Donde Jesús nos enseña a vencer al enemigo
EL DESIERTO DONDE JESÚS NOS ENSEÑA A VENCER AL ENEMIGO
“Él me librará de la red del cazador” (Salmo 90,3).
Este versículo del salmo 90 que venimos cantando todos los días de cuaresma puede ayudarnos para comenzar esta reflexión sobre la tentación del Enemigo.
En la primera charla recordábamos la oración con la cual iniciamos la cuaresma el miércoles de ceniza. En ella pedíamos al Señor: “la gracia para afrontar la lucha contra el espíritu del mal”. Y vimos además aquel texto de San León Magno que decía: “En estos días el enemigo se enfurece con una envidia más acerba, al ver que son miles de millares los que se preparan para nacer de nuevo en la vigilia pascual; por eso tratará de tender trampas para hacernos caer”. Aparece también aquí “trampa del enemigo”. Jesús nos enseña a no caer en esas trampas, no caer en sus redes. ¿Y cómo lo hace? Conduciéndonos siempre a la Palabra del Dios. La única arma para no caer en sus redes es acudir a la Palabra. Por eso en esta charla vamos a tratar de ver qué nos dice la Palabra de Dios y qué nos dicen los Padres de la Iglesia acerca del Enemigo.
San Juan Crisóstomo hablando del diablo nos dice que es muy provechoso y conveniente saber quién es el Enemigo, cómo actúa, cómo se mueve, qué tácticas utiliza, para no caer desprevenidos en sus manos. En la Biblia vemos que el diablo no utiliza ni la fuerza ni la violencia; se maneja siempre con la astucia. La palabra diablo viene del griego “diabolos” que significa calumniador. San Juan Crisóstomo explica que se lo llama así porque ha calumniado al hombre de Dios, y a Dios del hombre. Y nos da como ejemplo el relato de la vida de Job. El libro de Job comienza con un diálogo entre Dios y el diablo. Vamos al texto: “El día en que los ángeles de Dios venían a presentarse ante el Señor, vino entre ellos el Satán (el Adversario). Y el Señor dijo al Satán: ¿De dónde vienes? El Satán respondió: De recorrer la tierra y pasearme por ella. Y el Señor le dijo: ¿No te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie como él en la tierra; es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal. Respondió el Satán al Señor: ¿Es que Job teme a Dios de balde (gratis)? ¿No has levantado tú una muralla en torno a él, a su casa y a todas sus posesiones? Has bendecido la obra de sus manos y sus rebaños hormiguean por el país. Pero extiende tu mano y toca todos sus bienes; ¡verás si no te maldice a la cara!” Y a continuación viene la prueba. Job pierde todos sus bienes y el Enemigo se encarga de decirle que esa desgracia se la ha mandado Dios. Dice el texto: “El fuego de Dios ha caído del cielo y ha devorado tus ovejas y tus pastores”, le anuncia uno de los criados. Fíjense cómo actúa el demonio: no se aparece él en persona, se vale un simple criado, de alguien que estaba con Job todos los días. Lo que pretende el Enemigo es enemistar al hombre con Dios y a Dios con el hombre. Con Job no lo logró, pues después de haber perdido todos los bienes dice: “Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo allí retornaré. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Sea bendito el nombre del Señor” (1,21). Después Dios vuelve a encontrarse con el Satán y le dice: “¿De dónde vienes? De recorrer la tierra y pasearme por ella, le respondió. Y el Señor le dijo: ¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie como él en la tierra: es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal. Aún persevera en su entereza. Respondió el Satán: ¡Todo lo que el hombre posee lo da por su vida! Pero extiende tu mano y toca sus huesos y su carne. ¡Verás si no te maldice en la cara!… El Satán salió de la presencia de Dios e hirió a Job con una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza.. Y Job dijo: Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo?” Vemos cómo el Enemigo lo único que pretende es separarlo de Dios, sembrar en su corazón la desconfianza, la sospecha sobre Dios, hacerlo dudar de su amor. Pero no lo logró.
