su cuello, para levantar al que yacía en tierra. Se arrojó a su cuello, para quitar con el peso del amor la carga de los pecados. Vengan a mí –dice– todos los que están afligidos y agobiados; tomen mi carga sobre ustedes, porque es ligera. Ven que el hijo es aliviado, no gravado, con la carga de este padre.
Se arrojó a su cuello y lo besó. Así juzga el padre, así corrige, de este modo da besos y no azotes, al hijo pecador. La fuerza del amor no ve los delitos, y por eso el padre redimió los pecados del hijo con un beso, los cubrió con un abrazo, no fuera que el padre descubriera los delitos de su hijo, no fuera que el padre mancillara a su hijo. Así el padre cura las heridas del hijo, de manera que no queden en el hijo cicatriz ni mancha. Dichosos –dice– aquellos a quienes han sido perdonadas sus iniquidades, y cuyos pecados han sido cubiertos.
Este padre que no soportó que existiera un pecador, quiso alegrarse más del perdón que de la justicia. Pronto, traigan la mejor túnica. No dijo: ¿de dónde vienes?, ¿dónde has estado?, ¿dónde está lo que has tomado?, ¿por qué has cambiado tanta gloria en vergüenza?, sino: Pronto, traigan la mejor túnica y vístanlo. Ven que la fuerza del amor no ve los delitos; el padre no conoce lentitud en la misericordia; el que disipa los pecados, los echa fuera. Y pónganle un anillo en su mano. La piedad paterna no se contenta con restablecer la inocencia, sino que restituye también el prístino honor. Y pónganle sandalias en sus pies. ¡Qué pobre ha vuelto quien había partido rico! De todo el patrimonio no trae consigo ni siquiera sandalias en los pies. Y pónganle sandalias en sus pies, para que ni siquiera en el pie permaneciera la vergüenza de la desnudez del hijo, y una vez calzado, volviera ciertamente al camino de la vida precedente.
San Pedro Crisólogo
Jesucristo tenía, pues, en Betania, una familia entera de amigos.
Allí era donde, cuando venía a Jerusalén, a la ciudad en donde debía consumarse su sacrificio, descansaba de las fatigas de su predicación y reposaba su espíritu abrumado por la dolorosa perspectiva del porvenir. Allí encontraba corazones puros, afectuosos, que le estaban consagrados, y, por lo tanto, la dicha incomparable de un amor a toda prueba. En Betania fue donde se puso Jesús en marcha para hacer su entrada triunfal en Jerusalén; y a vista de Betania también, y hacia la parte de Oriente donde vuelto el rostro en dirección a sus muros subió al cielo casi a igual distancia del Calvario donde había muerto y de la casa donde había hallado más amor.
Lacordaire
Jesucristo no lloró en su pasión: no lloró cuando uno de sus discípulos le dio el beso de la traición, ni cuando san Pedro le negó por temor a un mujercilla, ni cuando vio al pie de la cruz a su Madre y a sus más caros amigos. Eran estos los grandes y solemnes momentos de nuestra redención; y la divinidad del Justo, que nos rescataba por medio del dolor, no debía manifestarse entonces sino por la fuerza y la majestad. Pero poco antes, cuando Jesucristo libre aún, vivía con nosotros, con una vida semejante a la nuestra, no pudo negar lágrimas de ternura a la tumba de un amigo. Se estremece, se turba, llora en fin, como uno de nosotros. ¡Santo estremecimiento, divina turbación, preciosas lágrimas que nos probaban que nuestro Dios era sensible con nosotros.
Lacordaire
Jesús llora, pero hace cesar las lágrimas. Pregunta dónde ha sido puesto Lázaro, porque era hombre; pero resucita a Lázaro, porque era Dios.
Gregorio de Nacianzo.
Que el Señor haya llorado a Lázaro es propio de su piedad; que lo haya resucitado de entre los muertos ciertamente es propio de su fuerza. En las lágrimas del Señor se manifiesta el misterio de la carne asumida; en la resurrección de Lázaro se da a conocer en verdad el poder de su divinidad.
Cromacio
Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes. Si nuestro Señor se alegraba, ¿por qué lloró cuando llegó a Betania? Todos los médicos se prodigan por su paciente antes de que muera; pero el médico de Lázaro esperaba la muerte de este para manifestar su victoria sobre la muerte. Se alegró cuando tuvo conocimiento de ella, y lloró cuando llegó. Reveló que Lázaro había muerto incluso antes de llegar, y cuando llegó preguntó: ¿Dónde lo han puesto? Oh, ¡cuán sabios son tus juicios, Señor nuestro! Pues de lejos revelaste a tus discípulos la muerte de Lázaro, y preguntaste dónde estaba su sepulcro a quienes buscaban una ocasión para oponerse a ti, a fin de que admiraran tu milagro después de haber hallado una respuesta a tu pregunta.
Llegó hasta allí para hacer salir al muerto del sepulcro y preguntó: ¿Dónde lo han puesto? Y las lágrimas afloraron en los ojos de nuestro Señor.
Sus lágrimas fueron como la lluvia, Lázaro como la semilla, y el sepulcro como la tierra. Clamó con voz de trueno y la muerte se estremeció ante él; Lázaro germinó como una semilla, brotó y adoró al Señor que lo había resucitado. Jesús convocaba a sus milagros así como también era convocado por ellos; en efecto, él mismo fue al encuentro del ciego de nacimiento.
Permaneció dos días más, hasta la muerte de Lázaro; pero devolvió la vida a Lázaro y murió en su lugar. Pues, después que lo hubo sacado del sepulcro y sentado a su mesa, él mismo fue sepultado por el símbolo del óleo que María derramó sobre su cabeza. Aquí la muerte y la avaricia sufrieron el oprobio; la fuerza de la muerte, que triunfaba desde hacía cuatro días, sufrió el oprobio, porque nuestro Señor llamó a un cadáver a la vida para que la muerte supiese que era fácil al Señor vencerla al tercer día.
Veraz es la promesa de esta boca que clamó e hizo salir a aquel que estaba muerto desde hacía cuatro días: promesa que afirmaba que él mismo resucitaría al tercer día. La avaricia también sufrió el oprobio, aquella avaricia por la cual Judas tendió una trampa al Señor y lo vendió por treinta siclos de plata.
El Señor fue entonces a Betania, resucitó a su amigo, y se dio sepultura a sí mismo bajo el símbolo del perfume. Alegró a María y a Marta, y castigó con el oprobio al infierno y a la avaricia: a aquel porque no lo retendrá para siempre, a esta porque no lo vendió para siempre. Él había proclamado: Al tercer día resucitaré. Cada vez que se diga que un milagro semejante no es digno de fe, que contemplen a aquel que fue resucitado al cuarto día. El Señor dijo algo verdaderamente difícil pero hizo algo más difícil aún, a fin de que, viendo lo que había hecho por Lázaro, creyésemos en lo que decía acerca de sí mismo.
San Efrén
Lo que leemos acerca de Lázaro debemos creerlo de cada pecador convertido que, aunque exhale mal olor, sin embargo será purificado con el ungüento de una fe preciosa; en efecto, la fe posee tanta gracia que donde el día anterior hedía el cadáver, allí se inunda de agradable perfume toda la casa.
Ambrosio