La alegría de la entrega
Textos Charla Viernes Santo:
La alegría de la entrega
El Verbo (LA PALABRA) enmudece, se hace silencio mortal, porque se ha «dicho» hasta quedar sin palabras, al haber hablado todo lo que tenía que comunicar, sin guardarse nada para sí. Los Padres de la Iglesia, contemplando este misterio, ponen de modo sugestivo en labios de la Madre de Dios estas palabras: «La Palabra del Padre, que ha creado todas las criaturas que hablan, se ha quedado sin palabra; están sin vida los ojos apagados de aquel que con su palabra y con un solo gesto suyo mueve todo lo que tiene vida».[37] Aquí se nos ha comunicado el amor «más grande», el que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15,13).
Verbum Domini
Acuérdate, Señor de tu gran misericordia y santifica con tu eterna protección a esta familia tuya por la que Cristo, tu Hijo, instituyó, por medio de su Sangre, el misterio pascual.
Oración que se dice al inicio de la celebración.
Isaías 52,13-53,12:
Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. ¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor? El creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables.
Hebreos 4,14-16; 5,7-9
Hermanos: Permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. El dirigió durante su vida terreno súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
Se trata del encuentro de Jesús con el poder de la muerte, cuyo abismo, percibe en toda su profundidad y terror. La carta a los Hebreos ve así toda la pasión de Jesús, desde el Monte de los Olivos hasta el último grito en la cruz, impregnada de oración, como una única súplica ardiente a Dios por la vida, en contra del poder de la muerte.
La carta a los Hebreos considera así la pasión de Jesús como un forcejeo en la oración con Dios Padre y al mismo tiempo con la naturaleza humana.
El texto dice que Jesús suplicó a quien podía salvarlo de la muerte y fue escuchado por su actitud reverente. Mas ¿realmente fue escuchado?
El Padre lo ha levantado de la noche de la muerte; en la resurrección lo ha salvado definitivamente y para siempre de la muerte: Jesús ya no muere más. Y, probablemente, el texto significa todavía más. La resurrección no es solo un salvar personalmente a Jesús de la muerte. En efecto, esta muerte no le incumbe solamente a él. La suya fue una muerte «por los otros», fue la superación de la muerte en cuanto tal.
Benedicto XVI
Pasión según san Juan 18,1-19,42
¿POR QUÉ AGONIZA Y MUERE JESÚS?
¡Pensémoslo! Es el gran misterio de la Cruz: Jesús sufre por nosotros. Él es víctima. Él condivide el mal físico del hombre para curar su mal moral, para anular en sí nuestros pecados. ¡Hombres sin esperanza! Hombres, que se ilusionan en reconquistar la paz de la conciencia sofocando en el fondo de ella sus remordimientos inextinguibles (todos los pecadores los tenemos si somos verdaderamente hombres), ¿por qué damos la espalda a la Cruz? Tengamos todos la valentía de volvernos hacia ella, de reconocernos culpables en ella; tengamos la confianza de fijar la vista en su figura misteriosa; ¡ella nos habla de misericordia, de amor, de resurrección! ¡Ella irradia la salvación para nosotros!
San Pablo VI
El hombre tiene necesidad de redención… necesita un perdón. Necesita volver a ser hombre, necesita volver a reconquistar su dignidad, su verdadera personalidad.
San Pablo VI
Señor, renuncio a comprender, no a contemplar el encuentro de tu Madre la Virgen contigo paciente y humillado. Quien sufre a la vista de una persona confidente y amada, se queda sorprendido y vencido con inefable conmoción y llora. Tú, más fuerte, Tú más sabio, sientes ciertamente la piedad inmensa de la dulce presencia, pero la colocas junto a la piedad, inviolable por otros sufrimiento, hacia el Padre celeste; y la compasión humana es sublimada por la fortalece divina. Tu rostro me parece austero, Jesús: embargado como está por el único deber, por el único amor: la voluntad del Padre, y así asocias a la Madre a tu misión redentora. “Oh Madre, fuente del amor, haz que sienta la violencia del dolor para que llore contigo”.
San Pablo VI
TRIDUO PASCUAL
“El Triduo santo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor es el punto culminante de todo el año litúrgico. Comienzo con la Misa vespertina de la Cena del Señor, tiene su centro en la Vigilia Pascual y acaba con las Vísperas del domingo de Resurrección”
Normas universales sobre el año litúrgico
Los acontecimientos que nos vuelve a proponer el Triduo son la manifestación sublime de este amor de Dios por el hombre. Estos días son considerados justamente como la culminación de todo el año dedicado a conmemorar y actualizar la obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorificación de Dios”
Benedicto XVI – Misal
El Jueves Santo marca el lugar donde a la vez se compromete, se juega y se traba el Misterio pascual en su totalidad, que los días siguientes detallarán. Sin la voluntad de Cristo, expresada en el marco de la Cena, de ofrecer libremente su cuerpo y su sangre a los hombres, la continuación de los acontecimientos de la Pasión y de la Resurrección no encontraría su sentido más profundo, que le dan justamente los gestos y las palabras de Cristo en la tarde del Jueves Santo.
Con la presente celebración tocamos el corazón, el núcleo de un Misterio pascual que, concentrado en su primera etapa, podrá desarrollarse después en sus dos fases fundamentales y articuladas que son la Muerte y la Resurrección del Señor.
Alegrémonos, hermanos y hermanas, de tener esta tarde acceso a este corazón, a este núcleo del Misterio pascual, y de entrar así ya en la Pascua de nuestro Señor común.
