IV Domingo de Pascua – Ciclo C
Domingo del Buen Pastor
y Jornada de oración por las vocaciones
Jóvenes: ¿Se sienten portadores de una promesa? No hay mayor gozo que arriesgar la vida por el Señor. El Señor promete la alegría de una vida nueva que llena el corazón y anima el camino.
FRANCISCO
Oración Colecta: Dios todopoderoso y eterno, condúcenos hacia los gozos celestiales, para que tu rebaño, a pesar de su debilidad, llegue a la gloria que le alcanzó la fortaleza de Jesucristo, su pastor. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
De los Hechos de los Apóstoles 13,14.43-52
En aquellos días: Pablo y Bernabé continuaron su viaje, y de Perge fueron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. Cuando se disolvió la asamblea, muchos judíos y prosélitos que adoraban a Dios siguieron a Pablo y a Bernabé. Estos conversaban con ellos, exhortándolos a permanecer fieles a la gracia de Dios. Casi toda la ciudad se reunió el sábado siguiente para escuchar la Palabra de Dios. Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: “A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado el Señor: ‘Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra’”. Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna abrazaron la fe. Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por toda la región. Pero los judíos instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su territorio. Estos, sacudiendo el polvo de sus pies en señal de protesta contra ellos, se dirigieron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.
Salmo responsorial: 99, 1b-3.5
R/ Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Aclamad al Señor, tierra entera. Servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. R/
Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. R/
El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades. R
Del libro del Apocalipsis 7,9.14b-17
Yo, Juan, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano. Y uno de los Ancianos me dijo: “Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios y le rinden culto día y noche en su Templo. El que está sentado en el trono extenderá su carpa sobre ellos: nunca más padecerán hambre ni sed, ni serán agobiados por el sol o el calor. Porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor y los conducirá hacia los manantiales de agua viva. Y Dios secará toda lágrima de sus ojos”.
Evangelio según san Juan 10,27-30
Jesús dijo: “Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa”.
Queridos jóvenes: “Conozco vuestras dudas y vuestras fatigas, os veo con cara de desaliento, comprendo el temor que os asalta ante el futuro. Pero tengo, también, en la mente y en el corazón la búsqueda sincera de la verdad y el amor que permanece en cada uno de vosotros. Salid al encuentro de Jesús Salvador. Amadlo y adoradlo en la Eucaristía. Él está presente en la Santa Misa que hace sacramentalmente presente el Sacrificio de la Cruz. Él viene a nosotros en la Sagrada Comunión y permanece en los Sagrarios de nuestras Iglesias, porque es nuestro amigo, amigo de todos, particularmente de vosotros jóvenes, tan necesitados de confidencia y de amor. Hacen falta hombres y mujeres que creen en la vida y la acogen como llamada que viene de lo Alto, de aquel Dios que porque ama, llama. Hacen falta hombres y mujeres con mente y corazón abiertos a ideales altos y generosos capaces de restituir belleza y verdad a la vida y a las relaciones humanas.
JUAN PABLO II
El Buen Pastor
El Buen Pastor, cuya figura campea en la liturgia de este domingo, nos sale al encuentro y nos tiende la mano. Él conoce nuestras dificultades; ha dicho, en efecto, que “la mies es mucha, pero los obreros pocos”. Por eso nos invita, más aún, nos manda: “Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 7-38). Y Él mismo nos dio ejemplo de esta plegaria, ya que, antes de elegir a los Apóstoles, pasó la noche en coloquio con el Padre (cf. Lc 6, 12-13) y al final de la última Cena elevó a Él su oración sacerdotal (cf. Jn 17).
Sí, el Señor nos ha mandado orar y nosotros oramos. Ora la Iglesia en todas partes del mundo, unida en la misma fe y en la misma invocación, elevando aún más fervorosamente en esta Jornada su súplica universal, que no se interrumpe jamás.
Esta oración debe hacernos comprender y amar más a fondo cuanto el Señor ha querido decir acerca del don enaltecedor y gozoso de la vocación. Él habló a los primeros que llamó. Les enseñó muchas cosas. Los quiso junto a sí (cf. Mc 3, 13 ss.). Los iluminó acerca de su vida y de su misión al dirigir a sus discípulos el mensaje de las bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1 ss.; Lc 6, 20 ss.), el discurso misionero (cf. Mt 10) y, en particular, el testamento sacerdotal, antes de su inmolación (cf. Jn 13; 14; 15, 16).
Cuando Jesús habla del “pastor” y del “aprisco”, se presenta a sí mismo, pastor bueno, y presenta a la comunidad de creyentes, esto es, su Iglesia, como aprisco abierto para acoger a toda la humanidad (cf. Jn 10 passim.; Lumen gentium, 6, 9).
Ahora bien, para comprender el sentido y el valor de la vocación, se requiere precisamente fijar la mente y el corazón en estas dos realidades: Cristo y la Iglesia. Aquí se encuentra la luz para acoger y el apoyo para perseverar en la vocación comprendida en toda su profundidad, libremente escogida, fuertemente amada.
