La alegría de ver y creer
Textos Charla IV Domingo de Cuaresma:
La alegría de ver y creer
Este IV domingo de Cuaresma, tradicionalmente designado como “domingo Laetare”, está impregnado de una alegría que, en cierta medida, atenúa el clima penitencial de este tiempo santo: “Alégrate Jerusalén —dice la Iglesia en la antífona de entrada—, (…) gozad y alegraos vosotros, que por ella estabais tristes”. Surge espontáneamente la pregunta: pero ¿cuál es el motivo por el que debemos alegrarnos? Desde luego, un motivo es la cercanía de la Pascua, cuya previsión nos hace gustar anticipadamente la alegría del encuentro con Cristo resucitado. Pero la razón más profunda está en el mensaje de las lecturas bíblicas que la liturgia nos propone hoy y que acabamos de escuchar. Nos recuerdan que, a pesar de nuestra indignidad, somos los destinatarios de la misericordia infinita de Dios. Dios nos ama de un modo que podríamos llamar “obstinado”, y nos envuelve con su inagotable ternura.
Benedicto XVI
El Señor es mi pastor, dice el salmo. El Señor, Yahvé, el que celebró la alianza con este pueblo de dura cerviz, y en este pueblo pensaba finalmente en nosotros, pues tenía ante los ojos la eterna alianza, que nos atañe, en la que hemos entrado ya los que hemos sido llamados; el Señor que se nos acercó por Jesucristo, es el pastor por toda la eternidad, aquel a quien tenemos que volvernos continuamente, y el salmista prosigue: Nada me falta. Decidme: ¿sentimos nosotros a Dios, el eterno e incomprensible, de manera que podamos decir: Él es mi pastor, en quien puedo confiar, al que pertenezco, cuya conducción siento en mi vida, a cuya providencia estoy sometido, él está cerca de mí, me apacienta y rige? ¿Podemos decir: Nada me falta?
¿No nos sentimos, al contrario, como tremendamente menesterosos, como necesitados de tantas cosas? El salmista, sin embargo, confiesa aquí a Dios: Tú eres mi pastor, nada me falta. Y se lo dice audaz y animosamente; se lo dice, en cierto modo, contra la experiencia inmediata de su vida, y se lo dice porque es verdad, que trasciende nuestro sentir, que Dios es nuestro pastor y, por ello, nada nos falta.
Luego continúa el salmista con una imagen algo distinta, que hace del buen pastor un solícito padre de familia: Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos. Me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. Tu bondad y misericordia me acompañan todos los días de mi vida. Siempre habitamos en la casa del Señor; nos sentamos a su mesa, y la copa de la existencia no está llena de amargura, sino que rebosa de consuelo y bendición, aun cuando parezca absolutamente lo contrario. Dicha y gracia, dicha divina y gracia eterna, nos seguirán la vida entera; así ora el salmista, así le dice a Dios que es el buen pastor en nuestro Señor Jesucristo, pastor y guardián de nuestras almas; él, que anduvo con nosotros por entre las tinieblas de la existencia, camino del Calvario y de la cruz. Por eso es él el buen pastor, que dio la vida por sus ovejas, para que creamos que, verdaderamente, Dios es el pastor de nuestra vida.
¿No diremos una vez más, como nuestro credo, como la verdadera experiencia de nuestra vida: El Señor es mi pastor, nada me falta?
Kalr Rahner
Ver de nuevo después de que nuestros pecados nos han hecho perder de vista el bien y alejado de la belleza de nuestra llamada, haciéndonos vagar lejos de la meta. El pecado también tiene este efecto: nos empobrece y aísla. Es una ceguera del espíritu, que impide ver lo esencial, fijar la mirada en el amor que da la vida; y lleva poco a poco a detenerse en lo superficial, hasta hacernos insensibles ante los demás y ante el bien. Cuántas tentaciones tienen la fuerza de oscurecer la vista del corazón y volverlo miope. Y Jesús pasa; pero no pasa de largo. Entonces, un temblor se apodera del corazón del ciego, porque se da cuenta de que es mirado por la Luz, por esa luz cálida que nos invita a no permanecer encerrados en nuestra oscura ceguera. La presencia cercana de Jesús permite sentir que, lejos de él, nos falta algo importante. Nos hace sentir necesitados de salvación, y esto es el inicio de la curación del corazón. Reconozcamos todos ser mendigos del amor de Dios, y no dejemos que el Señor pase de largo.
Papa Francisco