Joseph Doré
EUCARISTÍA DE LA CENA DEL SEÑOR
ORACIÓN COLECTA: Dios nuestro, reunidos para celebrar la santísima Cena en la que tu Hijo unigénito, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el nuevo y eterno sacrificio, banquete pascual de su amor, concédenos que de tan sublime misterio, brote para nosotros la plenitud del amor y de la vida.
Las tres lecturas de hoy forman un verdadero tríptico: presentan la institución de la Eucaristía (2 lectura), su prefiguración en el Cordero pascual (1era lectura), y su traducción existencial en el amor y el servicio fraterno (evangelio). San Juan Pablo II
JUAN 13, 1-17
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?». Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás». «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». «Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!». Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos». El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios». Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
En esta transformación Cristo nos implica a todos, arrastrándonos dentro de la fuerza transformadora de su amor hasta el punto de que, estando con él, nuestra vida se convierte en «paso», en transformación. Así recibimos la redención, el ser partícipes del amor eterno, una condición a la que tendemos con toda nuestra existencia.
¿Cómo nos lava Jesús? ¿De qué? Así como Jesús en la eucaristía adelanta sacramentalmente la pasión, también con este gesto explica el sentido más profundo de su pasión y muerte.
Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor. «Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado», dirá a los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3). Nos lava siempre con su palabra. Sí, las palabras de Jesús, si las acogemos con una actitud de meditación, de oración y de fe, desarrollan en nosotros su fuerza purificadora.
Pero Jesús no sólo habló; no sólo nos dejó palabras. Jesús se entregó a sí mismo. Nos lava con la fuerza sagrada de su sangre, es decir, con su entrega «hasta el extremo», hasta la cruz. Su palabra es algo más que un simple hablar; es carne y sangre «para la vida del mundo» (Jn 6, 51).
¿Cómo llega hasta nosotros esta purificación, este lavado? Mediante los sacramentos.
En los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. Pidámosle que el baño sagrado de su amor verdaderamente nos penetre y nos purifique cada vez más.
El cristianismo no es una especie de moralismo, un simple sistema ético. Lo primero no es nuestro obrar, nuestra capacidad moral. El cristianismo es ante todo don: Dios se da a nosotros; no da algo, se da a sí mismo. Y eso no sólo tiene lugar al inicio, en el momento de nuestra conversión. Dios sigue siendo siempre el que da. Nos ofrece continuamente sus dones. Nos precede siempre. Por eso, el acto central del ser cristianos es la Eucaristía: la gratitud por haber recibido sus dones, la alegría por la vida nueva que él nos da. Con todo, no debemos ser sólo destinatarios pasivos de la bondad divina. Dios nos ofrece sus dones como a interlocutores personales y vivos. El amor que nos da es la dinámica del «amar juntos», quiere ser en nosotros vida nueva a partir de Dios. Así comprendemos las palabras que dice Jesús a sus discípulos, y a todos nosotros, al final del relato del lavatorio de los pies: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). El «mandamiento nuevo» no consiste en una norma nueva y difícil, que hasta entonces no existía. Lo nuevo es el don que nos introduce en la mentalidad de Cristo.
Benedicto XVI
Él mismo (Jesús) HOY la víspera de padecer por nuestra salvación y la de todos los hombres, tomó pan en sus santas y venerables manos, y elevando los ojos al cielo, hacia ti Dios, Padre suyo todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomen y coman todos de él; porque este es mi Cuerpo que será entregado por vosotros’. De la misma manera, después de cenar, tomó en sus manos el glorioso cáliz…
Plegaria Eucarística I o Canon romano
La Iglesia orante fija hoy su mirada en las manos y los ojos del Señor. Quiere casi observarlo, desea percibir el gesto de su orar y actuar en aquella hora singular, encontrar la figura de Jesús, por decirlo así, también a través de los sentidos.
Benedicto XVI
Jesús levanta los ojos y se dirige al Padre. Jesús como en todos los acontecimientos importantes de su vida, comienza por rezar, por dirigirse al Padre. Y le da gracias. Eucaristía es “Acción de gracias”. Jesús con estas palabras transforma su muerte en el don de sí mismo, en acción de gracias, de forma que nosotros ahora podemos dar gracias por esta muerte. Sí, sólo ahora es posible dar gracias a Dios sin reservas, porque lo más horrible –la muerte del Redentor y la muerte de todos nosotros- ha sido transformado, gracias a un acto de amor, en el don de la vida. El pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, el nuevo alimento, que nutre para la resurrección, para la vida eterna.
Benedicto XVI
En el Cenáculo, Cristo entrega a los discípulos su Cuerpo y su Sangre, es decir, Él mismo en la totalidad de su persona. Pero, ¿puede hacerlo? Nadie puede quitarle la vida: la da por libre decisión. En aquella hora anticipa la crucifixión y la resurrección. Lo que, se cumplirá físicamente en Él, Él ya lo lleva a cabo anticipadamente en la libertad de su amor. Él entrega su vida y la recupera en la resurrección para poderla compartir para siempre.
Benedicto XVI
Lauda Sion (himno de santo Tomás de Aquino)
El que lo recibe,
Aunque reciba una parte
Lo recibe a Él todo entero
No lo parte el que lo toma
Ni lo rompe aunque lo coma
Íntegro a todos se da.
Lo come uno,
Mil lo comen
Infinitos que lo tomen
Nunca se consumirá.