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El saludo de la paz: un poco de historia

Este saludo se daba, primitivamente, después de la oración de los fieles, antes del ofertorio, tal como dice Jesús en el Evangelio: “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano; y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24). Además, era significativo el saludo de paz al final de la liturgia de la palabra significando que la palabra ha sido acogida y ha dado como frutos la reconciliación y la paz a toda la comunidad. Pero más tarde, en todas las liturgias, hacia el siglo IV, el saludo fue trasladado al principio del canon (o Plegaria Eucarística) como preparación a la acción de gracias y en nuestra Misa romana, antes de la comunión.

Quizá se debió a que el rito de las ofrendas ya era de por sí muy complicado y también por la estrecha relación que hay entre el Padrenuestro (“Perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden) y el saludo de la paz.

En el siglo XII el celebrante besaba el altar o la hostia o el cáliz o el evangeliario y transmitía la paz a algunos de los ministros los cuales la transmitían a la asamblea, significando que la paz nos viene de Cristo a través de sus ministros.

En los siglos sucesivos el saludo de la paz se realizaba sólo en misas solemnes, y exclusivamente entre el clero y los ministros.

El Concilio Vaticano II revalorizó el saludo de la paz. Después del Padrenuestro, el sacerdote dice: Líbranos, Señor de todos los males y concédenos la paz en nuestros días. La paz que pedimos a Dios debemos realizarla como hermanos, la pedimos y la ofrecemos. Es inseparable el amor a Dios y a los hermanos.

 

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