XXVIII Domingo del Tiempo durante el año. Ciclo B

CANONIZACIÓN DE PABLO VI

Siento el deber de celebrar el don, la fortuna, la belleza el destino de esta misma existencia fugaz: Señor, Te doy gracias porque me has llamado a la vida, y más aun todavía, porque haciéndome cristiano me has regenerado y destinado a la plenitud de la vida. Asimismo siento el deber de dar gracias y bendecir a quien fue para mí transmisor de los dones de la vida que me has concedido Tú, Señor: los que me han traído a la vida (¡sean benditos mis Padres, tan dignos!), los que me han educado, amado, hecho bien, ayudado, rodeado de buenos ejemplos, de cuidados, afectos, confianza, bondad, cortesía, amistad, fidelidad, respeto. Contemplo lleno de agradecimiento las relaciones naturales y espirituales que han dado origen, ayuda, consuelo y significado a mi humilde existencia: ¡Cuántos dones, cuántas cosas hermosas y elevadas, cuánta esperanza he recibido yo en este mundo! Ahora que la jornada llega al crepúsculo y todo termina y se desvanece esta estupenda y dramática escena temporal y terrena, ¿cómo agradecerte, Señor, después del don de la vida natural, el don muy superior de la fe y de la gracia, en el que únicamente se refugia al final mi ser? ¿Cómo celebrar dignamente tu bondad, Señor, porque apenas entrado en este mundo, fui insertado en el mundo inefable de la Iglesia católica? Y ¿cómo, por haber sido llamado e iniciado en el Sacerdocio de Cristo? Y ¿cómo, por haber tenido el gozo y la misión de servir a las almas, a los hermanos, a los jóvenes, a los pobres, al pueblo de Dios, y haber tenido el honor inmerecido de ser ministro de la santa Iglesia, en Roma sobre todo, al lado del Papa, después en Milán como arzobispo en la cátedra, demasiado alta para mí y venerabilísima, de los santos Ambrosio y Carlos, y finalmente en ésta de San Pedro, suprema y tremenda y santísima? Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

Pablo VI (Testamento)

Oración Colecta: Dios todopoderoso, que tu gracia siempre nos preceda y acompañe y nos ayude en la práctica constante de las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Del libro de la Sabiduría 7,7-11
Oré, y me fue dada la prudencia, supliqué, y descendió sobre mí el espíritu de la Sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y tuve por nada las riquezas en comparación con ella. No la igualé a la piedra más preciosa, porque todo el oro, comparado con ella, es un poco de arena; y la plata, a su lado, será considerada como barro. La amé más que a la salud y a la hermosura, y la quise más que a la luz del día, porque su resplandor no tiene ocaso. Junto con ella me vinieron todos los bienes, y ella tenía en sus manos una riqueza incalculable.

Salmo responsorial: Sal 89,12-17

R/ Señor, sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos. R/

Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo; danos alegría, por los días en que nos afligiste, por los años en que sufrimos desdichas. R/

Que tus siervos vean tu acción y sus hijos tu gloria. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos. R/

De la carta a los Hebreos 4,12-13
Hermanos: La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de Aquél a quien debemos rendir cuentas.

Evangelio según san Marcos 10,17-30
Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia Él y, arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”. Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es possible”. Pedro le dijo: “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Jesús respondió: “Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eternal”.

¿Estoy dispuesto a llevar la cruz como Jesús?


