El saludo de la paz
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: “La paz les dejo, mi paz les doy”, no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad.
Hasta este momento el sacerdote se dirigía a Dios Padre, ahora se dirige directamente a Jesucristo y le dirige una oración por la paz. Le recuerda su misma oración al Padre en la última cena (Jn 14,27). Estas palabras forman parte del largo discurso de Jesús en el que, antes de morir, Jesús se ofrece sacramentalmente: “Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre, que va a ser derramada” (Mc 14,22.24). Sin la ayuda de Dios, nosotros no podemos comprender el misterio de su muerte, ni tampoco la íntima relación entre la muerte de Jesús y nuestra paz. Por eso al resucitar, lo primero que el Señor dice a los discípulos es: “La paz esté con ustedes”. (Jn 20,21). Y san Pablo dice de Jesús: “Él mismo es nuestra paz, él ha creado de los dos pueblos un solo hombre nuevo, restableciendo la paz en su propia persona, mediante la cruz” (Ef 2,14-16).
Mientras nos preparamos para recibir su cuerpo y su sangre, nos dirigimos directamente a Él, recordándole la paz que nos ha prometido como la unidad por la que oró al Padre antes de padecer: “Que sean perfectamente uno” (Jn 17,23).
De hecho, la unidad es inseparable de la paz. “Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Ef 4,3).
Luego el sacerdote añade: La paz del Señor esté siempre con ustedes. El pueblo responde: Y con tu espíritu. Y el sacerdote o diácono dice: Démonos fraternalmente la paz.
Aquí hay otro pequeño misterio. Tal como se hacía en los primeros tiempos: la paz viene de Cristo, hay una íntima unidad entre Él que es la cabeza y el cuerpo que somos nosotros.
El saludo no es un saludo ordinario sino un gesto de profundo significado ritual: antes de comulgar debemos estar unidos entre nosotros. De nada sirve que los miembros del cuerpo estén solamente unidos a la Cabeza, si no lo están entre ellos. No sería un cuerpo. Si vamos a recibir un único pan, debemos ser un solo cuerpo.