Jesús de Nazaret, Hijo del Hombre e Hijo de Dios,
Sumo Sacerdote, Pastor y Maestro
Mirad a Cristo. Lo decimos en particular a vosotros, jóvenes, con paterno afecto y con gran confianza. Mirad a Jesús de Nazaret, Hijo del Hombre e Hijo de Dios, Sumo Sacerdote del nuevo Pueblo de Dios, Pastor eterno de su Iglesia, que ha ofrecido la vida por su rebaño, “tomando la forma de siervo…, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 7-8). De Cristo proviene, como de un puro y divino manantial, el sacerdocio de la Nueva Alianza: tanto el común de los fieles, en virtud del sacramento del bautismo (cf. Lumen gentium, 10, 11), como el ministerial, en virtud del sacramento del orden (cf. por ejemplo, ib., 10, 21, 28); de Él proviene el don de los “consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, de pobreza y de obediencia, como fundados en las palabras y ejemplos del Señor” (ib., 43); de Él, también el mandato misionero “Id, pues; enseñad a todas las gentes” (Mt 28, 19), para llevar su verdad y su salvación al género humano “hasta la consumación del mundo” (ib., 28, 20; cf. Lumen gentium, 17). Sólo una intimidad vivida día a día con Él, en Él y por Él puede hacer nacer y acrecentarse en un corazón juvenil la voluntad de donarse irrevocablemente, sin compromisos ni debilidades, con una alegría siempre nueva y regeneradora, a las responsabilidades de ser “ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios” (cf. 1 Cor 4, 1); así como la de perseverar en los compromisos crucificadores, propios de la vocación cristiana que brota del bautismo y se desarrolla durante todo el curso de la vida. Mirad pues a Cristo siempre, para instaurar con Él un diálogo decisivo y fiel.
La Iglesia evangelizadora
Y además, mirad a la Iglesia. Es el rebaño del Señor, que Él ha reunido y que sigue guiando, como Pastor bueno y modelo de todos los Pastores. Es el aprisco que el Señor ha construido para acoger y defender su rebaño; es la familia de Dios, donde crecen sus hijos en todo tiempo y de toda nación. La Iglesia visible y espiritual, realidad histórica y misterio de fe, Iglesia de ayer, de hoy, de siempre, es la que, como ha dicho el Concilio, “sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Santo, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido” (Gaudium et spes, 3).
Para esta Iglesia, Jesús ha instituido su sacerdocio; en esta Iglesia Jesús ha suscitado la vida consagrada con la profesión de los consejos evangélicos; a esta Iglesia Jesús ha confiado la tarea formidable de la empresa misionera universal.
Llamada a los jóvenes
Así, pues, os decimos a vosotros jóvenes y a vosotros menos jóvenes: procurad conocer mejor estas realidades y estas verdades para amarlas más, para descubrir y vivir vuestra vocación, para manteneros fieles a la misma con la gracia del Señor.
Pero debemos decir también a vosotros, Pastores de almas, religiosos, religiosas, misioneros, educadores, a vosotros expertos de espiritualidad, de pedagogía y de psicología de las vocaciones: haced conocer estas realidades, enseñad estas verdades, hacedlas comprensibles, estimulantes, atrayentes, como sabía hacerlo Jesús, Maestro y Pastor. Que nadie, por culpa nuestra, ignore aquello que debe saber, para orientar, en sentido diverso y mejor, la propia vida.
Concluyamos juntos estas consideraciones dirigiendo al mismo Cristo nuestra humilde oración.
Plegaria
Iluminados y animados por tu Palabra, te pedimos, Señor, por todos aquellos que ya han seguido y ahora viven tu llamada. Por tus obispos, presbíteros y diáconos; y también por tus consagrados religiosos, hermanos y religiosas; y también por tus misioneros y por los seglares generosos que trabajan en los ministerios instituidos o reconocidos por la Santa Iglesia. ¡Sostenlos en las dificultades, confórtalos en los sufrimientos, asístelos en la soledad, protégelos en la persecución, confírmalos en la fidelidad!
Te pedimos, Señor, por aquellos que están abriendo su alma a tu llamada o se preparan ya a seguirla. Que tu Palabra los ilumine, que tu ejemplo los conquiste, que tu gracia los guíe hasta la meta de las sagradas órdenes, de los votos religiosos, del mandato misionero.
Que tu Palabra, Señor, sea para todos ellos guía y apoyo para que sepan orientar, aconsejar y sostener a los hermanos con aquella fuerza de convicción y de amor que Tú posees y que Tú sólo puedes comunicar.
Confiando en la acción de Dios, “que suscita en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito” (cf. Flp 2, 13), impartimos de corazón a todos y, en particular, a cuantos se preparan con la oración y el estudio a colaborar más directamente en el anuncio evangélico, nuestra confortadora bendición apostólica.
Pablo VI, Vaticano, 1 de febrero de 1978, año XV de nuestro pontificado