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El canto del Cordero de Dios

El rito de la fracción del pan lo acompañamos con un canto: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.

Este canto que acompaña el momento en el que el cuerpo de Jesús es fraccionado sobre el altar, nos recuerda el canto del profeta Isaías: “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo”. (Is 53, 7-8).

El canto del Cordero de Dios se introdujo en Occidente en el siglo VII. Fue traído de Oriente como canto propio de la fracción, ya que hasta ese momento se hacía en silencio.

Cuando Jesús comienza su ministerio Juan lo señala diciendo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, sin dudas haciendo alusión al canto del servidor sufriente de Isaías. De hecho, en Oriente el pan destinado a la consagración recibía el nombre de Cordero y las invocaciones se repetían todas las veces que fuera necesario mientras duraba la fracción. Cuando esta se limitó, las invocaciones quedaron reducidas a tres.

En el siglo XI se introduce como respuesta a la tercera invocación: “danos la paz”, probablemente como súplica por los tiempos difíciles que se vivían.

En el libro del Apocalipsis aparece Cordero resucitado, vencedor de la muerte, que es alabado y glorificado por los ángeles y santos del cielo: “En la visión oí la voz de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Seres y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con voz fuerte: ‘Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza’” (Ap 5,11-12).

Este canto no puede ser sustituido por ningún otro, pues está en perfecta sintonía con el carácter sacrificial de la fracción.

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