El lirismo de la oración personal en la Regla

Para san Benito, la vida entera del que vive bajo la mirada de Dios, se transforma en un canto. No hace falta grandes melodías, sólo hace falta la armonía del alma con lo que Dios nos pide y da, como María, hasta el fin.

 

 

1- El capítulo sobre la Salmodia:

El capítulo 19 de la Regla está formado por versículos en paralelo, en los cuales el de arriba funciona como principio general, para toda la vida del monje, y el segundo es la aplicación de lo mismo para la Salmodia. Veamos:

1º Principio general.

Creemos que Dios está presente en todas partes, y que “los ojos del Señor vigilan en todo lugar a buenos y malos” (Pr 15,3),

Aplicacación a la Salmodia: pero debemos creer esto sobre todo y sin la menor vacilación, cuando asistimos a la Obra de Dios.

 

2º Principio general:

Por tanto, acordémonos siempre de lo que dice el Profeta: “Sirvan al Señor con temor” (Sal 2,11).

Aplicación a la Salmodia:

Y otra vez: “Canten sabiamente (sapi-enter)” (Sal 46,8). Y, “En presencia de los ángeles cantaré para ti” (Sal 137,1).

 

3º Principio general :

Consideremos, pues, cómo conviene estar en la presencia de la Divinidad y de sus ángeles,

Aplicación a la Salmodia :

y así (sic) asistamos a la salmodia para (ut) que nuestra alma concuerde con nuestra voz.

 

Este último versículo es como la síntesis de la espiritualidad de san Agustín. Pero no siempre se lo entiende en todo el alcance que el da san Agustín.

El capítulo 19 de la Regla, con esta estructura (versículos encadenados en forma progresiva, casi como un silogismo, para concluir naturalmente en el axioma de Agustín (mens concordet) nos muestra un desarrollo y desenvolvimiento de la oración Sálmica que queda enmarcada en las grandes disposiciones de la oración en general, como disposición de toda la vida, y no simplemente como una “atención” cuando se está en la liturgia.

 

Estas disposiciones más fundamentales del alma son: 1º: la Fe en la presencia de Dios en todo momento, 2º: el servicio a Dios con temor, 3º: vivir ante la divinidad y sus ángeles.

1º La Fe en la Presencia, tal como lo estuvimos viendo, es la que da ese ensanchamiento del corazón para poder ver más allá de nuestros límites de creaturas, de personas limitadas, de haber comenzado a vivir la vida eterna.

2º El Temor de Dios, como lo describe el primer grado de humildad, es poder vivir bajo su mirada y la de sus ángeles. Y eso lleva a que, en la salmodia, se salmodia con sabor, con gusto (salmodiad sabiamente).

3º El último eslabón de este breve capítulo dice: consideremos cómo debe desenvolverse nuestra vida ante esa mirada de Dios, “para que nuestra alma concuerde con nuestra voz”.

Con esta última máxima san Benito, siguiendo a Agustín, busca la unidad de la vida entera de la persona con la oración. Pero, para poder entenderla en el sentido que queremos mostrar, vamos a invertir la explicación: san Benito espera que nuestra alma se transforme en lo que está en la boca: un canto. La vida entera y la Regla de San Benito, tal como lo fuimos viendo a lo largo de año, están sintetizadas en este capítulo 19 y en esta última frase. Para san Agustín, y san Benito, la vida entera del que vive bajo la mirada de Dios, se transforma en un canto: Laus cantandi ipse cantator est -la alabanza del que canta, es el mismo cantor- (Sermón 34, comentando el salmo 149). Esto es lo que se revela claramente en el capítulo 58, en la Profesión o en la oblación de vida, en la que se canta el “Suscipe”, pero no para que Dios oiga un canto, sino para que oiga una vida.

 

2- La oración personal, los salmos y la compunción

Ahora podemos decir entonces que la frase final del capítulo 19, con su lema agustiniano de la con-cordancia alma-voz, más que pedir una atención en la oración del Oficio, lo que está señalando es que el monje debe alcanzar, con el proceso de su vida, esa unidad alma-voz que viene no de estar atento en el Oficio, sino de todo el proceso que estuvimos viendo en estas charlas.     Y esta escuela es la de los salmos, donde todo se transforma en oración: desde las cosas más alegres a las más duras. Pero todo es presentado con un “lirismo” que sorprende y transforma a quien los reza.

Y los salmos nos presentaban ese dinamismo de la compunción. La compunción es Dios tocando el corazón del hombre, con toda la variedad de cosas que se pueden vivir, y se las hace ver a la luz de sus ojos. La compunción es saber descubrir que lo que nos ha tocado, viene de la mano del Señor, tal como lo vive el salmista: viendo la belleza de un cielo estrellado, o el cielo que proclama la Gloria de Dios, o reconociendo la tribulación y las luchas como brotando de la mano de Dios para suscitar en nosotros la oración. Y ese es, para san Agustín, el verdadero canto: el elevar la mirada a Dios ante todo aquello que nos presenta. No hace falta grandes melodías, ni armonías, sólo hace falta la armonía del alma con lo que Dios nos pide y da, como María en su Fiat y Stabat, junto a su Hijo, hasta el fin. Ese es el Canto Nuevo. Una mirada que se llena de lirismo, porque al mirar las cosas ante Dios puede reconocer su Belleza verdadera, su Gloria. Como dice san Benito: Para que en todo sea Dios Glorificado (c. 57). El profesor de Biblia Von Rad decía que el hombre de la Biblia descubre la belleza de todo cuando lo pone en Presencia de Dios. Fuera de esa mirada todo pierde sabor, belleza y consistencia.

Los salmos, la liturgia, el canto, son esa escuela. Pero de nada valen si no se alcanza a percibir lo que decía san Agustín: ¡que cante tu voz, tus obras, tu vida, tu ser! Y para ello no hace falta saber el Salterio de memoria. Basta, decía Casiano, con tener en el corazón un solo versículo: ¡Dios mío, ven en mi auxilio! Cuando hayamos vivido en esta escuela veremos que los salmos, más que escritos para nosotros, parecen escritos por nosotros. Por las cosas que hemos vivido cada día. Recién, entonces, comprenderemos con Agustín qué es el verdadero canto de la liturgia: cuando nuestra vida haya sido un canto, entonces participaremos en la liturgia tal como ella es: como un canto nuevo, al unísono con nuestros hermanos por la caridad, y todas las “armonías”, que no son sólo de notas, sino de toda la vida.

 

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