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16. Esperando su misericordia

Salmo 122: psalmus oculi sperantis

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A ti levanto mis ojos,

a ti, que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos

fijos en las manos de sus señores,

como están los ojos de la esclava

fijos en las manos de su señora,

así están nuestros ojos

en el Señor Dios nuestro,

esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,

que estamos saciados de desprecios;

nuestra alma está saciada

del sarcasmo de los satisfechos,

del desprecio de los orgullosos.

 

Como los ojos del Hijo están vueltos hacia el Padre, mis ojos, Señor, están vueltos hacia Ti.

Odas de Salomón

“Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es médico; si tienes  sed, es  fuente; si estás oprimido por la iniquidad, es justicia; si necesitas ayuda, es fuerza; si temes la muerte, es vida; si deseas el cielo, es camino; si huyes de las tinieblas, es luz; si buscas alimento, es comida”.

San Ambrosio

Somos siervos y somos la sierva, porque somos la Iglesia. Pero la Iglesia ha devenido Esposa, rescatada por la sangre del Esposo y los siervos han devenido amigos: ya no los llamo siervos, sino amigos.

San Agustín

Dejarse mirar por la misericordia de Jesús; hacer fiesta con Él; mantener viva la «memoria» del momento en el que hemos encontrado la salvación en nuestra vida. Es el momento de la misericordia recibida y aceptada:«voy contigo». Aunque no se trata de «un momento»; se trata de un «tiempo», que se prolonga «hasta el final de la vida».

Papa Francisco

El anhelo de un corazón puro, sincero, humilde, aceptable a Dios, era muy sentido ya por Israel, a medida que tomaba conciencia de la persistencia del mal y del pecado en su seno, como un poder prácticamente implacable e imposible de superar. Quedaba sólo confiar en la misericordia de Dios omnipotente y la esperanza de que él cambiara desde dentro, desde el corazón, una situación insoportable, oscura y sin futuro. Así fue abriéndose paso el recurso a la misericordia infinita del Señor, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Un corazón puro, un corazón nuevo, es el que se reconoce impotente por sí mismo, y se pone en manos de Dios para seguir esperando en sus promesas.

Benedicto XVI

 

 

 

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