Epifanía del Señor
En esta fiesta de la Epifanía, que nos recuerda la manifestación de Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño, sintamos cerca a los Magos, como sabios compañeros de camino. Su ejemplo nos anima a levantar los ojos a la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentarnos con una vida mediocre, de “poco calado”, sino a dejarnos fascinar siempre por la bondad, la verdad, la belleza… por Dios, que es todo eso en modo siempre mayor. Y nos enseñan a no dejarnos engañar por las apariencias, por aquello que para el mundo es grande, sabio, poderoso. No nos podemos quedar ahí. Es necesario proteger la fe. Es muy importante en este tiempo: proteger la fe. Tenemos que ir más allá, más allá de la oscuridad, más allá de la atracción de las sirenas, más allá de la mundanidad, más allá de tantas modernidades que existen hoy, ir hacia Belén, allí donde en la sencillez de una casa de la periferia, entre una mamá y un papá llenos de amor y de fe, resplandece el Sol que nace de lo alto, el Rey del universo. A ejemplo de los Magos, con nuestras pequeñas luces busquemos la Luz y protejamos la fe.
FRANCISCO
Oración Colecta: Dios nuestro, que en este día manifestaste tu Hijo unigénito a todos los pueblos, guiándolos por medio de una estrella, condúcenos a quienes te conocemos por la fe a la contemplación de la hermosura de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Del libro de Isaías 60,1-6
Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti! Porque las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad, a las naciones, pero sobre ti brillará el Señor y su gloria aparecerá sobre ti. Las naciones caminarán a tu luz y los reyes, al esplendor de tu aurora. Mira a tu alrededor y observa: todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos llegan desde lejos y tus hijas son llevadas en brazos. Al ver esto, estarás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón, porque se volcarán sobre ti los tesoros del mar y las riquezas de las naciones llegarán hasta ti. Te cubrirá una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Todos ellos vendrán desde Sabá, trayendo oro e incienso, y pregonarán las alabanzas del Señor.
Salmo responsorial: Sal 71, 1-2.7-8.10-13
R/ Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra.
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R/
Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. R/
Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos; que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. R/
Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. R/
De la carta a los Efesios 3,2-6
Hermanos: Seguramente habrán oído hablar de la gracia de Dios, que me ha sido dispensada en beneficio de ustedes. Fue por medio de una revelación como se me dio a conocer este misterio, tal como acabo de exponérselo en pocas palabras. Al leerlas, se darán cuenta de la comprensión que tengo del misterio de Cristo, que no fue manifestado a las generaciones pasadas, pero que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas. Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio.
Evangelio según san Mateo 2,1-12
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”. Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. “En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel’”. Herodes mandó llamar secretamente a los magos y, después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: “Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje”. Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría y, al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.
El misterio de la festividad de hoy, la Epifanía, deseamos considerarlo no solamente en el gesto de fe y de amor de aquellos dignísimos representantes de todas las naciones de la tierra, sino especialmente en el ofrecimiento de sus dones… Son preciosos en sí mismos, pero más preciosos por su significación: el oro, la caridad; el incienso, la oración; la mirra, la mortificación… En el oficio divino todo nos recuerda y nos invita a contemplar, a ejercitar la caridad, perfume de místico incienso, continua fragancia de plegaria.
SAN JUAN XXIII
Oración sobre las ofrendas: Señor, mira con bondad las ofrendas de tu Iglesia que ya no son oro, incienso y mirra, sino Jesucristo mismo, que en estos dones se manifiesta, se inmola y se nos da como alimento. Él que vive y reina por los siglos de los siglos.
Oración después de la comunión: Que la luz celestial, Señor, nos guíe siempre y en todo lugar, para que contemplemos con fe pura y vivamos con amor sincero el misterio del que has querido hacernos participar. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Habiéndose alzado en oriente la estrella anunciada por Balaam, los tres magos, cuyo corazón estaba abierto a la esperanza del Mesías liberador, experimentaron repentinamente la impresión del amor que los llevaba hacia él. A diferencia de los pastores de Belén, a quienes la voz de un ángel conduce al pesebre, ellos reciben la noticia del gozoso advenimiento del rey de los judíos de una manera mística y silenciosa. Mas el lenguaje mudo de la estrella era explicado en sus corazones por la acción misma del Padre celestial, que les revelaba a su Hijo. En esto su vocación sobrepasó en dignidad a la de los pastores, quienes, conforme a la disposición divina de la antigua ley, no conocieron la noticia sino por ministerio de los ángeles.
Mas, si la gracia celestial se dirigió directamente a sus corazones, se puede decir también que ella los encontró fieles. Los pastores acudieron presurosos a Belén, nos dice san Lucas. Los magos, hablando con Herodes, no expresan con menor gozo la simplicidad de su presteza: Hemos visto su estrella –dicen–, y hemos venida a adorarlo.
Abrahán, por su fidelidad en seguir el mandato que Dios le daba de salir de Caldea, tierra de sus antepasados, y trasladarse a una región desconocida para él, mereció llegar a ser padre de los creyentes; los magos, por la docilidad de su fe, no menos admirable, fueron juzgados dignos de ser los ancestros de la Iglesia de los gentiles.
Estos dóciles reyes dejan repentinamente su patria, sus riquezas, su tranquilidad, para caminar siguiendo la estrella; el poder de Dios que los había llamado los reúne en un mismo viaje como también en una misma fe. El astro que los invitaba se pone en marcha delante de ellos y les abre camino; ni los peligros del viaje, ni las fatigas de un camino cuyo final ignoran, ni el temor de despertar las sospechas del imperio romano: nada de eso los hace retroceder.
También nosotros, oh Emmanuel, te seguimos y caminamos a tu luz, porque tú has dicho en la profecía de tu discípulo amado: Yo soy la estrella radiante de la mañana. El astro que conduce a los magos no es sino el símbolo de esa estrella inmortal. Tú eres la estrella de la mañana, porque tu nacimiento anuncia el fin de las tinieblas, del error y del pecado. Tú eres la estrella de la mañana, porque, después de haber sufrido la prueba de la muerte y del sepulcro, saldrás en un instante de las sombras al alba matinal del día de tu gloriosa resurrección. Tú eres la estrella de la mañana, porque por tu nacimiento y por los misterios que le siguen, nos anuncias el día sin nubes de la eternidad. ¡Oh, que tu luz esté siempre sobre nosotros! ¡Que seamos siempre dóciles, como los magos, para abandonarlo todo por seguirla!
También a ti, oh María, te saludamos, estrella del mar, que resplandeces sobre las olas de este mundo para calmarlas y para proteger a los que claman a ti en la tempestad. Tú favoreciste a los magos a través del desierto; guía también nuestros pasos y dirígenos hasta aquel que reposa en tus brazos y te ilumina con su luz eterna.
PRÓSPERO GUÉRANGER, ABAD