La persecución de los cristianos no es un hecho que pertenece al pasado, a los albores del cristianismo. Es una triste realidad de nuestros días. Más aún, hay más mártires hoy que en los primeros tiempos de la Iglesia…seguir a Jesús significa gozar de su generosidad, pero también sufrir persecuciones en su nombre, como escribió Marcos. Jesús había terminado de hablar del peligro de las riquezas, de cuán difícil es que un rico entre en el reino de los cielos. Y Pedro le preguntó: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Cuál será nuestra recompensa?”. Jesús es generoso, comenzó a decirle a Pedro: “En verdad os digo que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras-…”. Quizá Pedro pensaba: Ésta es una buena actividad comercial, seguir a Jesús nos hará ganar tanto, cien veces más. Pero Jesús «añadió tres palabritas: “junto con persecuciones”. Y después llegará la vida eterna. En realidad, quiere decirles: Sí, vosotros habéis dejado todo y recibiréis aquí en la tierra muchas cosas, pero con la persecución. Ésta es la ganancia del cristiano, y éste es el camino de quien quiera seguir a Jesús. Porque es el camino que recorrió Él: Él fue perseguido». Es el camino del abajamiento, el mismo que san Pablo indicó a los filipenses cuando afirmó que Jesús, haciéndose hombre, se despojó a sí mismo hasta la muerte de cruz. Precisamente esta es la tonalidad de la vida cristiana, que es también alegría. En efecto, seguir a Jesús es una alegría. En las bienaventuranzas, Jesús dijo: bienaventurados vosotros cuando os insulten, cuando os persigan a causa de mi nombre… tendremos persecución, porque el mundo no acepta la divinidad de Cristo, no acepta el anuncio del Evangelio, no acepta las bienaventuranzas. Precisamente de aquí nace la persecución, que también pasa a través de las palabras, las calumnias. Así sucedía con los cristianos de los primeros siglos, que sufrían la difamación y padecían la prisión…Os digo que hoy hay más mártires que en los primeros tiempos de la Iglesia. Numerosos hermanos y hermanas nuestros dan testimonio de Jesús y son perseguidos, son condenados porque poseen una Biblia. No pueden llevar el signo de la cruz. Este es el camino de Jesús, pero es un camino gozoso, porque jamás el Señor nos pone a prueba más de lo que podemos soportar. La vida cristiana no es una ventaja comercial sino sencillamente es seguir a Jesús. Cuando seguimos a Jesús, sucede esto. Pensemos si tenemos dentro de nosotros la voluntad de ser valientes en el testimonio de Jesús. Pensemos también, nos hará bien, en los numerosos hermanos y hermanas que hoy no pueden rezar juntos porque son perseguidos, no pueden tener un libro del Evangelio o una Biblia porque son perseguidos. Pensemos en estos hermanos y hermanas que no pueden ir a misa porque está prohibido. ¡Cuántas veces llega un sacerdote a escondidas entre ellos y simulan estar sentados a la mesa tomando un té, y celebran la misa a escondidas! Esto sucede hoy». Pensemos: ¿estoy dispuesto a llevar la cruz como Jesús, a soportar persecuciones para dar testimonio de Jesús, como hacen estos hermanos y hermanas que hoy son humillados y perseguidos? Este pensamiento nos hará bien a todos.

Papa Francisco – Martes 4 de marzo de 2014

Dgo-XXVIII

 

¡NO SEAN HOMBRES Y MUJERES TRISTES!
¡UN CRISTIANO JAMÁS PUEDE SERLO!
NUESTRA ALEGRÍA NACE
DE HABER ENCONTRADO A JESÚS.
¡CONFÍEN EN ÉL, PORQUE ÉL NO DECEPCIONA JAMÁS!
ES UN BUEN AMIGO: ¡ESTÁ SIEMPRE A NUESTRO LADO!
FRANCISCO

 

 

 

 

 

MARÍA, hoy, nosotros necesitamos ser radicalmente más pobres, con una pobreza que sea expresión de caridad y condición necesaria para amar de veras. Hoy necesitamos estar desprendidos. María, tú que eres la Pobre, danos un corazón sencillo, un corazón desprendido y generoso, quemado por el amor de Dios y los hermanos. De tal manera que vivamos exclusivamente abiertos al Señor que nos llama, que nos exige, que nos consagra y nos envía. Y abiertos al mundo de los más necesitados, de los que no tienen pan, de los que no tienen trabajo, de los que no tienen salud, de los que no tienen libertad, de los que no tienen amistad, de los que no conocen el amor, de los que han perdido el sentido de la vida, de los que no tienen esperanza, de los que han perdido la fe, de los que nunca tienen posibilidad de dialogar, de los que viven en dolorosa soledad, de los que nunca, oh María, han sabido que Dios es amor… Ayúdanos a comprenderlos y a acercarnos a ellos con generosidad austera, sencilla y humilde. Amén».

Card. Eduardo Francisco Pironio

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