Lo mismo intentó con Adán y Eva en el paraíso. Y sí lo logró. También allí utiliza la calumnia. Quiere sembrar la sospecha sobre Dios en sus corazones. En Gn 2,15-16 leemos: “Tomó Dios al hombre y lo dejó en el jardín del Edén, para que lo labrase y cuidase. Y le impuso este mandamiento: De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él morirás”. Y enseguida, en 3,1 se dice: “La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín” Fíjense cómo da vuelta el mandato. Dios les había dicho: “pueden comer de todos los árboles” y el diablo dice: “¿no pueden comer de ninguno de los árboles?” Eva empieza a dialogar con él, se enreda en su astucia y cae en la red, y lo hace caer también a su marido. Cayeron en la trampa: dudaron del amor de Dios. San Juan Crisóstomo, comentando esta escena dice: “Después que el hombre fue engañado y seducido por el malvado demonio, veamos cómo lo trató Dios, a pesar de haber cometido contra él tan grave pecado. ¿Acaso lo destruyó por completo? Dios no hizo esto, no execró ni apartó de sí al que era tan ingrato con su bienhechor, sino que se acercó a él como médico al enfermo… No le dijo, como era natural después de haber padecido una injuria: «¡Oh perverso y más que perverso!, después de gozar en tan alto grado de mi benevolencia, de ser honrado con tan hermoso reino y antepuesto sin mérito alguno de tu parte a todos los seres de la tierra, después de tener la experiencia de tantas prendas de mi solicitud y verdadera providencia, ¿has juzgado al demonio maldito e impuro, al enemigo de tu salvación, más digno de fe que a tu Señor y protector? ¿Qué hizo por ti comparable a lo que yo hice? ¿No creé el cielo por ti? ¿No creé la tierra por ti, y el mar, el sol, la luna y todas las estrellas? Pues los ángeles no necesitaban de estas creaturas, sino que para ti y para tu descanso hice este mundo tan grande y tan hermoso; y tú, creyendo más fidedignas unas palabras vacías, una promesa mentirosa y una oferta llena de engaño antes que mi bondad y providencia, atestiguadas por tantos beneficios, te has entregado a él y has pisoteado mis leyes». Esto y mucho más era natural que dijera Dios al verse injuriado; mas él no obró así, sino todo lo contrario. Porque ya desde la primera palabra levantó al caído y, siendo el primero en hablarle, infundió confianza al que temía y temblaba. Más aún, no solo fue el primero en hablarle, sino que lo llamó por su propio nombre, diciéndole: Adán, ¿dónde estás?, y así le manifestó su amor y la especial solicitud que tenía por él”.
Los Padres de la Iglesia dicen que el diablo es llamado el Maligno por excelencia porque al ver al hombre honrado poderosamente por Dios, constituido señor de la creación, lo envidió por todos sus bienes. El hombre no le había hecho nada. Por eso Pablo dice: “Por la envidia entró el pecado en el mundo”. Por envidia entró el pecado, por la envidia del demonio que no pudo soportar que el hombre fuera el más amado. Esto lo vemos claramente en el relato de Caín y Abel que sigue al pecado de Adán y Eva en el paraíso. El Cardenal Danielou, comentando el episodio de Caín dice: “Nada dice que el sacrificio de Caín haya desagradado a Dios. Sólo se dice que el de Abel era mejor. Se trata por tanto sólo de la desigualdad de los dones de Dios. Pero eso es lo que Caín no puede soportar. Él representa en el origen de la humanidad ese espíritu igualitario que es el gran obstáculo a la entrada en el mundo del amor liberal. Él compara su suerte con la de su hermano. No acepta ser tratado de manera diferente. Y es aquí donde aparece su pecado que es la envidia. “Se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro”. El pecado de Adán es el orgullo. Pero el pecado de Caín procede del amor. Se asemeja al pecado de Lucifer, de quien se dice que su rebelión se debió a que no pudo soportar que el hombre fuera más amado que él. Su desesperación de amor, su envidia lo llevan a matar. Y se hunde así en una desgracia mayor”. Caín no soportaba que Dios amara a su hermano. Por eso se puso triste. Y fíjense cómo Dios, al igual que el Padre de la parábola, hace todo lo posible para sacarlo de ese estado, para librarlos de ese mal; quiso ayudarla advirtiéndole que el Enemigo le estaba tendiendo una trampa. En Gn 4,5 ss se dice: “Caín se irritó en gran manera y se abatió su rostro. Dios dijo a Caín: ¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia y a quien tienes que dominar”. Dios define al diablo como una fiera que nos acecha todo el tiempo, una fiera que nos codicia. En la historia de José aparece la misma imagen. Esta historia está narrada en los últimos capítulos del Génesis. Allí se dice que los hermanos de José le tomaron tal envidia a José que trataron de deshacerse de él, lo tiraron a un pozo mientras discutían cómo hacerlo desaparecer (si venderlo o matarlo). Pero mientras discutían unos mercaderes que pasaban por allí, sacaron a José del pozo y lo