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15. El Señor es clemente y misericordioso

Salmo 102: himno de alabanza a la misericordia de Dios

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Bendice, alma mía, al Señor,

    y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

    y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas,

    y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa

    y te colma de gracia y de ternura;

él sacia de bienes tus anhelos,

    y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia

    y defiende a todos los oprimidos;

enseñó sus caminos a Moisés

    y sus hazañas a los hijos de Israel.

El Señor es compasivo y misericordioso,

    lento a la ira y rico en clemencia;

no está siempre acusando,

    ni guarda rencor perpetuo.

No nos trata como merecen nuestros pecados,

    ni nos paga según nuestras culpas;

como se levanta el cielo sobre la tierra,

    se levanta su bondad sobre sus fieles;

como dista el oriente del ocaso,

    así aleja de nosotros nuestros delitos;

como un padre siente ternura por sus hijos,

    siente el Señor ternura por sus fieles;

porque él conoce nuestra masa,

    se acuerda de que somos barro.

Los días del hombre duran lo que la hierba,

    florecen como flor del campo,

que el viento la roza, y ya no existe,

    su terreno no volverá a verla.

Pero la misericordia del Señor dura siempre,

    su justicia pasa de hijos a nietos:

para los que guardan la alianza

    y recitan y cumplen sus mandatos.

El Señor puso en el cielo su trono,

    su soberanía gobierna el universo.

Bendecid al Señor, ángeles suyos:

    poderosos ejecutores de sus órdenes,

    prontos a la voz de su palabra.

Bendecid al Señor, ejércitos suyos,

    servidores que cumplís sus deseos.

Bendecid al Señor, todas sus obras,

    en todo lugar de su imperio.

    Bendice, alma mía, al Señor.

 

 

Dios es misericordioso y no escatima su perdón. El cúmulo de tus pecados no superará la grandeza de la misericordia de Dios; la gravedad de tus heridas no superará la habilidad del supremo Médico, con tal de que te abandones a él con confianza. Manifiesta al Médico tu enfermedad, y háblale con las palabras que dijo David: “Reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado”. Así obtendrás que se hagan realidad estas otras palabras: “Tú has perdonado la maldad de mi corazón”.

San Cirilo de Jerusalén

El Señor es compasivo y misericordioso, magnánimo y rico en misericordia. ¿Quién es tan magnánimo como él? ¿Quién tan rico en misericordia? Pecamos y sin embargo vivimos; se acumulan los pecados y sin embargo aumenta la vida; se blasfema contra él y él hace salir el sol sobre buenos y malos. No cesa de llamar a la corrección y de invitar a la penitencia; llama a la creatura con sus beneficios y la llama concediéndole el tiempo de la vida, la llama por medio del lector y del predicador, y la llama por el pensamiento interior, la llama por el flagelo de la corrección y la llama por la misericordia de la consolación. Es magnánimo y rico en misericordia.

San Agustín

El pecado es una enfermedad. Pero Dios cura de toda enfermedad. Es muy grande, dices. Pero el médico es más grande todavía. Para un médico omnipotente no existe enfermedad incurable. Déjate curar y no rechaces su mano: Él sabe lo que debe hacer. Déjalo hacer cuando toca en carne viva, soporta el dolor medicinal considerando la salud que de él derivará. Muchos aceptan someterse a las manos humanas del cirujano, aceptando un dolor seguro y pagando grandes honorarios por una curación incierta. ¿Y tú dudarás, cuando Dios, que ha creado tu cuerpo y tu alma, que te conoce y promete la curación quiere ofrecerte una cura gratuita y de éxito seguro? ¡Soporta, pues, la mano de tu médico divino!

San Agustín

La afrenta más cruel que se puede hacer a Dios es el de pensar que el delito de la creatura sea más grande que la bondad del Creador.

Santa Catalina de Siena

Dios es más tierno que una madre. La bondad y el amor misericordioso de Dios son poco conocidos. Tú, Señor, que has sabido crear el corazón de las madres… yo encuentro en Ti al más tierno de los padres… Para mi tu corazón es más que materno.

Santa Teresa de Lisieux

Lo que agrada a Dios es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia. Este es mi único tesoro. Para amar a Jesús, cuando más débil se es, sin deseos ni virtudes, más cerca se está de este amor consumidor y transformador. La confianza y nada más que a confianza puede conducirnos al amor.

Santa Teresa de Lisieux

«¿Dónde está la fidelidad cristiana?». «La fidelidad cristiana, nuestra fidelidad, es sencillamente custodiar nuestra pequeñez para que pueda dialogar con el Señor». He aquí por qué «la humildad, la docilidad, la mansedumbre son tan importantes en la vida del cristiano: son una custodia de la pequeñez». Son las bases para llevar siempre adelante «el diálogo entre nuestra pequeñez y la grandeza del Señor.

Papa Francisco

Las enfermedades son un signo de la acción del Mal en el mundo y en el hombre, mientras que las curaciones demuestran que el reino de Dios, Dios mismo, está cerca. Jesucristo vino para vencer el mal desde la raíz, y las curaciones son un anticipo de su victoria, obtenida con su muerte y resurrección.       Un día Jesús dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos» (Mc 2, 17). En aquella ocasión se refería a los pecadores, que él había venido a llamar y a salvar, pero sigue siendo cierto que la enfermedad es una condición típicamente humana, en la que experimentamos fuertemente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás.

Benedicto XVI

El Señor te cambia el corazón; de pecador —de pecador: todos somos pecadores— te transforma en santo. ¿Alguno de nosotros no es pecador? Si hubiera alguno, ¡que levante la mano! Todos somos pecadores, ¡todos! ¡Todos somos pecadores! Pero la gracia de Jesucristo nos salva del pecado: ¡nos salva! Todos, si acogemos la gracia de Jesucristo, Él cambia nuestro corazón y de pecadores nos hace santos. Una sola cosa es necesaria para hacerse santos: acoger la gracia que el Padre nos da en Jesucristo. Esto es. Esta gracia cambia nuestro corazón. Nosotros seguimos siendo pecadores, porque todos somos débiles, pero también con esta gracia que nos hace sentir que el Señor es bueno, que el Señor es misericordioso, que el Señor nos espera, que el Señor nos perdona, esta gracia grande, que cambia nuestro corazón.

Papa Francisco

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