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17. Del Señor viene la misericordia y la redención copiosa

Salmo 129: espléndido himno al perdón divino

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Desde lo hondo a ti grito, Señor:

Señor, escucha mi voz;

estén tus oídos atentos

a la voz de mi súplica.

Si llevas cuentas de los delitos, Señor,

¿quién podrá resistir?

Pero de ti procede el perdón,

y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,

espera en su palabra;

mi alma aguarda al Señor,

más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,

como el centinela la aurora;

porque del Señor viene la misericordia,

la redención copiosa:

y él redimirá a Israel

de todos sus delitos.

 

 

 

“Tenemos un Señor bueno, que quiere perdonar a todos”.

San Ambrosio

“Si quieres  ser  justificado, confiesa tu maldad: una humilde confesión de los pecados deshace el enredo de las culpas. Mira con qué esperanza de perdón te impulsa a confesar. Mira cuán bueno es Dios; está dispuesto a perdonar los pecados. Y no sólo te devuelve lo que te había quitado, sino que además te concede dones inesperados”.

San Ambrosio

Nadie pierda la confianza, nadie desespere de las recompensas divinas, aunque le remuerdan antiguos pecados. Dios sabe cambiar de parecer, si tú sabes enmendar la culpa.

San Ambrosio

Entre el Cordero de Dios y la miseria no existe abismo que la misericordia no pueda colmar.

F. Mauriac

Este salmo 129, que lleva como título “canto de las ascensiones”, recoge en una síntesis preciosa toda la fe y esperanza de la redención del Antiguo Testamento, y se ha convertido en el emblema mismo de la espera de la redención. Es el Salmo “De profundis”. En la Iglesia prevaleció el uso de rezarlo por los difuntos, pero debemos apropiárnoslo también nosotros, peregrinos en la senda del encuentro con Cristo,: “Desde lo hondo a ti grito, Señor; / Señor, escucha mi voz…”. Que el Señor escuche esta voz y haga sentir en cada corazón que lo invoca el consuelo de la omnipotencia salvadora de su amor.

Juan Pablo II

Dios no actúa como un amo, sino que ama sin medida. No manifiesta su omnipotencia en el castigo, sino en la misericordia y en el perdón. Comprender todo esto significa entrar en el misterio de la salvación: Jesús vino para salvar y no para condenar; con el sacrificio de la cruz revela el rostro de amor de Dios. Y precisamente por la fe en el amor sobreabundante que nos da en Cristo Jesús sabemos que incluso la más pequeña fuerza de amor es mayor que la máxima fuerza destructora y puede transformar el mundo, y por esta misma fe podemos tener una «esperanza fiable», la esperanza en la vida eterna y en la resurrección de la carne.

Benedicto XVI

Queremos una salvación bien disciplinada, segura. En la oración, al comienzo de la misa, hemos alabado muy bien la omnipotencia de Dios: “Señor, que revelas tu omnipotencia, principalmente en la misericordia y en el perdón”». El «drama de la resistencia a la salvación» lleva a no creer «en la misericordia y en el perdón», sino en los sacrificios. E impulsa a querer «todo bien ordenado, todo claro». Es «un drama» que «también cada uno de nosotros tiene dentro». Por eso un examen de conciencia: «¿Cómo quiero yo ser salvado? ¿A mi modo? ¿Al modo de una espiritualidad que es buena, que me hace bien, pero que está fija, tiene todo claro y no hay riesgo? ¿O al modo divino, es decir, siguiendo el camino de Jesús, que siempre nos sorprende, que siempre nos abre las puertas al misterio de la omnipotencia de Dios, que es la misericordia y el perdón?».

Papa Francisco

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