Este-es-el-Cordero-de-Dios






Invitación a participar en la Cena del Señor

Existieron, a lo largo de los tiempos, diferentes modos de invitar a participar de la Eucaristía. A veces, se invitaba haciendo hincapié en la necesidad de purificación interior. Con ese fin, se introdujo en el siglo XII, el “Yo confieso”, que permaneció hasta la simplificación de las rúbricas de 1960. Otras veces, se llamaba fuertemente la atención sobre la obligación de no acercarse, si no se tenían las debidas condiciones. Desde el siglo XV, en nuestra liturgia romana, se escogió la expresión de Juan Bautista: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A lo que el Concilio Vaticano II añadió: Dichosos los invitados a la cena del Señor.

La exposición de la hostia como Cordero de Dios relaciona esta presentación con el canto de la fracción del pan y una vez más nos recuerda que la comunión es participación en el sacrificio de Cristo. Por otra parte, la frase recientemente agregada e inspirada en el Apocalipsis 19,3: “Dichosos los invitados a las bodas del Cordero”, nos sugiere que la cena eucarística es a la vez banquete, signo y garantía del reino de los cielos. Jesús mismo dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54). La Eucaristía es la prefiguración de la reunión de todos los salvados con Cristo en el reino celestial.

Es elocuente que toda la asamblea reunida se dirige directamente a Cristo, mantenido en alto delante suyo y responde con las palabras del centurión (cfr. Mt, 8,8): Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Aunque indignos, recibimos la visita del Señor, que como sabio médico “ha venido a curar no a los que estaban sanos sino a los enfermos”. (cfr. Mt 9,12)

Luego el sacerdote dice en secreto: El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna. La sangre de Cristo me guarde para la vida eterna. Y comulga.

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