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La alegría de la alabanza

Textos Charla Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor:
La alegría de la alabanza

El final no es este; en esos momentos no estamos solos, al contrario, precisamente en esos momentos Él se hace más cercano que nunca para darnos de nuevo la vida.  Jesús nos invita a no dejar de creer y esperar, a no dejarnos abatir por los sentimientos negativos, que nos roban el llanto. Se acerca a nuestros sepulcros y nos dice, como entonces: «¡Quitad la piedra!». En esos momentos tenemos como un piedra dentro y el único capaz de quitarla es Jesús, con su palabra: «¡Quitad la piedra!».

Jesús nos dice esto también a nosotros. Quitad la piedra: no escondáis el dolor, los errores, los fracasos, dentro de vosotros, en una habitación oscura y solitaria, cerrada. Quitad la piedra: sacad todo lo que hay dentro. “Me da vergüenza”, decimos. Pero el Señor dice: ponedlo ante mí con confianza, yo no me escandalizo; ponedlo ante mi sin temor, porque yo estoy con vosotros, os amo y deseo que volváis a vivir. Y, como a Lázaro, repite a cada uno de nosotros: ¡Sal fuera! ¡Levántate, reemprende el camino, reencuentra la confianza! Cuantas veces en la vida nos hemos visto así, en la situación de no tener fuerzas para volver a levantarnos. Y Jesús: “¡Ve, adelante! Yo estoy contigo”. Te tomo de la mano, dice Jesús, como cuando de pequeño aprendías a dar los primeros pasos. Querido hermana, querida hermana, quítate las vendas que te atan, no cedas, por favor, al pesimismo que deprime, no cedas al temor que aísla, no cedas al desánimo por el recuerdo de malas experiencias, no cedas al miedo que paraliza. Jesús nos dice: “¡Yo te quiero libre y te quiero vivo, no te abandono, estoy contigo! Todo está oscuro, pero yo estoy contigo. No te dejes aprisionar por el dolor, no dejes que muera la esperanza. Hermano, hermana ¡vuelve a vivir!”. — “¿Cómo lo hago?” — “Tómame de la mano”, y Él nos toma de la mano. Deja que te saque, Él es capaz de hacerlo. En esos malos momentos por los que todos pasamos.

Quizá también nosotros llevamos ahora en el corazón algún peso o algún sufrimiento que parece aplastarnos; alguna cosa mala, algún viejo pecado que no logramos sacar a la luz, algún error de juventud, ¡quién sabe! Estas cosas malas deben salir. Y Jesús dice: “¡Sal fuera!”. Es el momento de quitar la piedra y de salir al encuentro de Jesús que está cerca. ¿Somos capaces de abrirle el corazón y confiarle nuestras preocupaciones? ¿Lo hacemos? ¿Somos capaces de abrir el sepulcro de los problemas y mirar más allá del umbral, hacia su luz?

Francisco

 

En este día, aquel que es el deseo de nuestra alma, el más hermoso entre los hijos de los hombres, se presenta a los hijos de los hombres bajo dos aspectos: en uno y otro resplandeciente ciertamente en hermosura, en uno y otro deseable y amable, porque en ambos es el Salvador de los hombres; sin embargo en uno aparece sublime, en otro humilde; en el primero glorioso, en el segundo cubierto de oprobios; en aquel venerable, en este miserable, si cabe decir miserable a aquel que por conmiseración tomó sobre sí la miseria para otorgar, desde su miseria, misericordia a los miserables, no para implorar misericordia de los miserables, él que es la misma bienaventuranza. Así pues, donde quiso mostrarse digno de compasión, allí también se hizo más digno de veneración. Esperé –dice– a quien se afligiera conmigo, y no lo hubo; quien me consolara, y no lo encontré. De este modo, el que libremente quiso hacerse miserable con la miseria de todos, no encontró quien tuviera misericordia de él.

Pero ¿dónde –preguntarás– es contemplado hoy sublime y glorioso, dónde humilde y cubierto de oprobios? Fíjate en la procesión, presta oídos a la pasión. En ellas podrás reconocer claramente lo que dijo Isaías: Así como muchos se llenaron de estupor a causa de él, así su rostro aparecerá sin gloria entre los hombres, y así será su aspecto entre los hijos de los hombres. Muchos se llenaron de estupor a causa de su gloria cuando, cual victorioso triunfador, entró en Jerusalén; no obstante, poco después, al sufrir la pasión, su rostro quedó despojado de gloria y despreciable. Cuando entró en Jerusalén –dice Mateo– se conmovió toda la ciudad, diciendo: ¿Quién es este? Al sufrir la pasión, la confusión cubrió su rostro, de modo que pudo decir con verdad: Exaltado, he sido humillado y confundido. Sin duda, lo que aquí dice referente a ser confundido, ha de entenderse con relación a lo que se dice en otra parte respecto de su rostro corporal: La confusión cubrió mi rostro, ya que no dejaron de escupir mi rostro, de vendarme los ojos, de golpearme y de burlarse de mí. Pues el rostro de su espíritu, que siempre e inmutablemente se hallaba en la presencia de Dios, no podía ser turbado ni confundido. El Señor Dios –dice– es mi protector, por eso no quedé confundido; por eso puse mi rostro como una piedra durísima, y sé que no quedaré confundido.

En tu rostro, Señor Jesús, por más cambiado que aparezca, ya glorioso ya humillado, brilla la sabiduría; de tu rostro irradia el fulgor de la luz eterna; que la luz de tu rostro, Señor, resplandezca sobre nosotros. Tanto para los que están en la tristeza como para los que se encuentran en la alegría, tu rostro se muestra modesto, sereno y totalmente radiante por la secreta luz del corazón; a los justos se muestra gozoso y jovial, a los penitentes, clemente y piadoso.

Fíjense, hermanos, en el rostro del serenísimo rey: En la alegría del rostro del rey se encuentra la vida, dice la Escritura, y su clemencia es como lluvia tardía. Su mirada se posó sobre el primer hombre, y al instante fue animado con el soplo de vida; se posó sobre Pedro, y al instante fue reanimado con el soplo del perdón. En efecto, tan pronto el Señor miró a Pedro, Pedro recibió de la piedad de su benignísimo rostro una lluvia tardía, las lágrimas después de su pecado. La luz de tu rostro, oh luz eterna, según atestigua Job, no cae en tierra, pues ¿qué relación puede existir entre la luz y las tinieblas? Antes bien que las almas de los fieles reciban sus rayos, que inspire alegría a los pacificados y medicina a los enfermos.

En verdad, el rostro de Jesús triunfante, como ha de ser visto en la procesión, es alegría y júbilo; el rostro de Jesús agonizante, como ha de ser contemplado en la pasión, es remedio y salvación. Los que te temen, dice, me verán y se alegrarán; los que se afligen me verán y quedarán sanados, como aquellos que miraban la serpiente suspendida en el madero, después de haber sido mordidos por las serpientes. A ti, pues, gozo y salvación de todos, ya te vean montado sobre el pollino, ya pendiente del madero, todos te bendigan, para que cuando te contemplen reinando en tu trono te alaben por los siglos de los siglos, ya que a ti corresponden la alabanza y el honor por todos los siglos de los siglos. Amén.

Beato Guerrico de Igny

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