llevaron a Egipto. Ellos cuando van a buscarlo y no lo encuentran se desesperan pensando qué van a decirle a su padre. Entonces toman la túnica de José, la túnica que le habían sacado, la túnica que le había regalado el padre, matan un cabrito, manchan con la sangre la túnica y se la mandan a su padre con este recado: “Hemos encontrado esto. Examina si se trata de la túnica de tu hijo. Y el padre exclamó: ¡Es la túnica de mi hijo. Alguna fiera lo ha devorado!” Esa fiera es el demonio, es la envidia de los hermanos, es el pecado que entró por la envidia. La trampa del enemigo los hizo caer. La Biblia nos da siempre el remedio para no caer, nos advierte sobre la trampa del enemigo, pero aún cayendo en su trampa, nos da el remedio para levantarnos. Esta historia de José es un ejemplo de ello. Fíjense: es un historia llena de pecado, de intrigas y mentiras, de envidias y celos pero transformada en historia de salvación por el perdón de José. La mirada de Dios sobre el acontecimiento, sobre los hechos de su vida transforma todo ese mal en bien, en fuente de salvación. En Gn 45,4 ss se dice: “José dijo a sus hermanos: yo soy vuestro hermano José, a quien vendisteis en Egipto. Ahora bien, no les pese mal ni se enojen por haberme vendido, pues fue Dios el que me trajo aquí delante de ustedes para salvarles la vida… Dios me ha enviado delante de ustedes para que puedan sobrevivir en la tierra y para salvarles la vida mediante una feliz liberación. No fuisteis vosotros los que me enviasteis acá, sino Dios”. Ven cómo la palabra de Dios nos ayuda a vencer el mal, el odio del enemigo, ayudándonos a descubrir la trama más profunda de nuestras historias personales, historias hechas de gracia y de pecado. Porque nosotros somos las dos partes: somos los hermanos que matamos por envidia y somos también José vendido por la envidia. Esta historia puede arrojar mucha luz sobre nuestras propias historias de vida y convertirlas en historias de salvación. Hay un texto de la primera carta de Pedro que dice: “Estén siempre alertas, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente buscando a quien devorar. Resístanlo firmes en la fe”(1 Pe 5,8). El Pedro que escribe esto es el Pedro que había caído en las garras del enemigo la noche de la negación. Sabe por experiencia que el enemigo ronda sobre nosotros para devorarnos. En los salmos también aparece muchas veces esta imagen de la fiera que nos acecha para devorarnos. El salmo 123 dice: “Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos… Bendito el Señor que no nos entregó a sus dientes; hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos”. El salmo 9 también nos dice: “Los ojos del malvado espían al pobre; acecha en su escondrijo como león en su guarida y lo arrastra a sus redes”. Y el salmo 11 nos presenta a este enemigo rondando como una fiera: “Señor, tú nos guardarás de los malvados que merodean para chupar como sanguijuelas sangre humana”. Y con el salmo 16 que rezamos en Completas antes de dormir decimos: “Señor, escóndeme a la sombra de tus alas de los malvados que me asaltan, del enemigo que me cerca, como un león ávido de presa”.
San León Magno nos presenta la cuaresma como un combate contra este enemigo y nos advierte que nos preparemos para la lucha. Dice: “Puesto que entramos como en una especie de combate de las buenas obras, preparemos nuestras almas a las embestidas de las tentaciones, y comprendamos que cuanto más diligentes seamos por nuestra salvación, tanto más vehementemente seremos atacados por nuestros adversarios. Sin embargo, el que está en nosotros es más fuerte que el que está contra nosotros, y somos fuertes por aquel en cuyo poder tenemos puesta nuestra confianza. El Señor consistió en ser tentado por el tentador a fin de que fuéramos instruidos por su ejemplo… No hay obras de virtud sin la experiencia de las tentaciones, ni fe sin pruebas, ni combate sin enemigo, ni victoria sin batalla. Nuestra vida se encuentra en medio de insidias, en medio de contiendas. Si queremos vencer, hemos de luchar. Y no ignoremos que estos enemigos nuestros perciben que todo lo que intentamos realizar para nuestra salvación se realiza contra ellos; y por esto mismo, cada vez que deseamos algún bien, provocamos al adversario. Si nosotros nos levantamos, ellos se hunden; si nosotros recuperamos nuestras fuerzas, ellos se debilitan. Nuestros remedios son llagas para ellos, pues la curación de nuestras heridas los hiere. Entremos sin temor en la lucha. Que se alimente el vigor del alma, que el hombre interior se restaure. Que toda alma cristiana se observe detenidamente, y con un severo examen escrute el fondo de su corazón. Vea que no se haya adherido allí alguna discordia , que la luz de la verdad disipe las tinieblas de la hipocresía. Que se desinfle la soberbia, que la ira vuelva en sí, y se refrene la maledicencia de la legua. Cesen las venganzas y olvídense las injurias”.